Cualquiera que haya nacido o vivido un tiempo en La Habana (y no tiene que ser, necesariamente un tiempo largo) ha escuchado infinidad de veces aquello de que «no se puede meter La Habana en Guanabacoa«.
El origen de este dicho con presunciones de Física y Geografía – que se utiliza en el lenguaje popular cuando se quiere reafirmar que, por más cañona que se intente, cuando algo no cabe, no cabe – tuvo su origen, según la mayoría de las fuentes, nada menos que en el siglo XVI, cuando La Habana era un pobre caserío y Guanabacoa no llegaba ni a eso.
La Habana en Guanabacoa
La cosa ocurrió más o menos así: Resulta que el 5 de julio de 1551 se presentó ante La Habana el corsario francés Jacques de Sores al frente de 200 marinos con la intención de saquear la población.
En ese entonces no existían ni el Morro, ni la Punta, ni había murallas de ningún tipo por lo que toda la defensa de la ciudad recaía sobre la Fuerza Vieja, que por demás estaba bastante desatendida, pues los recursos con los que contaban las autoridades para esos menesteres eran siempre escasos.
Apenas vio a los barcos franceses entrar en la bahía el gobernador Pérez de Ángulo reunió a los pocos hombres útiles para las armas que existían en la ciudad, los envió a la Fuerza Vieja y les soltó aquellos de «resistan soldados, vengo ahora».
Rápidamente, y acompañado de cuanto vecino se enteró de los que estaba sucediendo, el gobernador huyó a la única población cercana a La Habana que existía entonces: Guanabacoa.
Guanabacoa era, según lo había dispuesto el rey, un «pueblo de indios», pues se había creado para agrupar en «vida cristiana» a los pocos aborígenes que tras el fin de las encomiendas habían quedado en la región y vagaba dispersos por los campos. Entre ellos (que eran los únicos hombres disponibles en cientos de kilómetros) pretendía Pérez Ángulo reclutar refuerzos para socorrer a los sitiados de La fuerza y enfrentar a los franceses.
De más está decir que su propósito no tuvo éxito y sólo logró enojar aún más a los franceses que esperaban un gran botín de La Habana y habían encontrado una ciudad miserable y hambreada, por lo que primero pasaron a cuchillo a todos los rezagados y a los defensores de la Fuerza y después se dedicaron alegre y metódicamente a quemar la ciudad tabla por tabla.
Mientras, en Guanabacoa, que contaba sólo con unos pocos bohío dispersos se organizaba el gobierno y la liturgia, buscaban acomodo los vecinos huidos y se agrupaban los pocos refuerzos que había logrado conseguir Pérez Ángulo. Todo ante los ojos asombrados de los indios que, ante la turba que había interrumpido en su bucólica vida, debieron ser los primeros en decir que «La Habana no cabe en Guanabacoa«.
Mambises en Guanabacoa y La Habana también
Si bien lo anterior funciona bien como leyenda de origen, algunos lo ponen en duda y aseguran que el origen del dicho es mucho más reciente en el tiempo.
Esta segunda versión fija el surgimiento de «La Habana no cabe en Guanabacoa» en un artículo del Diario de la Marina publicado el 16 de noviembre de 1898 en el que se describe el apoteósico recibimiento que el pueblo de Guanabacoa brindó a las tropas del Ejército Libertador cubano que el día anterior habían desfilado triunfalmente por sus calles al mando del general Rafael de Cárdenas.
Como los mambises tenían vedada la entrada a La Habana, donde aún permanecían acantonadas las tropas españolas que evacuaban el pais, miles de habaneros se desplazaron a la vecina Guanabacoa para homenajear a los héroes que habían hecho libre a Cuba.
Fueron tantos – según el Diario de la Marina, al que se se le puede acusar de cualquier cosa, menos de haber simpatizado con la independencia – que las calles de Guanabacoa se quedaron pequeñas.
De aahí vendría el dicho que ha llegado hasta nuestros días, sin un origen preciso, pero con un significado clarísimo.
Bella historia soy nacida y criada en Guanabacoa y en ocasiones no sabemos de donde salen los refranes, siendo capaces hasta de repetirlos mis saludos amigo y muchas gracias.
Nacido en Guanabacoa, de padres guanabacoenses y abuelos, he oído el refran siempre referente a el ataque pirata. La otra versión del XIX, es la que cuentan personas ajenas a la Villa.