El Convento de Santa Clara, primero de su tipo en la Isla, tiene sus orígenes en la antigua Plaza del Cristo, concretamente en las obras de urbanización de esta zona, de cuya recaudación salieron el grueso de los fondos que se destinaron a erigir el Convento y su Iglesia.
La institución estaba supeditada a la jurisdicción religiosa de Cartagena de Indias y surgió debido a la necesidad que encontraban algunos vecinos que incapaces de encontrar a alguien acorde a su nivel con quién casar a sus hijas, temían que estas fueran deshonradas, sobre esto en las actas del cabildo de la ciudad se da cuenta que en temprana fecha de seis de abril de 1603 el entonces gobernador Pedro de Valdés en cabildo abierto en la Plaza de la Parroquial realizó el primer sondeo sobre la disposición de los vecinos de la Villa de San Cristóbal en contribuir a la edificación de un convento de monjas.
El propio Valdés propuso entonces que se nombrase una comisión integrada por dos o tres personas honradas y celosas del servicio de Dios para emprender esta obra y cuántos estaban dispuestos a contribuir monetariamente a la misma, esta comisión además debía determinar cuántas jóvenes estaban dispuestas a tomar el hábito y de cuánto sería la dote aportada por las mismas.
La memoria de aquel cabildo de participación ciudadana abierta se envió a Su Majestad real con la solicitud de que ayudase a dicha obra con la limosna acostumbrada.
El Convento de Santa Clara
La antigua villa había sido reconocida como ciudad apenas en 1592, las primeras fortificaciones estaban siendo erigidas o proyectadas, la Plaza Parroquial y sus alrededores perfilados pero aún faltaba que la ciudad tuviese su edificio religioso que defendiese la moral y la honradez de las jóvenes de la época.
La complejidad de encontrar matrimonios acordes y la deshonra que siempre estaba presente, ya fuese por relaciones consentidas o por violaciones, provocó que hasta en 13 veces (en el período 1603-1632) quedase constancia del interés de la ciudadanía por conseguir la cédula real que permitiese la construcción del santo enclave.
Sería finalmente en la cédula del Rey fechada el 20 de diciembre de 1632 en la cual informaba que «visto en un Consejo de las Indias y lo que alegó su fiscal, ha tenido por bien dar la licencia y facultada a la dicha ciudad de La habana para que funde en ella un convento de monjas«. Como hemos mencionado en otros casos, por ejemplo el Convento de Santa Catalina de Sena, el Rey condicionó la fundación del Convento a una serie de requisitos bastante estrictos.
Era indispensable que antes de empezar la obra ya estuviesen reunidos todos los recursos necesarios para finalizarla sin ninguna eventualidad. Otra de las enmiendas indispensables era que la dotación para las monjas debía ser de por lo menos 30 mil ducados antes de empezar dicha fábrica, de mandas ciertas y seguras; además el monasterio sería de religiosas descalzas y estaría sujeto al clero secular, no al regular.
Retrasos y complicaciones
Pese a que la ciudadanía había insistido hasta obtener la licencia, materializar ese deseo dando cumplimiento al edicto real fue harto complejo. Casi 4 años después aún no se conseguía colocar la primera piedra que diera lugar al convento, sin embargo en el acta capitular del 29 de octubre de 1638 se informó que se comenzaban las obras del futuro Convento.
Para la inauguración de la institución religiosa se trasladaron desde Cartagena de Indias varias monjas franciscanas bajo el priorato de doña Catalina de Mendoza. Algunas fuentes datan el comienzo del convento y la iglesia en 1643, mientras que otras los sitúan un año después, en 1644.
Desde la primera evidencia real del interés por construir el convento hasta su finalización transcurrieron cerca de 42 años, las posteriores construcciones religiosas habaneras tuvieron más facilidades, pero siempre fueron procesos dilatados y complejos, controlados en extremo, y ralentizados por esta cuestión, por el gobierno central de Madrid.
Características técnicas
Lo más celebrado de esta amplia edificación religiosa, que ocupaba la manzana comprendida entre las calles Cuba, Sol, Luz y Habana, era su gran patio central en el cual destacaba una amplia explanada, adyacente a la cual estaba el cementerio de las monjas y algunas edificaciones menores.
