La vida del Dr. Eusebio Hernández es digna de una película, pues como ninguna refleja el sacrificio y las venturas y desventuras de los profesionales cubanos del siglo XIX que se consagraron al servicio de su patria sin importarles los renunciamientos ni las privaciones.
Eusebio Hernández Pérez nació en Colón, Matanzas, el 18 de enero de 1853 y con sólo 15 años participó en el llamado «alzamiento de Jagüey Grande» que encabezó Gabriel García Menocal, padre del futuro presidente de la República Mario García Menocal.
Ese foco insurreccional fue rápidamente controlado por las autoridades y Eusebio Hernández fue hecho prisionero por una partida de guerrilleros que, sin compadecerse de su corta edad decidieron fusilarlo en un monte cercano a su natal Colón.
Salvó la vida milagrosamente huyendo en medio de la balacera hacia la manigua, donde permaneció escondido hasta que pudo abandonar la zona y trasladarse, primero a Cárdenas y Matanzas y luego a La Habana.
En la capital del país cursó el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza y terminados este, su familia, que temía a la represión desatada por las autoridades coloniales, sobre todo después del vergonzoso episodio del fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, decidió enviarlo a Madrid para estudiar Medicina, precisamente; carrera que abandonaría sin presentar la tesis de grado y que concluiría posteriormente en 1887.
Tras la conclusión de sus estudios se estableció en París y viajó a Berlín para especializarse en ginecología y obstetricia, especialidades en las que llegaría a ser considerado como una eminencia.
Eusebio Hernández: el Patriota
Si Eusebio Hernández no se pudo residir como médico en Madrid a la primera oportunidad no fue por falta de talento, sino por patriotismo.
Durante su estancia en la Península había conocido al Mayor General Calixto García y se había puesto a sus órdenes. Cuando este partió hacia Nueva York para organizar la contienda que estallaría en Cuba con el nombre de Guerra Chiquita, Eusebio Hernández se trasladó a la Isla para fungir como coordinador entre los conspiradores del Occidente y el Oriente del país.
Ante la inminencia de su detención huyó a los Estados Unidos. Entre 1880 y 1887 residió en varios países de América y estrechó lazos de amistad con los héroes de la Guerra Grande, en especial con Antonio Maceo, al que llegó a unirle una profunda amistad.
Profundamente comprometido con el Plan Gómez – Maceo y convertido en médico personal del Titán de Bronce, Eusebio Hernández estuvo en el centro de todas las conspiraciones independentistas de la década de 1880, hasta que el fracaso definitivo de las mismas lo llevó de vuelta a Europa para terminar sus estudios de Medicina.
Al estallar la Guerra del 95 no lo dudó un segundo y se puso a las órdenes del Comité Revolucionario Cubano para venir a pelear a Cuba.
Naufragó con Calixto García en el vapor Hawkings, hasta que, finalmente, pudo llegar a Cuba junto al viejo general en la expedición del Bermuda.
Durante la guerra, en la que alcanzó el grado de General de Brigada, combatió bajo las órdenes de José Maceo, Máximo Gómez y Calixto García y ocupó el cargo de Secretario de Relaciones Exteriores, al que renunció por discrepancias con el presidente Salvador Cisneros Betancourt. También ocuparía las más altas responsabilidades en los servicios médicos del Ejército Libertador cubano y redactaría la Ley de Sanidad Militar.
El fin de la contienda lo sorprendería en Estados Unidos, a donde el Mayor General Calixto García lo había enviado para que recuperase su maltrecha salud. Allí recibió también la noticia de su elección como representante a la Asamblea de Santa Cruz del Sur, responsabilidad que no aceptó en protesta por la ocupación militar norteamericana.
Eusebio Hernández: el médico
Regresó a Cuba con gran tristeza, pues lo hizo acompañado al cadáver de su jefe el Mayor General Calixto García, muerto en Estados Unidos durante el cumplimiento de la misión encomendado por la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana.
Siempre vertical y opuesto a las medianías, apenas llegó a la Isla, Eusebio Hernández emplazó a los ocupantes estadounidenses, que jugaban con el fantasma de la anexión, a definirse públicamente sobre la independencia de Cuba.
Bartolomé Masó, que valoraba su prestigio e integridad, lo llamó para ser su compañero de fórmula en las primeras elecciones republicanas que elevaron a la presidencia a Tomás Estrada Palma. Ese sería el comienzo de una larga e intensa carrera política, que lo llevaría a presidir varios partidos, sin abandonar jamás la práctica de la medicina.
La benefactora Rosalía Abreu le costeó el mobiliario y el instrumental de la primera clínica que estableció en 1899, mientras el Ayuntamiento de La Habana le entregó una subvención de 1 000 pesos mensuales para su sostenimiento, pero el gobierno interventor no le cedió ninguno de los locales propiedad del Estado, por lo que la «Clínica Pinard» (como la llamó en honor a su maestro y amigo) se vio obligada a funcionar en una pequeña sala del Hospital Reina Mercedes.
Hombre de ideas avanzadas en todos los ámbitos, desde su cátedra de la Universidad de La Habana todas las causas de progreso: la educación y la salud gratuita y universal, la jornada de ocho horas, el establecimiento del salario mínimo, la reforma universitaria.
Eusebio Hernández estuvo entre los pocos profesores que se se sumó a la Reforma Universitaria de 1923 y brindó su apoyo a la Universidad Popular José Martí, en la que impartió cursos y conferencias.
En 1932 rechazó la presidencia del Partido Conservador y se retiró de la vida política. Su última actividad publica fue su participación en el recibimiento y guardia de honor a las cenizas de Julio Antonio Mella, a quien había acompañado en la reforma una década antes.
Durante ese acto, casi es abatido por la policía que desde la calle ametralló las coronas que cubrían la urna. Juan Marinello, quien se encontraba presente en ese tenso momento recuerda el valor a toda prueba del viejo médico general:
«Rendía yo, con el General Eusebio Hernández, la última guardia a las cenizas de Mella. Los tiros que venían de la calle deshicieron en mil fragmentos las coronas que escoltaban la urna y aún me parece ver el gesto del general Hernández apartando con sobria dignidad las flores que caían sobre su pecho»
Menos de un mes después, el 23 de noviembre de 1933, fallecía el Dr. Eusebio Hernández. Fue inhumado en un nicho privado de la Necrópolis de Colón y desde 2011 sus restos descansan en el Panteón de los Veteranos de las Guerras de Independencia.
En su honor se renombró el antiguo Hospital Maternidad Obrera de Marianao como Hospital Materno Infantil Eusebio Hernández; y, en 2010 se colocó un busto suyo en el Hospital Calixto García.
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