Cuando los lectores actuales vuelven la vista más de cien años atrás, el personaje de Liborio apenas tiene significación para ellos. No debe extrañar este suceso, aunque sorprende que quien una vez fuera conocido como «el pueblo cubano«, hoy no sea un representante visual válido y reconocible para la cubanidad contemporánea.

Aquel Liborio era blanco, con patillas largas, bigote isleño y pelo desordenado; con algunas canas y arrugas que mostraban el desgaste del trabajo agrícola en su cuerpo. La ropa ancha, presumiblemente de color claro y su inseparable sombrero terminaban de cerrar el cuadro. A veces aparecía su perro sato «que no hace nada» y como campesino al fin, era ameno y permeable a la maravilla, de ahí la estridencia con que mostraba sus sentimientos pero llevaba cerca su machete, por si se querían aprovechar del pobre Liborio.

En la actualidad la gran mezcla de razas que conforman la nación cubana desconocería la realidad si se imaginase así misma como «blanca«. Sin embargo, en aquellos tiempos -marcados aún por un racismo palpable- la emigración isleña al campo cubano sirvió de modelo mayoritario para Robles y Landaluze. Considerados los autores de los primeros esbozos de este perfil de «guajiros cubanos» cuya obra permearía el trabajo de artistas posteriores.

Los guajiros vistos por los pintores españoles

Hemos escrito anteriormente sobre los guajiros, sobre Landaluze, sobre las revistas caricaturescas e integristas de Villergas e incluso sobre algunos de los más notables costumbristas del siglo XIX como José Victoriano Betancourt y Antonio Bachiller y Morales. Así que como este artículo va de Liborio simplificaremos al máximo las ideas. Veamos.

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Algunos dibujos del polémico libro Los cubanos pintados por sí mismos, en los cuales Landaluce y Robles establecieron un perfil del guajiro cubano que sería la base para el Liborio de Torriente casi cincuenta años después.

El polémico libro «Los cubanos pintados por sí mismos (1852)», que ilustró Víctor Patricio Landaluce con la colaboración del destacado grabador José Robles, marca desde mitad del siglo el rumbo futuro de la representación campesina nacional. Sobre este libro volveremos en profundidad en otra ocasión.

Los negros de Landaluce eran relucientes en los oficios serviles y distorsionadamente salvajes en el cimarronaje. De acuerdo con su pensamiento -que podemos entender por el contexto antiguo, al tiempo que condenamos el mensaje- el pintor vasco ejercía una obra marcada por la propaganda política. Aunque su fama le viene de la caricatura integrista -anti independentista- y el dibujo periodístico; la historia cubana -esencialmente gracias a la colección y estudio de don Fernando Ortiz- lo ha rescatado como el gran pintor del costumbrismo finisecular.

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Una caricatura tomada de El Moro Muza, la revista en la cual Landaluce se dio gran nombre en Cuba. En este caso vemos al notable escritor Cirilo Villaverde en una esquina mientras Emilia Casanova, con las banderas en la cabeza y grados en los puños, se despide para ir a luchar. De esta manera el conservador medio de propaganda restaba masculinidad a los cubanos al tiempo que satanizaba a doña Emilia, quien fue diana permanente de sus campañas y ataques.

Esa preponderancia de su figura explica la consistencia que tuvo «su representación del pueblo blanco y rural cubano». Los guajiros de Landaluce, como hemos mencionado, son esencialmente el boceto visual sobre el que se inspiró Ricardo de la Torriente para su Liborio. Era improbable que un dibujo alejado de esos cánones hubiese triunfado. Baste tomar cualquier dibujo de los campesinos dibujados por el vasco para encontrar las huellas simbólicas de «el Pueblo» de Torriente.

Liborio: santo o mayoral

Aunque en la santoral católica existe un San Liborio, cuya festividad se celebra el 23 de julio, la influencia de éste se halla esencialmente focalizada en el noreste europeo. No parece tener ninguna relación con Cuba ni con Torriente, así que la vinculación del nombre del complejo personaje con el santo no se sostiene.

Los guajiros de landaluce
Guajiros de Landaluce

Desestimado el posible origen católico leamos qué dijo Ricardo de la Torriente:

«Liborio es la caricatura de un isleño, nombrado Fermín, colono del ingenio Guerrero, que fue de mi padre. Le llamaba «el Pueblo» en las caricaturas que para La Discusión dibujaba allá por el año 1900… Y una escritora americana me dijo: «¿Por qué no le da usted un nombre a «El Pueblo»? Y desde entonces le llamé Liborio».