La construcción primigenia fue expandiéndose en el tiempo y llegó a alojar la iglesia con torre y campanario, tres claustros, dormitorios, un patio colonial con fuente y aljibe, huerta, cementerio, y otras instalaciones asociadas a los usos cotidianos como almacén, cocina…
Durante la toma de La Habana por los ingleses, en 1762, el Capitán General ordenó a las clarisas marcharse de la ciudad y el convento se convirtió en hospital de campaña. Una vez finalizado el conflicto armado, regresaron a su vida de clausura y mantuvieron la sede de su congregación en este edificio hasta 1921, año en que lo venden a una entidad inmobiliaria para trasladarse al barrio habanero de Lawton, en el municipio capitalino de Diez de Octubre.
Tomado de Ecured
El dote de las monjas para entrar era de dos mil ducados. En sus primeros años de vida allí residió María de las Mercedes de Santa Cruz, quien después sería conocida como la condesa de Merlin.
La Iglesia
Según Joaquin E. Weiss en su magnífico Arquitectura Colonial Cubana de los siglos XVI al XVIII la iglesia estaba ubicada en el ángulo de las calles de Cuba y Sol, era uninave y de la altura de los dos pisos del claustro, con unas doce varas de ancho por cuarenta y cuatro de largo. La torre de tres cuerpos y cubierta apiramidada, intercalada entre la iglesia y el convento, fue construido por el maestro Pedro Hernández de Santiago a principios del siglo XVIII. El resto del convento era exteriormente sólo un gran bloque de albañilería con ventanas altas y coronamiento de tejaroces.
El estado lo compra
En 1919 se inicia el proceso de ventana del Convento por parte de las monjas que tenían la propiedad del mismo y que finalizó en 1921. La nueva locación en Lawton fue erigida por los arquitectos Juan Manuel Lagomasinos y Enrique Fernández.
Ubicación actual de la Parroquia del Convento de Santa Clara de Asís, en la localidad de Lawton.
El convento original tras pasar a manos del estado fue sede de las dependencias de la Secretaría de Obras Públicas, y tras varias alteraciones en su estructuras, que se extendieron incluso después de 1960, entre las cuales llegó a ser almacén de utilería teatral se decidió su remodelación y reconstrucción parcial en 1982 con el apoyo de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, dentro de los proyectos de recuperación del casco histórico de la Habana colonial, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad.
El interés en rescatar sus valores arquitectónicos coloniales ha perdurado desde entonces recibiendo en 1990 otra reparación total en el claustro principal, aunque en la actualidad (marzo de 2021) el estado del inmueble es bastante precario y debería ser reacondicionado nuevamente.
A partir de 1994 tuve el privilegio de trabajar en el entonces existente Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología, radicado allí a partir de un proyecto del Gobierno Cubano con la UNESCO.
El convento no solo fue el primero para mujeres del país, sino que la evolución de su construcción devino una gran lección de urbanismo. Primero existió allí la Fuente de la Samaritana, que daba agua a la población del primer acueducto hecho por los europeos en América. La existencia de esa fuente fué, probablemente, uno de los factores que influyó en la elección del empzamiento del convento, ya que se construyó en torno a aquella y el agua quedó bajo el control de las monjas. Su construcción también interrumpió una calle de acceso al puerto, por lo que la gente empezó a darle la vuelta al edificio, creando la calle otra vez, pero por fuera. Junto a ella le hubo varias construcciones reportadas en documentos de la época. Una era un matadero y la otra la casa de un marino propietario de un pequeño astillero. En una ulterior ampliación, se construyó también en torno a lo ya existente, incluído el tramo de la calle, hoy llamada «Luz», y se hizo el segundo claustro, el que estuvo dedicado desde entonces a las noticias y seglares. Posteriormente se repitió el procedimiento con el tercer claustro, en el área contigua al camposanto de las monjas y ahí vivían las esclavas de las internas. Finalmente, ese es el único edificio en Cuba que conserva en su interior pedazos de la historia del desarrollo urbano de la ciudad en el período colonial.
Muy interesante su aporte René, gracias.
Fue una experiencia dar un curso en este hermoso sitio.
En ese Convento radicó el Centro Nacional de Restauración y Museología (CENCREM) del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, dónde en dos ocasiones tuve la oportunidad de asistir a cursos de postgrado, impartidos por magníficos colegas y profesores como los arquitectos Daniel Taboada, Marín y el arquitecto Melero, entre otros.