Don José Garro fue asesinado en marzo de 1778, se condenó rápidamente a un joven negro que se encontraba en el teatro del crimen, pero ¿por qué aquel hecho sacudió el inestable coexistir de las razas en La Habana del siglo XIX? Aquí va un breve relato de lo ocurrido.

El occiso, José Garro, era un acaudalado hombre de negocios, por demás ilustrado en letras y derecho. Era persona con buen oficio de la palabra por lo que poseía gran reconocimiento entre las clases altas del período, pues a sus cualidades naturales añadía su procedencia de una familia de hacendados criollos -vinculada con la que sería la Casa Pedroso y Garro– que estuvo entre las que recibió de Carlos IV grandes favores nobiliarios a cambio de apoyo financiero a la corona.

Para entender la situación debemos considerar los factores que rodeaban a La Habana en aquel período. El tráfico de esclavos estaba en un período de auge, así como el crecimiento del poder de la obligarquía criolla que empezaba a vislumbrar que los caminos de sus riquezas personales discurrían en dirección opuesta de las políticas coloniales que desde Madrid se imponían.

Se necesitaban hombres que desarrollaran el estratégico arte de enlazar estas dos corrientes sin tensar las cuerdas ni frenar los impulsos. José Garro era uno de estos hombres con poder, reconocimiento real y posesiones -una de sus hijas se casó con el segundo conde de Fernandina, don Gonzalo de Herrera y Herrera, siendo el único hijo del matrimonio José María de Herrera y Garro, tercer conde de Fernandina-.

El asesinato de José Garro, orgullo y prejuicio

La noche de los terribles sucesos nada parecía presagiar la tragedia que se cernía sobre el acaudalado hacendado. Acaba de salir del teatro Coliseo (conocido luego como el teatro Principal de La Habana, tan principal como que era el único teatro de la ciudad) donde había disfrutado de una función de la compañía de cómicos del país cuya puesta en escena (El desdén, con el desdén) sería una de las grandes obras de Agustín Moreto -fechada en 1654- y que arrasó en aquella temporada. Era don José Garro, podemos afirmarlo, un hombre feliz en ese momento.

Por si asistir a la función de las 7 de la tarde del teatro Principal no fuese poca cosa, el hecho de ser el invitado de honor al palco del Capitán General de la Isla de Cuba en aquel momento, don Diego José Navarro (al que jocosamente le acuñaron los cubanos el término de el general Salchichas por su afición a este plato) nos dan una idea del poder y el reconocimiento que la figura del hacendado criollo tenía en aquel momento.

carruaje siglo XVIII
Los carruajes victorianos fueron introducidos por los ingleses en La Habana pero no tuvieron demasiada aceptación entre los cubanos

Era bastante común ver a ambos hombres conversar en las dependencias del Palacio de los Capitanes Generales o visitar el teatro juntos. El afecto del Capitán General a José Garro era conocido en la ciudad por eso cuando trascendió la noticia de su asesinato no extrañó a nadie que el Gobernador actuara con la presteza, convicción e implacabilidad con la cual pretendió impartir justicia sobre la memoria del amigo asesinado.

Los hechos

La función finalizó y los actores cómicos, famosos en aquella época por sus errores y falta de profesionalidad -entendibles estos aspectos y dispensables debido a las limosnas que cobraban- se recogieron junto con el resto de asistentes. El Capitán General montó en su volanta (una de las pocas que entonces existía en la ciudad), mientras que José Garro montaba en su calesa tomando caminos distintos.