La Ilustración-26 de febrero de 1916, entrevista realizada por Frau Marsal

Aunque esta confesión despeja la base visual del personaje, aún nos queda la duda de la elección del nombre. Algunos investigadores precisamente señalan que la elección de un nombre poco usado evitaba confusiones y alusiones peligrosas. Quizás haya sido esta cuestión o, como señala Adelaida de Juan, el dibujante se basase en el mayoral del ingenio La Tinaja de los Gamboas, el Liborio Sánchez, de Cecilia Valdés.

…y antes que Adela contestase a su madre se apareció el mayoral a caballo, precedido por sus dos hermosos alanos, para dar cuenta en voz campanuda de todo lo que había pasado.

Era éste hombre alto, enjuto de carnes, mas de recios miembros, muy moreno de rostro, ojinegro, el cabello crespo y poblado de barba, cuyas grandes patillas le cubrían ambos lados de la cara hasta tocar en los ángulos de la boca, que por esto parecía más chica.

A pesar del sombrero de ala ancha que llevaba siempre puesto, lo mismo en el campo que en la casa, al aire libre que bajo techo, pues muchas veces hacía uso de él como de gorro de dormir, cuando se lo quitó para hablar con don Cándido viose que mientras la parte superior de su frente parecía de un hombre blanco, la nariz, las mejillas y las manos nadie diría sino que eran de un mulato; tan quemadas estaban del sol.

Venía armado, como suele decirse, hasta los dientes, de machete de cinta, puñal con cabo de plata o que brillaba como tal, y el ponderoso látigo, cuyo mango, hecho de un gajo de naranjo silvestre, no era arma menos terrible por ser sólo contundente.

Comenzó diciendo:

—Santas tardes tenga el señor don Cándido con toa la compaña. Yo soy venío a partisipasle que han traío a Pedro brichi con algunas mordías. Se arresistió y fue preciso atojarle los perros.

Extractos tomados de las pág. 368 y 369. Cecilia Valdés o La Loma del Ángel. Edición decimocuarta-2011. Letras Cubanas

Del anterior extracto se despliegan varias de las características fundamentales del futuro personaje de Liborio. Las patillas extremas, la boca pequeña, el rostro quemado por el sol y la vida agrícola, el vocabulario rural -similar al de los esclavos y libertos de origen africanos que en el futuro le criticaran algunos estudiosos por vulgar e inculto-, el machete y el látigo con que «el mayoral suena el cuero» -frase con la cual Torriente marcará al gobierno de Mario García Menocal-.

Mario García-Menocal y la amnistía Liberal
«Sonar el cuero» fue la frase que usó Torriente para que Liborio defendiese o atacase al antiguo mayoral del Chaparra, el presidente Menocal.

Pero, aunque puede ser este el origen, no necesariamente tenía que conocer al detalle estas descripciones del personaje de Villaverde el dibujante matancero.

El mayoral Liborio

Recordemos que la obra de don Cirilo Villaverde recorre un periodo amplio, entre los años 1812-1831, donde colonia y metrópoli fueron sacudidas por grandes cambios y revueltas. Aunque apareció originalmente -en versión primigenia, posteriormente modificada y aumentada- en la revista La Siempreviva, las ediciones de 1879 y 1882, pudieron renovar la importancia y trascendencia de dicha novela en el imaginario de un joven Torriente.

En el exilio neoyorkino se encontraba el dibujante cuando terminó de perfilar al personaje que vería la luz durante la ocupación militar estadounidense de Cuba. En aquella ciudad había residido también Villaverde hasta su fallecimiento -reseñado por Martí en el periódico Patria-, un par de años antes de la llegada del dibujante de Liborio. Es probable que entre los círculos independentistas la obra de este conspirador de la primera hornada libertaria, se mantuviese aún de actualidad inmediata al llegar Torriente.

Sin embargo, estas cábalas teóricas no tienen porqué relacionar directamente al mayoral Liborio de Villaverde y al personaje de Torriente. Como seguiremos explorando a continuación, la figura enjuta de aquel Liborio pudo llegar por otra vías al dibujante. Si nos detenemos a revisar las novedades editoriales de los años en que Torriente está en formación, salta a la vista que estaba de actualidad en su Matanzas natal la segunda edición de «El Ingenio. Segunda parte de las aventuras de un mayoral«.

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Dibujo de Torriente aparecido en la revista La Esfera (Madrid, 6 de septiembre de 1930).

