Mercedes Valdés Mendoza, nació en Guanabacoa, el 11 de noviembre de 1820, y al igual que su coterránea Nieves Xenes vivió una vida bastante retraída, sin mostrar mucho interés por darse a conocer como poeta.
Su vida ha sido poco abordada, la información que sobre ella aparece es bien escasa, pero todas las fuentes consignan que su nacimiento como poetisa conocida y valorada estuvo marcado por la más estricta casualidad.
Al respecto Domitila de Coronado consigna:
El prestigioso letrado, D. Francisco Javier Foxá, fue un día al bufete del señor D. Francisco Valdés Mendoza, hermano de Mercedes, a tratar de un asunto profesional; tomó asiento el caballero, y mientras llegaba Valdés Mendoza, prestó atento oído a la voz de mujer que en la sala inmediata recitaba una poesía con argentino acento y dulce inspiración.
Al enfrentarse ambos caballeros, Foxá hizo ademán de silencio a Mendoza, y una vez terminada la recitación, le dijo:
—¿Quién es el autor de esos versos?
—Mercedes, mi hermana, -respondió él, sonriente.
— ¡Cómo, es posible; creí que eran de Meléndez, Zequeira o Ruvalcaba! Yo quiero conocer a su hermana, y que me dé una copia de esos versos.
—Tiene muchos, -le replicó él.
Y accediendo a los deseos manifestados, Foxá conoció a la joven poetisa, ésta le facilitó una copia de los versos que él leyó -ignorándolo la autora— en una reunión de literatos, los cuales, desde luego, la reconocieron como un talento superior.
Lo versos en cuestión fueron los siguientes:
LA ROSA BLANCA A LAS CUBANAS En un ameno jardín Brillaba una fresca rosa Cándida, pura y hermosa, Bella como un querubín. Ostentaba placentera, Su pompa alegre y ufana, Y el cetro de soberana Que le dio la primavera. Absorto la contemplaba El céfiro enamorado, Y su cáliz perfumado Pretende ansioso besar. Se acerca al blando ramaje Que es de la rosa sostén, Y en torno del caro bien Vuela y vuela, sin cesar. "Flor hermosa que en el suelo Luz derramas y ambrosía, Tú de la existencia mía La sola estrella serás; Amarte siempre constante Serán mi encanto y ventura; Yo te ofrezco un alma pura Y no olvidarte jamás" Se enoja la blanca rosa De verse así perseguida, Y de pudor encendida La casta frente ocultó. Evitar cauta, quería De amor el inmenso fuego, Que su existencia y sosiego Inhumano marchitó. "No te enojes, blanca rosa", El céfiro repetía, "Oye la plegaria mía Y tenme, ¡oh, flor! compasión: Calma por Dios esta pena Terrible y abrasadora, Que aniquila destructora Mi ardoroso corazón". Guardó silencio el céfiro amante; La rosa le escuchaba todavía… Sus pétalos abrió, y él delirante, Libó la miel que incauta le ofrecía. Mas, ¡ay! después la rosa infortunada Perdió infeliz su aroma y su frescura, Y al rigor de la negra desventura Miró su gloria convertida en nada. Céfiro suave, grato y apacible, Es del amor la dulce primavera; Pero ¡ay! perece el corazón sensible Que oye su voz falaz y lisonjera! Vírgenes bellas de la patria mía, Tomad ejemplo de la pobre rosa; Antes dormir entre la tumba fría, Que olvidar la virtud santa y hermosa.
A partir de entonces, y sin romper nunca completamente su vida recogida, comienzan a aparecer versos suyos en rotativos de La Habana, España, Inglaterra, Alemania y Nueva Granada, en esta última figura su retrato en la galería de los mejores poetas de América y su poema Cristóbal Colón fue traducido al inglés y el alemán. Además Figuró en las antologías “Poetisas Americanas” de Cortés, París, 1875.
Al parecer fue más valorada por sus contemporáneos, que por los críticos posteriores, este escribidor ha leído en algunas fuentes modernas que Mercedes Valdés Mendoza es una poeta de segundo nivel. Además de lo que hemos consignado anteriormente habría que agregar en este disentimiento que sus poesías fueron editadas por Rafael María de Mendive y Antonio Bachiller y Morales, y prologadas en la edición de 1854 por Ramón Zambrana, quien según recoge El Fígaro expresó que:
…su nombre brillará en las letras cubanas al lado de las mejores.