Las calles de La Habana ganaron cierta luz años después pero en aquel momento la visibilidad estaba a merced de la buena luna. El calesero, montado en el primero de los tres caballos, tomó la calle Luz, donde primaban las sombras, y a la altura del convento de Santa Clara le detuvo la ronda que solía apostarse en la esquina de la calle Damas.

josé garro mapa asesinato

Al dar el alto a la calesa un joven negro echó a correr creyendo que le darían algunos guantazos por atreverse a «coger botella» de polizón, pobre de él, que solo quiso ahorrarse algunos cientos de metros y se enganchó a la parte trasera del vehículo, no imaginó que terminaría cargando con el muerto pues la luz de los faroles de los hombres de ley revelaron los ojos apagados de José Garro. Todavía con el cuchillo clavado en su espalda, a la altura del corazón, se encontraba su cuerpo cuando llegaron los distintos peritos que certificaron la muerte del rico hacendado y casi que en el acto condenaron al joven, mientras este insistía en su inocencia.

El proceso

El esperpéntico proceso enfrentó a la sociedad habanera. El único hecho cierto era que don José Garro había sido asesinado y que se había encontrado a un joven negro saliendo despavorido de su calesa a la orden de detención dada por los soldados de la ronda nocturna. Todo lo demás estaba sumido en la misma oscuridad que embargaba a la calle Luz aquella noche. El acusado recibió el insólito apoyo de la opinión pública que señalaba que aquel jovencito que no llegaba a los veinte años ni tenía cara de asesino ni parecía fingir cuando, bañado en lágrimas, insistía en su inocencia.

volanta con dos caballos
Volanta

Se daba la triste circunstancia de que el chico estudiaba y tenía conocimientos de lectura y escritura. Representaba al joven negro que luchaba contra la sociedad esclavista donde el privilegio blanco se imponía.

No parecía aquel chico tener ningún motivo para asesinar a José Garro y, viendo la justicia colonial que no tenía forma de relacionar al joven, inmaculado en su expediente, con el terrible hecho, decidió lanzar una «bola» de que aquel jovencito era un neófito de la terrible asociación de los Curros del Manglar que al ser iniciados, a la voz de «mata-cangrejo» tenían que dar muerte al primer transeúnte que se cruzasen. Era aquella época en que se perseguían a los ñañigos y se les dotaba de toda clase de crímenes para perseguir la libre asociación de negros y mulatos en sociedades secretas.

La injusticia consumada

No tardó un mes en ser alzado el cuerpo inerte de aquel jovenzuelo negro frente a la Puerta de Tierra de las murallas de La Habana (sería sobre la zona que hoy se encuentra en la calle Ejido entre calle Muralla y Sol). Allí el cuerpo se hizo beneficiario de la compasión pública y aunque se dio rápida solución al asunto el pueblo no olvidó la sensación de injusticia que sobre aquella condena planeaba.

puerta de tierra
Puerta de tierra de las murallas de La Habana donde se colgaba a los asesinos

Como se suele decir, bajo este cielo no hay nada oculto, y habría que esperar bastantes años para saber los detalles sobre este asesinato. Sería el mayoral del ingenio «El Garro», cercano a la zona de Arroyo Arenas, el hombre que daría claridad a los hechos cuando en su lecho de muerte confesaría la autoría del crimen. Quería confesar antes de morir pues había vivido desde entonces en remordimiento perpetuo por saber que un inocente había cargado con su culpa.

el mayoral

El historiador Álvaro de la Iglesia, miembro fundador de la Academia Cubana de Historia, lo cuenta así en Cosas de Antaño, publicado en 1917.

«Unos días antes de la función del teatro Principal don José Garro se encontraba en su ingenio, camino de El Cano, donde tuvo una bronca con su mayoral que era un hombre verdaderamente diabólico por su crueldad con la negrada. A causa de uno de sus bárbaros castigos, don José Garro le echó una tremenda filípica poniéndolo de salvaje y estúpido que no había por donde cogerlo.

El mayoral pretendió subírsele a las barbas a su amo y éste, que tenía la mano pesada, de una sola galleta lo acostó delante de los negros que alababan a Dios por aquella justicia. El mayoral, de alma atravesada, juró por lo huesos de toda su parentela cobrársela a don José; vino ocultamente a la capital, veló a su enemigo, lo vio salir del teatro y utilizando las tinieblas que envolvían la calle de Luz lo mató traidoramente por detrás del tapacete».