En la introducción de este librito se perfila un perfil sugerente de «la relación de la ruina del buen Liborio; no puede ser ni más gráfica ni más interesante, y en ella se habrán de ver retratados, por desgracia, muchos hacendados cubanos. Allí se pinta con verdad la situación en que los pone una sociedad que los acusa de haber perdido un crédito que en realidad nunca han tenido«.

El eje de esta obra es un honrado hombre de campo que busca, a través de la descripción de su vida, dar consejos de cultivo y gestión empresarial a la población campesina.

Eres constante y laborioso, y sabrás vencer cuántas dificultades se presenten, no permitiendo que por la ambición de sembrar mucho y no haber podido hacer los chapeos a tiempo, se haya perdido la caña de frío, sin haber usado siquiera los instrumentos que tan ventajosa y económicamente reemplazan la guataca y el machete.

Eres observador e inteligente, y poco a poco irás notando el lado flaco de cada sistema, e introduciendo en ellos aquellas mejoras que la razón apruebe y los intereses de la sociedad demanden. Eres severo y honrado, y concluirás por introducir en la marcha general de los negocios del ingenio la exactitud que restablece el crédito, y la verdad que lo conserva.

Habla el Conde, describiendo a Liborio. Página II, de «El ingenio. Segunda parte de las Aventuras de un mayoral». Editor Miguel Alorda, librería La Enciclopedia, calle O’Reilly 96, Habana. Impreso en Matanzas, imprenta «Galería Literaria», calle de Ricla número 43. Año 1883.

Dentro de este segundo tomo, el laborioso Liborio es llamado por su superior, el Conde, quien le encarga administrar el ingenio Ilusión ante las dudas del mayoral. La divertida obra nos lleva a conocer las vicisitudes y realidades del campo cubano de la época, aunque está escrita por un anónimo (Juan Bautista Jiménez*), no hay dudas de la popularidad que tuvo el librito en aquella época pues ambos tomos salieron en apenas ocho meses.

Tenemos otro ejemplo curiosos de un mayoral Liborio y su señora Juana («¿referencia a Cuba?») el cual lo cuenta Ildefonso Estrada y Zenea, primo de Juan Clemente Zenea con el cual compartió la redacción de la revista El Almendares -en la que curiosamente comenzó dibujando Víctor Patricio Landaluce-.

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Monumento a Juan Clemente Zenea en el Prado habanero.

Cuenta Estrada Zenea en su grácil librito «El quitrín. Costumbres cubanas y escenas de otros tiempos» la frustrante experiencia de el afanoso don Liborio y su deseo de poseer un quitrín. Un medio de transporte que servía «para ser tenidos por gente decente los que no podían presentar otro título de nobleza que el tener un quitrín«.

El Liborio de esta historia se hace a sí mismo desde sus humildes inicios como carretero hasta conseguir el estatus definitivo de hombre de quitrín. Todo a través del trabajo como mayoral y la ambición por alcanzar la codiciada condición. Para no alargarnos demasiado en el texto, el pobre Liborio consiguió fortuna en el campo y con su ingenio en funcionamiento pudo irse a vivir al pueblo.

«Y compraron una magnífica casa para vivir.

Y otras varias casas más compraron.

Y don Liborio se metió a usurero.

Y de todo gozaban, pero no tenían quitrín."

El carretero Liborio, devenido mayoral, en La Habana necesitaba demostrar su buena fortuna y trajo al negro Ruperto -el mejor carretero que tenía- para que le hiciese de calesero y a un paje criollo llamado Meregildo para que lo ayudara, además de un caballo seboruno. «Y había ya quitrín, caballo, calesero y paje«.

el calesero
El calesero llegó a ser una figura de estatus económico para quienes podían permitirse sus servicios.

Las vicisitudes siguieron para Liborio, «aunque se vista de seda…» podríamos decir. Esta resolución de la historia de Estrada y Zenea, de gran clasismo todo sea dicho, ayuda a construir ese símbolo del guajiro analfabeto al que un golpe de fortuna le puede dar posición económica, que no estatus de clase y cultura. En la línea de las nuevas fortunas que venían naciendo en el país y que se consolidarán durante el periodo republicano desbancando a la sacarocracia tradicional y sus ramificaciones de comienzos del siglo XIX.

Liborio y Críspin, guajiros autonómicos

El último ejemplo de un Liborio de actualidad y ficción durante aquellos lustros finales del dominio español en el archipiélago cubano viene trazado por la pluma de un inquietante L. Almeyda del cual no podemos ofrecer más referencias. Sin la capacidad artística de las anteriores obras, este opúsculo expresa una curiosa vertiente del posible pensamiento de una parte de los guajiros cubanos.

