La medianoche del 18 de septiembre de 1895, el aviso español Sánchez Barcaístegui abandonaba en total oscuridad la bahía de La Habana, en una temeraria maniobra que terminaría en tragedia.

Según algunos historiadores el capitán del buque – que había sido construido en los astilleros franceses de Tolón en 1876 y se encontraba adscrito al Apostadero de La Habana como crucero de 3ra clase – había decidido apagar las luces para pasar desapercibido ante la «inteligencia mambisa», pues se dirigía a la caza de una expedición que desde Estados Unidos traía a Cuba el general Enrique Collazo.

Sin embargo, esta tesis, que sostiene el investigador Alfredo Aguilera en su libro «Buques de guerra españoles» parece no tener mucho sentido. Collazo, en efecto, tenía órdenes de Máximo Gómez de traer una expedición armada desde Estados Unidos; pero en septiembre de 1895 no estaba ni cerca de conseguirlo [1].


Aviso Sánchez Barcaístegui

El crucero de 3ra clase Sánchez Barcaístegui, desplazaba 935 toneladas, media 62 metros de eslora, 10 de manga, 5.55 de puntal y 4.80 de calado. Su tripulación era de 160 hombres y se encontraba armado con tres cañones Parrot de 160 mm, dos krupp de 75 mm y dos ametralladoras.


En realidad, todo parece indicar, como publicaría pocos días después el periódico El Fígaro, que el Sánchez Barcaístegui perdió sus luces justo cuando enfilaba sl canal de la bahía como consecuencia de un accidente en el que se partió la correa del dinamo que alimentaba la electricidad del barco.

Tragedia del Sánchez Barcaístegui

Para desgracia del crucero español, en el justo momento en que se apagaban sus luces, aparecía frente al canal para entrar al puerto el vapor mercante Conde de la Mortera, que navegaba desde el puerto de Nuevitas con carga y pasaje.

Debido a lo cerrada de la noche, el capitán José Viñolas, que se encontraba al mando del Conde de la Mortera, no divisó al Sánchez Barcaístegui que estaba a oscuras y, al parecer, no entendió las señales luminosas, que desesperadamente, le hacían desde el buque de guerra para advertirle de su presencia.

Sin tiempo para maniobrar eficientemente el Sánchez Barcaístegui fue impactado por la amura de babor por el Conde de la Mortera que le abrió un gran boquete.

Fue entonces que el capitán del mercante, temiendo verse arrastrado al fondo por el buque de guerra, tomó una decisión fatidíca y puso las máquinas en reversa para desengancharse del Sánchez Barcaístegui.

Al conseguirlo y alejarse, el agua comenzó a entrar en grandes cantidades en el crucero que se hundió rápidamente, sin dar tiempo a poner en el agua todos los botes de salvamento.

En total perdieron la vida 32 hombres, en su mayoría comidos por los tiburones, que en esos años aún abundaban en la bahía de La Habana. Otros fueron arrastrados al fondo en sus propios botes salvavidas por el gran remolino que formó el buque en hundirse.

Entre las víctimas mortales se encontraba el jefe del Apostadero de La Habana, contraalmirante Manuel Parejo Delgado – que puede considerarse el militar de más alta graduación muerto en la Guerra de Cuba – y el capitán del Sánchez Barcaístegui, capitán de fragata Francisco Varela Ibáñez, quien, fiel a la tradición marinera, se quedó el último sobre su navío y se hundió con él.

El tesoro del Sánchez Barcaístegui

El crucero Sánchez Barcaístegui representó desde el primer momento, debido a la posición donde su hundió, un peligro para la navegación. Por esa razón las autoridades españolas realizaron rápidas gestiones para desarbolarlo y cortar su chimenea, con las cuales podrían colisionar los buques que entraban y salían de La Habana.

En poco menos de un año ese problema quedó resuelto. Sin embargo, por mucho tiempo no se supo nada de la caja de caudales del buque, en la que se guardaban 66 000 monedas de oro, que despertaron las fantasías más codiciosas de unos cuantos. Más, cuando el pecio, se encontraba a sólo un centenar de metros del Morro y apenas unos 20 metros de profundidad, siendo fácilmente buceable.

Muchos buscaron el tesoro perdido del Sánchez Barcaístegui, pero nadie lo encontró… y no lo encontraron, porque, sencillamente no estaba allí.

Como casi siempre suele suceder, la respuesta al misterio se encontraba en los archivos: una carta enviada de La Habana a Madrid en abril de 1896 informa del rescate de la caja de caudales del buque por los buzos del Real Arsenal de La Habana; información que al parecer nunca se hizo de dominio publico, alimentándose el mito del tesoro que ha llegado hasta nuestros días.

Sí se han rescatado numerosos objetos del Sánchez Barcaístegui, en varias inmersiones realizadas en el pecio, que hoy se encuentran expuestos en el Museo de la Arqueología Naval en el Castillo de la Real Fuerza.

Notas

[1] La expedición del Three Friends llegaría a Cuba en marzo de 1896, seis meses después del hundimiento del Sánchez Barcaístegui.