La música se hace presente mientras escribo estas letras y pienso, ¿de dónde son los guajiros? ¿serán de La Habana? ¿serán de Santiago? ¿Hacen el son en la Loma y lo cantan en el llano? Perdonen la disgregación, pero La Habana, sitio de encuentro por excelencia, cuenta con una de las más rotundas certezas: el habanero no puede ser guajiro -al menos así llegó a considerarlo el costumbrista Suzarte-, porque el guajiro es del campo, puro monte y tradición.
Aunque hayamos oído cientos de veces el anterior refrán popular, lamento informarles a los amables lectores que el término guajiro fue en una época mucho más ambiguo y complejo que simplemente «en Cuba, adjetivo, campesino… voz metafórica de persona agreste, grosera» que consignó Don Vicente Salvá en su Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana, que comprendía palabras y acepciones americanas, editado en París en 1846 y que internacionalizó el vocablo con el uso cubano.
Esa es la primera referencia oficial de la aceptación de la locución cubana del otro lado del Atlántico, sin embargo, serán los intelectuales antillanos Antonio Bachiller y Morales, Esteban Pichardo, Juan José Nápoles Fajardo «el Cucalambé» y más recientemente, don Fernando Ortiz quienes volverán sobre este vocablo una y otra vez. Por supuesto, los grandes costumbristas harán suyo el término y durante el siglo XIX lo veremos salpimentando cualquier cuadro criollo, pero el término se expenderá más allá de Cuba y repercutirá en otras regiones americanas con un carácter similar.
El guajiro ¿habanero?
No se asuste, el término guajiro según Antonio Bachiller y Morales, proviene desde tiempos remotos y tiene varios posibles orígenes pero parece que el término y uso cubano nada tiene que ver con los originarios de la región Colombiana de La Guajira. Retomando a Bachiller, este apunta una teoría interesante, «si gua- es un artículo (de uso aborigen), tal vez parezca compuesta la palabra de gua- y gíbaro; perros gíbaros, cochinos gíbaros, se llaman en Cuba los silvestres; y gíbaro en Puerto Rico al hombre campesino».
Si seguimos el camino que marca Bachiller debemos añadir que silvestres y gíbaros fueron términos -de carácter mayormente despectivo- que usaron en algún momento los peninsulares españoles para referirse a los criollos insulares. Podemos seguir profundizando en esta teoría y añadir que se usó durante mucho tiempo la escritura de guagiro en vez de guajiro, y así lo consigna Esteban Pichardo en la primera edición de su Diccionario de Voces Cubanas (Matanzas, 1836) aunque corregiría la escritura en ediciones posteriores.
El propio Pichardo esboza en dicha obra otra de las teorías más sólidas al consignar «según autores entre los indios de Yucatán significaba señor; pero en esta isla es sinónimo de campesino, esto es, la persona dedicada al campo con absoluta residencia en él, y que como tal usa el vestido, las maneras y demás particularidades de los de su clase. Metafóricamente y en familia la persona de modales ó costumbres agrestes. Algunos suelen decir también jíbaro
por guagiro«.
Es curioso el uso de la voz jíbaro pues es sinónimo además de cimarrón y aunque el uso cultural e histórico se aleja del uso común asociado al término guajiro pudo ser la causa -junto con la curiosa conjunción expresiva que hace similar su pronunciación en español e inglés- de la absurda y publicitada teoría de los «war heroes (guar-jiro)» de la guerra martiana por la independencia finalizada en 1898, con que se pudieron referir los soldados estadounidenses a los campesinos cubanos.
Retomando la idea original del artículo, en la segunda edición de la magna obra de Pichardo, el destacado abogado, geógrafo y lingüista profundiza en las cuestiones que realmente hacen al guajiro un ente en sí. Con extensión describe su vestimenta, actos y costumbres mientras hace la señalización de que a pesar del probable origen yucateco -producto de la inmigración forzada de indígenas de esta región mexicana desde el siglo XVI hasta el XIX- el uso de guajiro para referirse a señor (o persona de rango inferior a un cacique), está abandonado ya en esa zona.
Otra curiosidad consignada por Pichardo radica en el rango geográfico en que ubica el uso del término guajiro en Cuba, limitándolo principalmente a la región occidental.
Guajiros de todas partes
Viendo que se hace imposible hallar una fecha exacta del uso y expansión de esta palabra para designar a los campesinos cubanos, debemos señalar que existieron distintos usos del término guajiro como se puede leer en un artículo aparecido en la Gazzeta de Puerto Rico en 1847.