Concebido como una conversación informal entre dos personas de igual corriente política, deja a deber en su primer acto las demás aristas que podrían definir el gran prisma sociológico de aquel campesinado multirracial, asentado en el interior del país.

LOS GUAJIROS AUTONOMICOS - LIBORIO Y CRISPIN

Crispín.-Esplíqueme ño Liborio
¿Qué jarán los disputaos
Allá en la Bana embalcaos
Con fiestas i con jolgorios?
¡Animas del pulgatorio!
Disen que ban en polfía
Con grande categoría
A buscal el refolmismo
O una cosa que es lo mesmo
Que se ñama Antomonía.

Liborio.-Crispin el politiqueo,
Es jel derecho del hombre;
Asina usté no se asombre
De lo que usté be y llo beo.
Acá en mi cacumen creo
De que la gente enstruía
Se á embalcao el otro dia
Si la ilusión no me engaña
Allá lejísimo: a España,
A buscal la Antomonía.

El estilo delata la intención de Almeyda por perfilar lo máximo posible a sus personajes en el contexto informal de una hipotética controversia o improvisación. En el futuro varios escritores (Cabrera Infante) y caricaturistas (el Liborio de Torriente) utilizarán con gran acierto y popularidad este recurso de naturalidad extrema, con el interés de llevar al lector común el habla cotidiana de las calles y campos cubanos.

C.-Y qué cosa silnifica
Eso que tienen que dal
Que lo tienen que buscal
Como remedio en botica?
Si á naiden le peljudica
Polque ase bienechutía
¿Pol qué está tan resestía
Esa gente de allá lejos
Dispués de tantos festejos
A no dal la Automonía?

L.-Esa gente no se apura
Cuando el prójimo se inclina
Lo tira encontra una esquina,
Polque tiene el arma dura,
Si le entrara la blandura
De la tielna simpatía,
Quisás entonse diría
Con un prosedel humano;.
Es güeno al pueblo cubano,
Y le doy la Automonía.

Aquí el guajiro Liborio ejerce como voz autorizada y resuelta. Una posición lejana del diletante y ambiguo Liborio de Torriente. Crispín pregunta y el otro va marcando las líneas maestras de la conversación -reivindicativa del autonomismo a cuya máxima figura, el abogado José María Gálvez, estaba dedicada- mientras comienza a radicalizarse el tono y el mensaje.

Se produce un cambio de escenario y situación. Nuestros guajiros autonómicos se encuentran en una bodega. Un Liborio compungido le hace saber a su compadre la noticia negativa recibida desde Madrid, con respecto a la petición de autonomía cubana.

1898 abril cuba y america sobre la autonomia
Una caricatura de Torriente sobre el gobierno Autonomista de la Isla de Cuba. Aparecida en Nueva York en la revista Cuba y América (abril de 1898).

Aparece entonces Don José, probablemente asturiano o gallego por el tipo de acento que intenta transcribir el autor, para representar a los conservadores e integristas, enemigos acérrimos de cualquier tipo de autodeterminación cubana. Se produce, por fin, una réplica a los argumentos de Liborio, en este primer intercambio Crispín es mero espectador.

D. José. --Ca ombre: no seas planete;
Ca allí no juegan al toru;
Ni le sueltan a Montoru,
Ni nubillu, ni turete.
Allí castá el gabanete,
Hai mucha daplumacía;
Y toda la munarquía,
Del alemento aspañol:
Y primeru pare el sol,
Que el lus dar la Autonumía.

L.-D. José no se asulfure,
Polque puede rebental;
Y se no balla á enfelmal,
Polque no abrá quien lo cure.
Es jenbano que se apure
Y demuestre bisarría,
Alboroto y balentía,
Como los machos de cabras
Pa decil en dos palabras,
Que no dan la Automonía.

Tras varias estocadas verbales entre los interlocutores el debate acaba con una reivindicación de Liborio.

L.-Güeno: no mas discusión,
Que mucho tiempo peldemos;
Y al fin, i al cabo sabremos,
En que para la cuestión.
Al que tenga la rasón.
Se le a de dal algún dia;
Si es la sulla, ó es la mía,
Lo que fuere sonará;
Con el tiempo se sabrá,
Si dan o no Automonía

Tras una evolución sostenida en sus argumentos, Liborio deja al tozudo Don José que se muestra inclemente a cualquier negocio con los criollos, o campesinos isleños, identificados con la cuestión autonómica.

