Plácido, poeta de bellos versos y grandes salones, peinetero de primores, mulato libre… pero sufrido. La vida te premió con el don de la palabra, tal vez como consuelo por los dolores que te deparaba.

 La Habana te vio nacer en el ya lejano 1809, hijo de una bailarina española y un mulato, peluquero del Teatro Principal. Fuiste llevado a una casa de beneficencia donde  se te bautizó como Diego Gabriel de la Concepción Valdés. Tu familia paterna decidió llevarte a casa, ya tienes un hogar. Al crecer pobre y mulato debiste buscar el sustento, no fue hasta los diez años que conociste la escuela.

Cuando debutas como peinetero las jóvenes se disputaban tus peinetas, tal era el arte con que trabajabas el carey. De 1826 a 1832 decides probar suerte en Matanzas, ganas celebridad por tu oficio de peinetero y tu arte de poeta e improvisador.

Estatua viviente de Plácido
Estatua viviente de Plácido, se puede apreciar la pluma, la hoja de escribir y las peinetas. (Fuente: Proyecto de teatro callejero Noria)

A tu regreso a La Habana te aguardaba el amor de Fela, pero el destino quiso que solo un año durara el matrimonio, se la llevó el cólera. Tus versos de la época quedarían marcados con esa amargura,  por oposición, ganabas fama y adeptos.

Regresas a Matanzas en 1836, tal vez necesitabas lugares donde no la evocaras tanto. Pero esta vez no  eres solo un peinetero, el periódico La Aurora reclama tus poemas y algún que otro intento de publicación te aguarda. Que felicidad para ti que José María Heredia te visitara en la peinetería y reconociera como uno de los grandes poetas.

Grabiel placido
En su labor como tallista realizó un estuche de carey, ornado de relieves, calados y filigranas que le hizo en 1840 al hacendado de Santa Clara, Julián Francisco de Vargas por treinta onzas de oro, esta pieza de arte decorativo se perdió.

Infelizmente no todos valoraban tu arte Plácido, José Entralgo Mendoza y la tertulia de Domingo del Monte te despreciaban. Hasta el propio José Jacinto Milanés con su  composición «El poeta envilecido» te zahiere, aunque su hermano Federico defienda que no se basa en un modelo particular. Ellos se equivocaban, lo demostraste con  «Jicotencal», poema antológico; «La malva azul», póstumo homenaje a Heredia; «A una ingrata» y aún te quedaba luz para dar.

Tienes el placer de  publicar tus poemarios, encuentras nuevamente el amor y haces amigos en tus estancias en Villaclara. Allí eres detenido por vez primera, y aunque te liberan al no poder demostrar tu supuesto rol en una conspiración de negros  contra blancos, ya quedas marcado como hombre peligroso. Regresas a Matanzas pero no encuentras paz, mientras disfrutas en un baile te arrestan acusado una vez más de conspirador.  Duros interrogatorios, acusaciones, careos y al final la sentencia de muerte.

El día oscuro de tu fusilamiento no hubo testigo que no se condoliera al oír tu «Plegaria», sacada del dolor y la impotencia de hallarte mancillado por calumnias. Dicen que durante todo el camino la desgranabas como un rosario, tu última declaración de inocencia ante una infamia. Este poema que desarrollaste en sextinas, hoy sirve como ejemplo de dicha estrofa en muchos libros de teoría literaria. ¿Qué pueden decir ahora tus detractores?

No bastó la primera descarga para sesgar tu vida, te incorporaste del banquillo mientras gritabas «Adiós… adiós, Cuba… ¡No hay piedad para mí! ¡Fuego aquí!» Y moriste siendo fiel a tu propio verso «calle el que tema; yo no temo y canto«. Te marchaste como  héroe romántico, uno de los grandes poetas, y hasta hoy eres reverenciado por toda Cuba.

Tal vez como último desencanto, dicen quienes te conocieron que el dibujo más famoso de tu rostro no te hace justicia:

_» Plácido era delgado, de regular estatura, más bien alto. Simpático, afable y cortés, sin ser sometido.(…) Las facciones finas y despejadas, frente ancha, con entradas, cabellera a grandes ondas.

_El retrato que aparece en la edición de Morales, ¿es de él, es Plácido?

