Reseña sobre los ataques de corsarios y piratas a La Habana tomada del libro «La Habana Apuntes históricos» de Emilio Roig
En año de 1537 sufrió La Habana el primero y muy desastroso asalto de los corsarios franceses.
Uno de éstos permaneció anclado en el puerto durante tres horas, observando los buques españoles que en él se encontraban, los que, al retirarse el corsario rumbo al Mariel, lo persiguieron y combatieron, con suerte adversa, pues el francés quemó dos y se llevó otro, no sin antes asaltar, saquear y quemar la villa. Es posible que en este incendio se perdieran, total o parcialmente, los Libros de Actas existentes hasta esa fecha.
En 1538, otro francés, que había sido ahuyentado de Santiago por Diego Pérez con su navío La Magdalena, se posesionó de La Habana durante quince días, quemando un bajel, saqueando el poblado, haciendo huir a sus moradores y llevándose las campanas de la iglesia.
Jean Francois de la Roque, señor de Roberval, que ostentaba el cargo de Teniente General del Canadá otorgado por Francisco I de Francia, y a quien los españoles conocían por Robert Baal, atacó La Habana en 1543 con cuatro galeotas, anclando sus embarcaciones frente a La Punta, y desembarcó su gente por la caleta de San Lázaro; pero los vecinos de la Villa se armaron, logrando rechazar a los invasores con el auxilio de los fuegos de la primitiva fortaleza construida por Aceituno, reembarcándose los piratas sin realizar daño alguno, y con pérdida de más de quince hombres.
Jacques de Sores
Uno de los más desastrosos asaltos que sufrió La Habana en el siglo XVI, por parte de los piratas franceses, fue el realizado el 10 de julio de 1555 por el famoso corsario Jacques de Sores, valiente y experimentado marino que había sido almirante con Francois Le Clercq (Pie de Palo).
En la mañana de aquel día se presentó a la vista del puerto el navío pirata. El gobernador Gonzalo Pérez de Angulo salió huyendo con su familia hacia la aldea de indígenas de Guanabacoa, donde se refugió con varios regidores y vecinos, poniendo a resguardo, también, algunos de sus muebles y otras pertenencias.
Ante la cobardía de Pérez de Angulo, el vecino de La Habana y regidor de su cabildo don Juan de Lobera se dispuso valientemente a resistir el ataque de los franceses, atricherándose en la única, pobrísima e inadecuada fortaleza, de la que era alcaide.
Después de enconada lucha se vio obligado a rendirse, pero en condiciones honrosas, respetándole el francés su vida y la de los suyos y el honor de las mujeres.
Concertada una tregua para negociar con Pérez de Angulo el rescate de la población, que Sores hizo ascender a treinta mil pesos y cien cargas de pan casabí, el Gobernador no aceptó la tregua y se dispuso a sorprender a los franceses mientras dormían, pero, advertidos éstos a tiempo, rechazaron el ataque.
Reanudadas las negociaciones para el rescate, Sores, indignado por «los miserables mil pesos» que ofrecieron los habitantes, prendió fuego a la población, destruyéndolo todo, quemando las embarcaciones que había en el puerto, y las estancias vecinas, colgando a los negros que en éstas laboraban y ultrajando las imágenes de los santos y las sagradas vestiduras.
Perdiéronse también, en el incendio, los archivos del cabildo habanero anteriores a 1550. El 5 de agosto, a medianoche, se hizo Sores a la vela, dejando La Habana arrasada y a sus vecinos en la miseria, maldiciendo al hereje francés y renegando de su cobarde gobernador.
Ingleses y franceses
Durante el gobierno de Diego de Mazariegos, sucesor de Angulo, estuvo La Habana en varias ocasiones amenazada de asaltos de piratas, que no llegaron a desembarcar gracias a la vigilancia mantenida por el Gobernador, en tierra, y a las flotas de Pedro de las Ruedas y de Pedro Menéndez de Avilés. Al abandonar Mazariegos la Isla, en 1565, fue víctima, frente al Mariel, de los piratas, que lo hicieron prisionero, exigiéndole rescate; pero enterado de ello el nuevo gobernador, García Osorio, envió al sobrino de Avilés, Pedro Menéndez Márquez, en defensa de Mazariegos, logrando aquél batir a los franceses y libertar al Gobernador.
En 1568, el marino inglés John Hawkins, traficante de esclavos, oro, perlas, cuero y azúcar por estos mares de las Antillas, y a quien la reina Isabel de Inglaterra ennobleció, concediéndole escudo de armas que ostentaba
«sobre unas olas de mar azuladas, un león de oro sobre fondo negro, en el cual se ven tres monedas también de oro, y por cimera, el busto de un negro engalanado con joyas»,
fue sorprendido a la altura de La Habana por fuerte tormenta que le ocasionó averías gruesas a su nave capitana El Jesús.
Un pirata francés persiguió, el año 1576, hasta la misma entrada del puerto a un navío español, que logró ponerse en salvo, refugiándose en el interior de la bahía.