El autor, presumiblemente el jurisperito Francisco Javier de la Cruz, compañero de José Victoriano Betancourt, Costales, y otros eruditos que se reunieron alrededor de la revista La Siempreviva, profundiza en las diferencias entre los guajiros cubanos.
Si el escritor de la Habana creyere que el guajiro de Santiago, Guanajay o Pinar del Río es igual en todo al del Cauto, Guáimaro u Holguín, sepa por Dios que va errado. La fisonomía de sus costumbres es la misma, no hay duda; pero hay diferencias tan notables que al escritor filósofo le es necesario tirar entre uno y otro una línea divisoria.
La cosa es natural. El guajiro de la Habana tiene más roce con forasteros, y sus costumbres han recibido de casi medio siglo acá con este motivo notable variación: es el goajiro (guajiro) del siglo XIX. El del Bayamo por el contrario: ningún roce con extranjeros, ninguna inmigración que haya alterado sus fases ni mezclado su sangre y costumbres con la de pueblos extraños, representa al guajiro de los siglos XVI, XVII, y XVIII. El guajiro del Bayamo desciende en línea recta de los castellanos que vinieron con Velázquez, o poco después con otros jefes.
Su lenguaje, sus usos y. costumbres, sus ideas mismas son idénticas à las del hijo del colono andaluz que dio origen a la población criolla en los campos de Cuba à principios del siglo XVI: para él la España de hoy es la misma España del tiempo de Carlos V, aquella España que dominaba la Europa, tenía puesto sus pies en África y Asia y asidas las Américas con ambas manos.
Veréisle aplicar el nombre de Castilla a todo cuanto no sea indígena, así es que siempre le oiréis decir “miel de Castilla, melón de Castilla, aguardiente de Castilla, rosa de Castilla, harina de Castilla”, en lugar de miel de abejas, melón de agua o sandía, aguardiente de uvas o de islas, rosa de Alejandría, harina de trigo… porque allá por tradición ha bautizado esos objetos exóticos con el nombre del país de donde sus padres los trajeron.
No deja de ser un cuadro costumbrista curioso y que relata la intensidad del debate regional e identitario ya presente en aquel período de forja de la nación cubana. La Habana con su crecimiento y expansión despachó el término guajiro -que pudo ser usado despectivamente para referirse a los criollos insulares como indígenas o peones de labriego- al campo, quedando reservado casi en exclusividad para referirse al campesino que labraba la tierra y que sería reconocible por su forma de vestir y actuar.
Sin embargo, sobre el término existen otras teorías, una de ellas -mencionada por Bachiller con dudosa procedencia- pero rescatada por Alfredo Zayas y Alfonso en su Lexicografía Antillana, señala que el origen del término guajiro podía radicar en el vocablo indígena guaxerí o guaoxerí, que el Padre las Casas transcribe en la famosa frase «Ocama guaxerí guariquen caona yari» (que traduce como «Oye señor, mira el joyel de oro»).
La voz guaxerí aparece en otra parte de las obras de Las Casas cuando se refiere al vocablo que era en Haití el tratamiento de menor categoría de los tres que en esa isla se daban a los nitainos o nobles, y cita en 1514 un mensaje de Narváez «a los caciques, guajiros y nitainos» que tenían cautivos a varios españoles. Extendiendo el uso del vocablo guaxerí-guajiro para designar a una clase intermedia dentro de los aborígenes antillanos, sin excepción normativa, pudiendo radicar ahí el común denominador del vocablo usado en Cuba, Yucatán y Colombia.
En la actualidad el término guajiro, que durante mucho tiempo tuvo un carácter despectivo, es usado para reivindicar las tradiciones laboriosas del campesino cubano. Su interés en mantener sus raíces campestres y la afabilidad que le caracteriza. De los guateques improvisados donde con una guitarra se formaba una fiesta surgió «La Guajira» un canto popular entre los campesinos cubanos que devino en género y del cual han ido surgiendo otras sonoridades, entre ellas el repentismo y la improvisación.
Por lo tanto, vivir en la ciudad no exime a uno de ser, y sobre todo sentirse, guajiro. «Y a mucha honra» que decía mi abuela, así que no se ofenda si algún día por la calle le gritan: ¡Guajiro! si le ven tomarse una foto en alguno de los lugares más fotografiados de La Habana, a fin de cuentas, el habanero siempre piensa que los demás son los guajiros.
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