Reseña sobre la mafia de La Habana tomada del libro «Nocturno de La Habana» del escritor T. J. English
Resultaba claro que las asombrosas e inesperadas ganancias económicas de Cuba no se utilizaban para satisfacer las necesidades del pueblo, sino más bien para llenar las cuentas bancarias particulares y las carteras de un grupo poderoso de políticos corruptos e «inversores» estadounidenses.
A este alto mando económico se le llamaría la Mafia de La Habana.
Es un hecho histórico —y también objeto de muchas leyendas en Cuba y Estados Unidos— que la Mafia de La Habana estaba formada por algunas de las figuras más notorias del hampa en aquel tiempo. Charles «Lucky» Luciano, Meyer Lansky, Santo Trafficante, Albert Anastasia y otros gángsteres que llegaron a La Habana a finales de la década de 1940 y durante la de 1950.
Eran hombres que habían perfeccionado sus habilidades y amasado o heredado su riqueza durante los «días de gloria» de la Prohibición en Estados Unidos.
Estos gángsteres siempre habían soñado que algún día controlarían su propio país, un lugar donde podrían proporcionar juegos de azar, drogas, bebidas alcohólicas, prostitución y otras formas de vicio sin la intrusión del gobierno ni de los servidores de la ley.
El juego y el ocio eran solo partes de la ecuación. La idea que formularon Luciano, Lansky y otros era que La Habana sirviese de tapadera de un plan mucho más ambicioso: la creación de un Estado delincuente cuyo producto nacional bruto, fondos de jubilación sindicales, compañías de servicios públicos, bancos y otras instituciones financieras servirían para lanzar nuevas empresas delictivas en todo el mundo.
La Mafia de La Habana podría luego ocultar los beneficios obtenidos de estas operaciones delictivas tras la máscara de un «gobierno legítimo» en Cuba sin que nadie pudiera tocarlos.
La marcha de la política en la isla contribuiría en gran medida a determinar la suerte de la Mafia en Cuba, pero sus actividades también se vieron afectadas por acontecimientos acaecidos en Estados Unidos.
Puede que ya en la década de 1920 Luciano y Lansky quisieran convertir Cuba en una base de operaciones, pero la historia se interpuso a veces en su camino. Recesiones económicas, guerras y la actuación de las autoridades estadounidenses obligaron a llevar a cabo repliegues de gastos y cambios de estrategia.
La formulación definitiva del plan no se hizo hasta finales de la década de 1940, e incluso entonces hubo interrupciones. La tarea incumbiría en gran medida a Lansky, que dedicaría buena parte de su vida adulta a trazar las relaciones necesarias y proporcionar el impulso.
A comienzos de la década de 1950, el plan ya parecía a punto de cristalizar. Gracias a la fuerza de voluntad, una organización astuta y el recurso acertado de la represión política, la violencia y el asesinato, pareció que el sueño de los gángsteres se había hecho realidad.
La Habana era un hervidero. El dinero que manaba de los inmensos hoteles-casinos servía para construir clubes nocturnos que atraían a artistas de categoría, tanto cubanos como norteamericanos y europeos.
El resultado fue una época fabulosa en lo que se refiere al mundo del espectáculo, tal vez el período más orgánico y exótico de la historia de la delincuencia organizada.
En establecimientos como el Tropicana, el club nocturno mundialmente famoso, se ofrecían grandes espectáculos que marcaron la pauta para las generaciones venideras. Los cabarets más pequeños permitían una mayor proximidad entre los clientes y las bailarinas, que iban ligeras de ropa y eran voluptuosas y a veces asequibles.
Esparcidos por toda la ciudad había burdeles y salas de diversas categorías que ofrecían espectáculos de variedades subidas de tono.
La Habana siempre había sido un lugar donde se podía escuchar música estupenda, pero en la época de la Mafia de La Habana una generación de músicos encontró su propia forma de expresión.
A finales de la década de 1940, el arreglista Dámaso Pérez Prado y su orquesta, junto con otras formaciones de renombre, crearon una moda llamada «el mambo». El mambo era a la vez un tipo de música y un baile, una transacción sensual entre dos personas embarcadas en un intento de seducción mutua. El mambo era el baile oficioso de la Mafia de La Habana y los tórridos ritmos latinos que inspiraron el fenómeno marcarían toda la época.
Luciano, Lansky, Trafficante y otros hampones norteamericanos se convirtieron en la realeza local. Dado que en Cuba la ley permitía jugar en los casinos, los gángsteres actuaban más abiertamente de lo que tenían por costumbre.
Varios de ellos y sus compinches formaban parte de los consejos de administración de bancos, instituciones financieras y poderosas sociedades anónimas. Como Meyer Lansky y compañía eran extranjeros en Cuba, sus operaciones parecían números de prestidigitación, solo que, en realidad, nada de todo ello hubiera sido posible sin la cooperación del nativo máximo: el presidente Fulgencio Batista y Zaldívar.
Batista obedecía los dictados de los gángsteres norteamericanos. Los casinos y los clubes nocturnos generaban un capital que se destinaba a construir aparatosas obras públicas y a atraer inversores, a los que luego desplumaban Batista y sus secuaces. Lo único que tenía que hacer Batista era evitar que el pueblo cubano intentase salir del lugar que le correspondía.
Su misión consistía en asegurarse de que el fervor revolucionario que formaba parte de Cuba tanto como el azúcar y el ron no se desbordara y amenazase a la gallina de los huevos de oro. Con su servicio de inteligencia, sus soldados y sus escuadrones secretos de torturadores dentro de la policía, el presidente Batista representaba el poder que había detrás de la Mafia de La Habana
A ojos de los que se oponían a su régimen fraudulento, los casinos, los clubes nocturnos, el comercio del sexo y el gangsterismo en la capital pasaron a ser símbolos de todo lo que despreciaban en el saqueo de Cuba por parte de intereses extranjeros.
Forzosamente tenía que producirse un enfrentamiento.
¿Cómo reaccionaron Lansky y los gángsteres a los malos augurios? Con más desarrollo: hoteles-casinos más grandes, espectáculos más fastuosos y mayores dosis de «capital de inversión» destinadas a reforzar el statu quo y sofocar las fuerzas de la Revolución.
La Habana se transformó en una mezcla inestable de Montecarlo, Casablanca y la antigua ciudad española de Cádiz, todo en uno: un brebaje ponzoñoso cuyos ingredientes eran el juego, los complots revolucionarios secretos, la represión violenta y el gangsterismo.
El legado de esos años ahora forma parte del reino de la leyenda.
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