Francis Drake amenaza
Francis Drake, discípulo y compañero de Hawkins, célebre en la historia de la marina inglesa, constituyó durante los años de 1585 y 86 la preocupación y el terror de los gobernantes y vecinos de La Habana, al saberse de una proyectada incursión pirática de aquél a la Villa, al frente de una escuadra de veinte y tres buques, con mil trescientos tripulantes, salida de Plymouth el 15 de septiembre del primero de dichos años, rumbo a América, para vengar la traición española que contra el escuadrón de Hawkins realizó Don Henríquez de San Juan de Ulloa; pero, afortunadamente para los habaneros, el temido corsario no llegó a atacar la población, aunque el 27 de mayo del 86 siete barcos ingleses persiguieron, frente a La Habana, infructuosamente, una goleta española cargada de palo campeche, la cual pudo guarecerse en el puerto, castigando a las naves enemigas los fuegos de La Punta y El Morro.
Ese mismo día, a las tres de la tarde, catorce buques de Drake barloventearon frente a la población, y a la madrugada siguiente se presentó el resto de la escuadra, permaneciendo al pairo hasta el 4 de julio, en que se dirigió rumbo al Noroeste, sin intentar ataque ni desembarco alguno.
Una de las embarcaciones, al quedar rezagada, sufrió la captura por dos galeotas españolas, que la trajeron a La Habana con su tripulación. Si bien se trató de ahorcar a todos estos ingleses piratas, se les perdonó luego, por haber alegado que no habían ocasionado daño a la Villa, obligándoseles únicamente a cooperar en las obras de la fortaleza.
Igual suerte experimentaron los tripulantes de una nave pirata francesa capturada también en esos días.
Llegan los holandeses
El 15 de junio de 1626 se presentó frente a La Habana la flota del corsario holandés Baodayno Enrico o Vaude Vin Enrique, en acecho de la flota española de México, pero habiendo muerto su jefe el día 2 de julio, de fiebres contraídas al hacer escala en Cabañas, el oficial que lo sustituyó, al darse cuenta de lo bien fortificada que estaba La Habana, abandonó el sitio de la misma, dirigiéndose a Matanzas.
Otras naves holandesas trataron después, inútilmente, de asaltar la armada española que se dirigía a La Habana por el cabo de San Antonio, siendo defendida aquélla felizmente por el marino habanero Diego Vázquez de Hinostrosa, jefe de una armadilla.
Durante el gobierno del maestre de campo Lorenzo Cabrera Corbera sufrió horrible descalabro el convoy español de la plata mandado por Juan de Benavides Bazán, a manos de la poderosa flota holandesa de Piet Heyn, uno de cuyos escuadrones, de dieciséis buques, se estacionó frente a La Habana a mediados de 1628, y el otro escuadrón, de igual número de barcos, se dirigió a Pinar del Río, en espera ambos de la escuadra española.
Al divisar ésta a los piratas, trató de alcanzar el puerto de Matanzas, varándose a su entrada la nave capitana y dos galeones y siendo apresadas otras embarcaciones por Heyn, quien se apoderó de los ocho mejores navíos y de los tesoros que llevaban a bordo, quemando los barcos que juzgó inservibles. Durante más de dos semanas permaneció el pirata holandés a la vista de La Habana con su flota y los barcos españoles apresados, haciéndose a la vela rumbo a su patria el 15 de noviembre.
Otras naves holandesas trataron después, inútilmente, de asaltar Jool’s (Pata de Palo), en los primeros meses del año 1631 trató en dos ocasiones de apresar la flota de México, situándose al efecto frente a La Habana durante varios días, sin lograr su propósito y ni siquiera la efectividad del bloqueo del puerto, pues en su segundo acecho burlaron aquél veintiséis buques españoles, y la escuadra de Tomás de Larraspuru pudo zarpar de La Habana en febrero de 1632, con cincuenta y ocho buques, portadores de más de ocho millones de pesos.
Nuevamente, el cuatro de septiembre de 1640, Pata de Palo, con una flota de treinta y seis velas, se situó a la vista de la Ciudad; pero el huracán desencadenado el día 11 dispersó los barcos, embarrancando y destruyendo varios de ellos, muchos de cuyos tripulantes fueron hechos prisioneros y conducidos a La Habana, y el día 20 el jefe holandés envió un parlamento al Gobernador, solicitando el canje de prisioneros, lo que no fue aceptado, dirigiéndose Pata de Palo a Matanzas y desembarcando en ella, no sin causar algún daño a los vecinos. En el mes de octubre abandonó definitivamente nuestros mares.
El adios de los ataques de corsarios y piratas a La Habana
Las últimas amenazas de ataques corsarios a La Habana tuvieron lugar durante los gobiernos de Juan de Salamanca y Francisco Dávila Orejón.
El inglés David Manwell merodeó a la altura de La Habana en espera de convoyes españoles, que no se presentaron.
Su discípulo, Henry John Morgan, que llegó a adquirir triste renombre por su desenfrenada crueldad, no obstante lo cual o tal vez por ello mismo, fue recompensado por el rey Carlos II de Inglaterra con el título de Caballero y el nombramiento de Comisario del Almirantazgo en Jamaica, después de varias depredaciones en Santiago y otros puertos antillanos y centroamericanos, el 1ro. de marzo de 1668 se presentó a la vista de La Habana con el intento de asaltarla por la parte no fortificada, desembarcando para ello en Batabanó setecientos hombres, que se disponían a entrar por Jesús del Monte; pero, conocedor el pirata de los serios preparativos de defensa llevados a cabo por Dávila Orejón, abandonó la empresa, planeando entonces el ataque y saqueo de Puerto Príncipe, que sí pudo efectuar impunemente a fines de ese mismo mes de marzo.
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