Mercedes Valdés Mendoza vivió una larga vida, y murió apaciblemente en su natal Guanabacoa un 1 de junio de 1896.
Tres poemas de Mercedés Valdés Mendoza
Sumario
1. A Cristóbal Colón
3.Andar La Habana. Ireno García
A CRISTÓBAL COLON
Nació de Italia en el vergel hermoso, Allá en sus campos de esmeralda bella, En donde el sol purísimo y glorioso Todo su fuego y esplendor destella, Un tierno niño de mirar radioso, De misteriosa y escondida estrella, Que alentaba en su seno un alma pura Del supremo Hacedor perfecta hechura. Y se llamó "Colón", genio sublime Con diadema de luz orla su frente; Tal vez vacila y agitado gime, Y su alma grande palpitar la siente; En él su llama el entusiasmo imprime, Abrasa luego su ardorosa mente, Concibe como Dios, como Dios crea, Y alienta altivo la gigantesca idea. Y pesando su osada fantasía En la balanza fiel del pensamiento, En el silencio de la noche umbría Aumentaba su noble atrevimiento. Hay otro mundo, sí, dijera un día Con atronante y vibrador acento, Y ancho rayo de luz brilló en sus ojos, Anunciando del genio los arrojos. Su patria abandonó, pobre y errante, Y la indolente Europa recorría, Siendo la incertidumbre devorante De su planta infeliz, dudosa guía. Mas. fue su corazón roca constante Que doblegar la suerte no podía, Y obstáculos inmensos superando Iba siempre su mundo vislumbrando. Y lo encontró, en verdad, bello, radiante, De relucientes aguas circundado, Era de Dios riquísimo brillante EH medio de su manto colocado. Y al entreabrir la puerta de diamante Para observar el héroe denodado, Desde el inmenso espacio de la altura Rodó de su esmaltada vestidura. Y puso en ella la gallarda planta Besó la arena y saludó su cielo, El ambiente gratísimo le encanta Y verde alfombra le brindara el suelo. Su espíritu ardentísimo levanta, Que ya cumplido su constante anhelo Juzga vana la humana inteligencia Y adora la suprema omnipotencia. Las silenciosas palmas levantaban Sus erguidas y verdes cabelleras, Y lozanas y esbeltas ostentaban La pompa de sus ramas hechiceras. Pintadas avecillas jugueteaban Al lado de las fuentes placenteras, Aumentando sus nítidas espumas, El tenue movimiento de sus plumas. Un azulado mar siempre tendido Arrullando la arena abrasadora, De un cinturón riquísimo ceñido O una faja de luz deslumbradora. Coloso inmensurable, adormecido En brazos de la calma halagadora Brotando de sus olas bulliciosas La paz y la virtud, puras y hermosas. Un sol de llamas anunciando al día Circundado de vividos fulgores; Un sol lleno de fuego y valentía Arrojando celestes resplandores; Un sol de llamas que orgulloso ardía Tiñendo de sus mágicos colores El lejano confín del horizonte, La altiva cumbre del soberbio monte. Y tú ¡varón sublime!, entristecido Lloraste, solitario, abandonado, Por la negra calumnia confundido Bajo sus fuertes tiros agobiado! Y tú moriste, pobre, oscurecido, De consuelos humanos despojado, Y no regó tu funeraria losa Ni una lágrima tierna y generosa! Álzate de esa tumba infortunada, Arroja, ¡oh genio! su cubierta fría; Ven a olvidar la ingratitud pasada Y del hado fatal la tiranía; Vuelve a vivir, y Cuba alborozada Radiante de contento y alegría Te dará ante tus pies agradecida Su indiana sangre, su preciosa vida. Volver al sumario.