_Es bastante parecido, pero encuentro la cabeza poco proporcionada y las entradas de la frente muy exageradas. Las facciones las tenía menos unidas»

Ximeno y Cruz, Dolores María de. Aquellos tiempos… Memorias de Lola María (1928-1930).
Plácido
Reconstrucción realizada de cómo debió verse Plácido a partir de la descripción antes señalada y de otros testimonios consultados. (Tomado de Revista Matanzas)

3 poemas magníficos de Placido

Plegaria
Ser de inmensa bondad, Dios poderoso
A vos acudo en mi dolor vehemente;
Extended vuestro brazo omnipotente,
Rasgad de la calumnia el velo odioso,
Y arrancad este sello ignominioso
Con que el mundo manchar quiere mi frente.
Rey de los reyes, Dios de mis abuelos,
Vos solo sois mi defensor, Dios mío.
Todo lo puede quien al mar sombrío
Olas y peces dio, luz a los cielos,
Fuego al sol, giro al aire, al Norte hielos,
Vida a las plantas, movimiento al río.
Todo lo podéis vos, todo fenece
O se reanima a vuestra voz sagrada:
Fuera de vos Señor, el todo es nada,
Que en la insondable eternidad perece,
Y aún en esa misma nada os obedece,
Pues de ella fue la humanidad creada.
Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia
Y pues vuestra eternal sabiduría
Ve al través de mi cuerpo el alma mía
Cual del aire a la clara transparencia,
Estorbad que humillada la inocencia
Bata sus palmas la calumnia impía.
Mas si cuadra a tu suma omnipotencia
Que yo perezca cual malvado impío,
Y que los hombres mi cadáver frío
Ultrajen con maligna complacencia,
Suene tu voz, y acabe mi existencia...
Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!

Jicotencal
 
Dispersas van por los campos
Las tropas de Moctezuma,
De sus dioses lamentando
El poco favor y ayuda:
Mientras ceñida la frente
De azules y blancas plumas,
Sobre un palanquin de oro
Que finas perlas dibujan,
Tan brillantes que la vista,
Heridas del sol, deslumbran,
Entra glorioso en Tlascala
El jóven que de ellas triunfa;
Himnos le dan de victoria,
Y de aromas le perfuman
Guerreros que le rodean,
Y el pueblo que le circunda,
A que contestan alegres
Trescientas vírgenes puras:
"Baldón y afrenta al vencido,
Loor y gloria al que triunfa."
Hasta la espaciosa plaza
Llega, donde le saludan
Los ancianos Senadores,
Y gracias mil le tributan.
Mas ¿por qué veloz el héroe,
Atropellando la turba,
Del palanquín salta y vuela,
Cual rayo que el éter surca?
Es que ya del caracol,
Que por los valles retumba,
A los prisioneros muerte
En eco sonante anuncia.
Suspende á lo lejos hórrida
La hoguera su llama fúlgida,
De humanas víctimas ávida
Que bajan sus frentes mústias,
Llega; los suyos al verle
Cambian en placer la furia,
Y de las enhiestas picas
Vuelven al suelo las puntas.
Perdón, esclama, y arroja
Su collar: los brazos cruzan
Aquellos míseros seres
Que vida por él disfrutan.
“Tornad á México, esclavos;
Nadie vuestra marcha turba,
Decid á vuestro señor,
Rendido ya veces muchas,
Que el joven Jicotencal
Crueldades como él no usa,
Ni con sangre de cautivos
Asesino el suelo inunda;
Que el cacique de Tlascala
Ni batir ni quemar gusta
Tropas dispersas é inermes,
Sino con armas, y juntas.
Que armen flecheros mas bravos,
Y me encontrará en la lucha
Con sola una pica mia
Por cada trescientas suyas;
Que tema el funesto dia
Que mi enojo á punto suba;
Entónces, ni sobre el trono
Su vida estará segura;
Y que si los puentes corta
Porque no vaya en su busca,
Con cráneos de sus guerreros
Calzada haré en la laguna.”
Dijo y marchóse al banquete
Do está la nobleza junta,
Y el néctar de las palmeras
Entre vítores apura.
Siempre vencedor despues
Vivió lleno de fortuna;
Mas, como sobre la tierra
No hay dicha estable y segura
Vinieron atrás los tiempos
Que eclipsaron su ventura,
Y fué tan triste su muerte
Que aun hoy se ignora la tumba
De aquel ante cuya clava,
Barreada de áureas puntas,
Huyeron despavoridas
Las tropas de Moctezuma.
 
A una ingrata
 
Basta de amor: si un tiempo te queria
Ya se acabó mi juvenil locura,
Porque es, Celia, tu cándida hermosura
Como la nieve, deslumbrante y fria.
 
No encuentro en tí la estrema simpatía
Que mi alma ardiente contemplar procura,
Ni á la sombra de la noche oscura,
Ni á la espléndida faz del claro dia.
 
Amor no quiero como tú me amas,
Sorda á mis ayes, insensible al ruego;
Quiero de mirtos adornar con ramas
 
Un corazon que me idolatre ciego,
Quiero besar una mujer de llamas,
Quiero abrazar una mujer de fuego