Con el gobierno de Federico Laredo Bru se puede considerar que se cierra en Cuba la que el novelista Carlos Loveira definiera como la República de los «generales y doctores». Cierto que, si nos pusieramos exquisitos, habría que señalar que Laredo Bru no había alcanzado el grado de general en la noble contienda – terminó la Guerra del 95 con las estrellas de coronel a diferencia de sus predecesores José Miguel Gómez, Mario García Menocal y Gerardo Machado – y que al terminar su mandato ascenderían a la presidencia de forma sucesiva un general y un doctor (Fulgencio Batista y Ramón Grau San Martín); pero él sería el último de los «presidentes mambises» en ocupar la poltrona, aunque de mandar, en la concreta, mandara muy poquito.
Nacido en San Juan de los Remedios, Las Villas, el 23 de abril de 1875, se incorporó muy joven a las filas del Ejército Libertador en el que sirvió, de forma sucesiva, en el Estado Mayor del Cuarto Cuerpo de Ejército, la Brigada de Remedios (bajo el mando del general José González Planas) y de nuevo en el Cuarto Cuerpo en el que terminaría la guerra ocupando cargo de auditor con el grado de coronel.
Federico Laredo Bru, coronel y Dr.
El coronel Federico Laredo Bru, que era, además, abogado (por lo que de «doctor», también le queda) tuvo una intensa vida política en la República:
Fue fiscal de la Audiencia de La Habana y en 1910, el Mayor General José Miguel Gómez le llamó para que ocupara el cargo de Secretario de Gobernación (lo que hoy sería, más menos, el Ministerio del Interior). Al concluir el gobierno del Tiburón presidió la Audiencia de Santa Clara.
Federico Laredo Bru estuvo entre los más acérrimos críticos del presidente Alfredo Zayas, al que acusaba de corrupto e inmoral. Su oposición fue tan férrea que, incluso, desembocó en un incipiente movimiento armado, que amenazó con tomar la ciudad de Santa Clara, aunque al final el Gobierno logró controlar la situación.
Tras la caída de Gerardo Machado en agosto de 1933, el presidente provisional de la República, Coronel Carlos Manuel de Céspedes, lo designó, de nuevo, Ministro de Gobernación, un cargo desde el que nada pudo hacer para frenar el caos y la desintegración de las instituciones armadas, que, arrastradas por la ola revolucionaria del 30, pasaron a ser controladas por las clases y soldados tras la sargentada del 4 de septiembre.
Un presidente sin poder
La revolución de los sargentos del 4 de septiembre de 1933 provocó un cambio radical en las relaciones de poder en la República. A partir de ese momento, la oligarquía cubana – que desde 1902 había ejercido un poder casi total de todos los poderes a través de su alianza con el mambisado triunfante – no lograría jamás retomar el control absoluto de los poderes del Estado, los cuales debió compartir con sectores que hasta 1933 habían sido casi marginales en la política cubana como los militares y los profesionales pequeño burgueses.
En medio de esas aguas turbias debió maniobrar un político «tradicional» como Federico Laredo Bru, quien se convirtió en vicepresidente de la República en 1936, como compañero de fórmula de Miguel Mariano Gómez.
Miguel Mariano, hijo de José Miguel Gómez, había sido alcalde de La Habana (un cargo República) del cual había sido despojado cuando Gerardo Machado decidió suprimir la municipalidad habanera para crear su «Distrito Central». En 1936 se convirtió en presidente de un país que trataba de reencontrar su camino constitucional, pero que había cambiado radicalmente.
Su enfrentamiento a los sargentos del 4 de septiembre (convertidos ahora en coroneles) y en especial al jefe del ejército, Fulgencio Batista, derivó en un juicio político «express» en el Congreso de la República en el que fue despojado de su honorable cargo el 24 de diciembre de 1936, convirtiéndose, inmediatamente y por sustitución reglamentaria, en presidente de Cuba, el coronel del Ejército Libertador cubano, Federico Laredo Bru.
Se puede afirmar, sin riesgo de equivocación, que Federico Laredo Bru – quien cogió bien las señas de lo que le había sucedido a Miguel Mariano – tuvo una presidencia gris, pues fue un presidente sin poder, una mera marioneta en mano del jefe del Ejército, Fulgencio Batista, a quien satisfizo en todas sus demandas y ambiciones, y quien era quien decidía (a través de un gabinete repleto de incondicionales y de un Congreso lacayuno) lo que se hacía y deshacía en Palacio.
Aún con estas presiones, durante su gobierno se tomaron importantes medidas de carácter democrático como la autonomía universitaria, la creación de las Escuelas Cívico – Militares y en especial la convocatoria de una asamblea constituyente, de la que emanaría la Constitución de 1940, por mucho, la más avanzada de América en la época.
En 1940, como era de esperar, el coronel Federico Laredo Bru entregó la presidencia al hombre fuerte del país y ya presidente electo, Fulgencio Batista y Zaldívar y se retiró a la vida privada.
Federico Laredo Bru, el último de los presidentes mambises, falleció en La Habana el 7 de julio de 1946, seis años después de terminar su mandato Presidencial.
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