En 1942 visitaban La Habana por primera vez, en su peregrinar por un exilio voluntario los Duques de Windsor. Eduardo (hasta hacía casi nada Eduardo VIII, rey de Inglaterra y entonces simple Gobernador de Bahamas) y su esposa, la norteamericana Wallis Simpson trataban de mantenerse lejos del desprecio de la familia real británica que se había levantado en masa contra el amor de la pareja.

Puesto a escoger entre la mujer que amaba y la corona del Imperio, Eduardo VIII – quien nunca se había sentido cómodo en el trono – lo tuvo clarísimo: Se despidió de sus súbditos con un «no olvidó en absoluto el país, pero el traje de rey me queda grande», le dejó la responsabilidad a su hermano menor y se fue con Wallis Simpson a lucir su amor por el mundo, lejos del estirado protocolo real de la corte británica.

Los Duques de Windsor en La Habana

Los Duques de Windsor visitaron La Habana por primera vez en el año 1942 y se alojaron en el Hotel Nacional.

Cuba se había incorporado ya a la Segunda Guerra Mundial, alineándose con los Estados Unidos, y los submarinos alemanes navegaban por la aguas del Caribe torpedeando a diestra y siniestra. Eduardo era el Gobernador de Bahamas, por lo que su visita a La Habana tuvo más de política que de placer, dentro del esfuerzo que realizaban las potencias democráticas contra el fascismo.


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Los Duques de Windsor bailando en una fiesta

Elegante e impecable en el vestir (hasta un nudo de corbata lleva su nombre), Eduardo, que siempre fue el menos real de la realeza británica, hizo excelentes migas con el gallego encargado del planchado en seco de la tintorería del Hotel Nacional, al que felicitaba cada vez que le entregaba sus trajes.

Un compartamiento tan cercano con los empleados hubiese escandalizado al resto de la casa real de Inglaterra, especialmente cuando, según el testimonio de los mismo, Eduardo tenía para todos «una atención, una reverencia, un gesto…».

Quedarían los Duques de Windsor enamorados de La Habana, a la que volverían luego en tres ocasiones más – hospedándose siempre en el Hotel Nacional – en 1948, ya finalizada la guerra y en viaje sólo de placer; y en 1954 y 1955.

Todas y cada una de las veces que los Duques de Windsor visitaron la ciudad fueron cortejados de forma prolija por la propia nobleza cubana, la cual se sentía halagada en su propia vanidad con la sola presencia de la familia real británica.

Durante la visita de 1955, le organizaron a los Duques de Windsor una gran recepción en el Habana Biltmore Yacht Club and Country Club. Allí se reunieron los hombres más ricos y poderosos del país, acompañados por sus esposas en un alarde de elegancia, cuando, de pronto rompió un tremendo aguacero tropical con fuertes rachas de viento.

Los caballeros y las damas del país perdieron entonces toda la compostura y elegancia que hasta el momento habían mostrado y se formó un despetronque colosal en el que todos corrían de forma atropellada buscando refugio bajo los grandes salones del HBYCC.

En cambio, Eduardo y su esposa, no perdieron la compostura y permanecieron estoicamente parados en el medio del campo soportando la tormenta, hasta que un empleado atravesó el campo con un paraguas y lentamente los acompañó adentro:

Después de todo, y aunque nunca lo deseara, Eduardo había sido el rey de Inglaterra y no iba a perder la compostura ante la nueva nobleza del Nuevo Mundo.