J.-Con el tiempo i un ganchitu,
Lu da arriba biene abaju;
Y nus bamus.... (sin ralaju)
A ber quisas an cunflitu.
A mi no ma importa uu pitu,
Mientras hai la Munarquía,
Si Gamasu su anerjía,
Sustiene con aruismo,
Ca se cunfundal abismu,
Y cun élla Antunumía.

Crispín.-Que se confunda el abismo,
Y que aiga un grande conflito,
A usté se le importa un pito?
Pues compadre: á mi lo mismo.
Cuando benga un cateclismo
Con la gobelnaduría,
Si la cosa no baria
Y no se gana dinero,
Usté ba á sel el primero
Que pide la Automonía.

La resolución del conflicto dada por Crispín muestra cómo el debate dentro del campo cubano estaba distante de una concepción maniquea y monolítica de la situación política cubana. Estos vaivenes e indecisiones en la opinión pública nacional -a la que Torriente llamará «el pueblo»- es el gran acierto del dibujante matancero al desarrollar su famoso personaje del Liborio republicano.

Deconstrucción nacional

Cristalización definitiva de una figura y una línea de pensamiento inscrita en el autochoteo, la falta de amor propio y una memoria muy a corto plazo que degenerará en situaciones desgarradoras para los principios republicanos fundacionales. Esta percepción del carácter nacional -errónea o no- puede ser entendida de la mano del Manual del perfecto sinvergüenza (Tom Mix) y el Manual del perfecto fulanista (Jesús Montero), dos de los libros satíricos y provocadores de las primeras décadas republicanas, que buscaron un dibujo menos derrotista, autocomplaciente y reflexivo de la clase política y el pueblo cubano.

El Liborio de Torriente no es el gran héroe nacional que luego serán el Bobo de Abela o el Loquito de Nuez, sin embargo, su dilatada carrera política de la mano de su autor, y algunos intentos posteriores que lo llevaron hasta los años cincuenta, tienen sus raíces bien asentadas en el siglo anterior. Es legítimo el dibujo de Torriente y bien articulado dentro del pensamiento criollo general, el de una población apolítica y dócil, fatua si se quiere, de cortas miras y memoria que enaltece en las noches y decapita con el cantar de los gallos.

Liborio
Una caricatura con la temática de Liborio aparecida en La Política Cómica con la firma de A.V.

El uso y evolución del personaje -como bien señalan los críticos de Torriente- en la línea de pensamiento que beneficiase a su autor; es una cuestión ajena a la legitimidad del dibujo original y las principales formas de comportamiento y pensar de aquel Liborio primigenio. Esos éramos entonces, Liborios y Crispines, ¿Quiénes somos ahora?

La teoría de Villoch

Por último tenemos otra teoría sobre el nombre de Liborio para el personaje que presentó Torriente en La Discusión en el año 1900. La suscribe la pluma costumbrista por antonomasia -con el permiso de los Robreños- del también matancero -¡qué cosas!-, Federico Villoch.

«En aquella esquina de Galiano y Zanja vino al mundo, y ocupó su puesto en la Historia de Cuba, la popular imagen símbolo del pueblo cubano: Liborio. Tenía el periódico la costumbre de regalar a sus favorecedores semanalmente, una hoja satinada con el retrato de algunos de nuestros próceres de mayor importancia.

Y una semana se le ocurrió a Ricardo de la Torriente, el dibujante del periódico, dibujar la cara de un guajiro con sus clásicas patillas isleñas; y al ponérsele debajo el correspondiente comentario, el cronista Cascabel —el postalista de hoy—le puso el nombre de LIBORIO, que, como es sabido, es el que llevan por lo general nuestros campesinos.

Y así quedó bautizado con aquel nombre para la eternidad, el laborioso y sufrido pueblo criollo. En un tiempo se le llamó a aquella esquina de Galiano y Zanja, por los sucesos que publicaba «La Caricatura». «LA ESQUINA DE LOS CRIMENES»; pero desde que aparecieron las láminas con el retrato de Liborio pegadas en las paredes y las columnas de aquel sitio, se le empezó a llamar, y así se le llamó durante varios años: LA ESQUINA DE LIBORIO.

El carismático Villoch escribía esta crónica el 24 de febrero de 1946. Más de una décadas atrás había fallecido Torriente y no era posible refutar o apoyar esta teoría del «postalita del Alhambra». Quizás no haya una explicación real detrás de ésta búsqueda y solo coartadas como las explicadas aquí. Crédulo personaje que no sabe muy bien su origen, «pobre Liborio» que no sabe de dónde viene su nombre, ni adónde van sus herederos.