LA ESPERANZA
Piérdase antes vida que esperanza. QUINTILIANO I ¡Ven, ninfa celestial de la esperanza, ven, dulce amiga, que tu amor imploro! (1), y enséñame en hermosa lontananza el bien que busco y anhelante adoro. Muéstrame un sol de gloria y bienandanza con tus reflejos de esmeralda y oro; lanza torrentes de tu luz querida en el triste horizonte de mi vida. II Yo desde niña te buscaba ansiosa en medio de mis juegos seductores; yo desde niña procuré afanosa ornar mi frente con tus blancas flores, y cuando ya la juventud preciosa me cubrió de sus mágicos favores, he buscado también enajenada la bendita expresión de tu mirada. III ¡Cuántas noches, al rayo de la Luna, en tus inmensos dones meditando, he contado las horas una a una, con cien visiones de placer soñando! Tus contentos, tus goces, tu fortuna, por mi agitada mente resbalando, brillantes horizontes bosquejaban y mundos de delicias me brindaban. IV ¡Cuántas veces pensé que acá en la tierra eras del existir lumbrera y guía, o beso de piedad que puro encierra bálsamo de consuelo, y alegría! Y a la manera que en la altiva sierra más vivo lanza su fulgor el día, en tu adorable templo te miraba, y sin saber por qué siempre esperaba. V La tierra virgen que descansa hermosa en delicado lecho de azucenas, a quien la blanda risa presurosa con sus amantes besos hiere apenas, viendo de la corriente bulliciosa las ondas apacibles y serenas, en inefable gozo embebecida se queda con tu imagen adormida. VI Lanza un grito de muerte en la batalla el arrojado, intrépido guerrero, valiente cruza la enemiga valla, y el muro rompe su cortante acero; nada le enfrena; su furor estalla cual el fuerte crujir del rayo fiero, y sin cesar un punto de llamarte levanta de la gloria el estandarte. VII Al pálido lucir de llama inquieta en solitaria estancia retirado, medita y vela el pensador poeta sobre el vetusto libro reclinado; siempre quedara su canción secreta, y del fuego divino despojado, callara el trovador, muriera en suma, si no te viera a ti junto a su pluma.
¿Y qué fuera la mísera existencia
acosada del negro sufrimiento,
si no aspirara la fragante esencia
que vierte suave tu aromado aliento?
Lago sin cristalina transparencia,
el mar sin ondulante movimiento,
abrasado arenal, ciudad desierta,
a toda sensación un alma muerta.
IX Ven, ninfa celestial de la esperanza, ven, dulce amiga, que tu amor imploro, y enséñame en hermosa lontananza el bien que busco y anhelante adoro; muéstrame un sol de gloria y bienandanza con sus reflejos de esmeralda y oro, vierte los rayos de su luz querida en el triste horizonte de mi vida. X Muéstrame sí, tu cielo engalanado con riquísimas franjas de colores, de trémulas estrellas salpicado, y sus lindos luceros brilladores. Vierte en mi corazón acongojado mil afectos de paz, consoladores, y tocaré del porvenir la puerta latiendo el pecho con la fe despierta. XI Tu dulce voz me animará gozosa; y sus anchos umbrales traspasando mi suerte desgraciada o venturosa irán mis ojos sin temor mirando; en torno de mis sienes cariñosa tus purísimas alas desplegando, alentarás tal vez mi fantasía, dándome inspiración, luz y armonía. XII Cíñeme con tus lazos deliciosos, encanto de mi ser, flor argentina, y por senderos fáciles y hermosos mis débiles pisadas encamina. Estréchame en tus brazos amorosos, esperanza feliz, Virgen divina, y al darme la vejez su mano helada en tu seno me encuentre reclinada. Volver al sumario.
A SCEVOLA
Tiende la mano Scévola arrogante Sobre el carbón en ascuas convertido, Y no exhala su boca ni un gemido, Ni oscurece una sombra su semblante. Lleno de fuego el pecho palpitante A un combate glorioso decidido, Es un volcán que brota enfurecido La hirviente lava de su ardor triunfante. Tiembla a su aspecto el mísero tirano, Y su futura suerte comprendiendo, Cobarde rompe el cetro soberano; Y allí entre tanto Scévola sonriendo Le muestra altiva su quemada mano, Al monarca y al mundo confundiendo.
Trackbacks/Pingbacks