El Latino de mi infancia era una fiesta a la que nos escapábamos los niños de Atarés en las tardes de domingo, a buscar pelotas en las gradas de los jardines, comer panetela gallega, corretear por el banco de primera cuando quedaba desierto al jugar Metropolitanos…

Nos íbamos al gigante azul cada semana, y así, sin saberlo, nos convertimos en testigos de momentos de lujo del béisbol cubano.

Era agosto de 1991, jugaba el invencible Cuba de mis amores contra Nicaragua -en la carrera por llegar a la única final que no se podía escapar-, mi amistad con un grupo de habituales me había granjeado un asiento detrás de Home.

No puedo recordar ahora el inning concreto, pero en determinado momento Víctor Mesa ancló en tercera, y un Latino que le odiaba y amaba por igual le empezó  a espolear para que robara el Home.

Pestañeo un momento y justo entonces un  hombre se levanta en el asiento delante mío y grita: «¡Se fue el loco!», Miro hacia tercera y veo venir a la «explosión naranja» corriendo, todo sucede en menos de cinco segundos, llega quieto, el público enloquece, los nicas no se lo creen,  Víctor salta sin parar… Y yo entonces no podía saber que había sido testigo del último robo de home de la carrera del 32.

El Latino
Vista desde el terreno en el Latino

Era habitual para los asiduos que sobre el 7mo ining de los partidos poco importantes saliera a sustituir a Germán Mesa un short stop al que los aficionados llamaban el «Germán blanco», nunca fue regular… Años después brillo en grandes ligas, su nombre «Rey Ordóñez».

Muchas veces íbamos solo para disfrutar la magia de la mejor combinación de doble play que ha visto Cuba, en cuanto a espectacularidad al menos, hasta que un accidente paro en seco la carrera de Juan Padilla, y la magia nunca volvió a ser tan fuerte alrededor de la segunda base.

El Latino de mis recuerdos está ligado también a momentos tristes, como aquellos azules de Rey Anglada barriendo final tras final a mi equipo naranja.

Hoy el estadio ha sido mejorado, reparado, tecnologizado, pero nunca más he vuelto, como diría Joaquín Sabina «al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver».