Grande entre los grandes, el percusionista, cantante y compositor Miguelito Valdés, Mr. Babalú, es de los pocos artistas que ha tenido la suerte de irse como vivió… cantando.
Miguel Ángel Eugenio Lázaro Zacarías Izquierdo Valdés – que así de largo llamaron sus padres al genio – nació en el populoso barrio de Belén en La Habana el 6 de septiembre de 1912. Su padre era español y su madre oriunda de Yucatán en México.
Desde niño tuvo que pulirla en el barrio de Colón, a donde se habían mudado desde el vecino Belén. Allí, como todo chama pobre tuvo que aprender los más variopintos oficios para buscarse los quilos: Fue desde mecánico hasta pichón de boxeador, pero terminó por dedicarse a la música, una pasión que le inflamaba el pecho desde las tumbadoras del solar.
Fanático del sacerdote tenor mexicano José Mojica, que en los años juveniles de Miguelito Valdés era sensación en La Habana, emuló sus pasos como cantante en el sexteto Jóvenes del Cayo, del que pasó en 1927 a el Sexteto Habanero Juvenil, donde, además de vocalista, tocaba las maracas, el tres, la guitarra, el contrabajo, el tres y lo que hiciera falta.
Increíblemente, no sería hasta dos años después que Miguelito Valdés tomaría sus primeras lecciones de guitarra, instrumento a través del cual conocería a María Teresa Vera y su Sexteto Occidente, con el que trabajaría ocasionalmente como corista en los más elegantes clubes y centros nocturnos de La Habana.
Miguelito Valdés se convierte en Mr. Babalú
De aquí para allá, cantando donde se podía y se pagaba, en 1933, Miguelito Valdés fue a parar a Panamá, país en el que permaneció tres años en la orquesta de Lucho Azcárraga.
Ya de regreso en Cuba, y tras un breve paso por la Orquesta de los Hermanos Castro, se convirtió en uno de los fundadores de la Orquesta Casino de la Playa en 1937, una agrupación que tomaría el nombre de ese exclusivo centro nocturno de la capital cubana, uno de los preferidos por las clases más adineradas del país.
Como resultaba común en muchas de las orquestas de la época que contrataban los centros nocturnos más exclusivos, todos sus músicos eran blancos, con excepción del mulato «blanconazo» Miguelito Valdés, que era, sin dudas, su principal atracción.
Con la Orquesta del Casino de la Playa, la increíble voz de Miguelito llegó al plástico bajo el sello de la RCA Victor, con el que grabó «Bruca Maniguá» del Ciego Maravilloso Arsenio Rodríguez, una pieza que le acompañaría en su repertorio por el resto de su vida. Dos años después, en 1939, con el mismo sello Victor grabaría «Afro Babalú» de Margarita Lecuona, que se convertiría en su carta de presentación al punto de que se le llegaría a conocer como Mr. Babalú.
Por más de 20 años Miguelito Valdés triunfó en los escenarios de Cuba, México y Estados Unidos y se codeó con los más grandes exponentes de la música popular de su época.
También intervino cuatro películas, filmadas todas en 1944 y en honor a la verdad de muy poca trascendencia: «Esclavitud, Conga bar«, «Estampas habaneras«, «Mi reino por un torero» e «Imprudencia«.
En 1957, Miguelito Valdés, anunció públicamente su retiro de los escenarios. Tras cuatro décadas de luces se sentía fatigado y decidió alejarse.
Sin embargo quien había dado la vida a la música no podía dejarla así. Todavía se presentaría ocasionalmente en la televisión y en algunas galas: la última sería la noche del 9 de noviembre de 1978 en el Salón Monserrat del Hotel Toquendama, en Bogotá Colombia.
Allí sobre el escenario a poco de comenzar a cantar, su cara se descompuso en una mueca, intentó desabotonarse la camisa y cayó muerto, fulminado por un ataque cardiaco. Su esposa se desentendió por completo de los trámites funerarios y Miguelito Valdés fue sepultado en México gracias a las gestiones de Celia Cruz, quien al conocer la noticia en su residencia de Miami expresó con triteza a la prensa:
«Se ha ido un grande de verdad. El vacío que nos deja es inmenso…»
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