En la historia de las letras cubanas Cirilo Villaverde tiene su sitio garantizado como el gran costumbrista y novelista del siglo XIX. Suya es una de las creaciones que han quedado registradas en la leyenda oral y en la idiosincrasia de una ciudad como La Habana. Nos referimos, por supuesto, a Cecilia Valdés y la icónica Loma del Ángel, que le tomó al escritor más de cuarenta años terminar desde aquel primer esbozo aparecido en la revista literaria La Siempreviva.

¡Seguir, hasta llegar!

Una de las frases que acuñó para referirse a los fracasos de las expediciones por la independencia de Cuba

Sin embargo, con Cirilo Villaverde sucede algo aún más trascendental y es el reconocimiento que gozó por parte de sus contemporáneos. Sería el propio José Julián Martí quien le dedicase una de sus últimas crónicas en el periódico Patria (30 de octubre de 1894).

Cirilo Villaverde

De su vida larga y tenaz de patriota entero y escritor útil ha entrado en la muerte, que para él ha de ser el premio merecido, el anciano que dio a Cuba su sangre, nunca arrepentida, y una inolvidable novela. Otros hablen de aquellas pulidas obras suyas, de idea siempre limpia y viril, donde lucía el castellano como un río nuestro sosegado y puro, con centelleos de luz tranquila de entre el ramaje de los árboles, y la mansa corriente recargada de flores frescas y de frutas gustosas.

Otros digan cómo aprovechó para bien de su país e1 don de imaginar, o compuso sus novelas sociales en lengua literaria, antes de que de retazos de Rinconete o de copias de Francia e Inglaterra diesen con el arte nuevo los narradores españoles.

Ni cuando el amable Del Monte saludaba en él, con aquel cultivo del mérito por donde es la crítica más útil que por la agria censura, «al primer novelista de los cubanos»; ni cuando en el silencio del destierro, con aquella rara mente que tiene de la miopía la menudez sin la ceguera, compuso, al correr de sus recuerdos de criollo indignado, los últimos capítulos de su triste y deleitosa «Cecilia»; ni cuando a la sombra de los nobles lienzos de Canos o Murillos que le quedaron de la antigua fortuna, leía, con orgullo de criollo fiel, los elogios vehementes de América, o alguno de España, de ignorancia infeliz.

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La firma del escritor Cirilo Villaverde

Ni cuando en las oscuras mañanas de invierno iba puntual, muy hundido ya el cuerpo, a su servidumbre de trabajador, allá en la mesa penosa de El Espejo, se vio a Cirilo Villaverde tan meritorio y fogoso y digno de verdadera admiración, como una noche de New York, de mortal frío.

En que, recién vencida, en un ensayo descompuesto, la idea de la independencia de su patria, con sus ruanos de setenta años recibía afanoso, en la puerta de un triste sayón, a los hombres enteros, capaces de lealtad en la desdicha, que a su voz iban a buscar manera de reanudar la lucha inmortal que en los yerros inevitables y útiles aprende lo que ha de contar, o de descontar, para poner al fin, sobre la colonia que ciega a los hombres y los pudre, la república que los desata y los levanta.

¡Y qué manso contraste, el de la blandura de sus gestos con el azote y rebeldía de su palabra! «¿A qué perder tiempo? ¿A qué creer que el lobo le ponga mesa a la oveja, y se salga del festín, y se quede con hambre a la puerta, mientras la oveja adentro triunfa y se regala? ¿A qué tener atado uno de los países nuevos del mundo a una nación caída, hambrienta e inútil?

¿A qué confundir la necesidad histórica y humana de la independencia de Cuba, que es ley que sólo admite la demora de la madurez, y no se puede desviar, con la infelicidad, respetable siempre, de una de las tentativas hechas para acelerarla? ¡Pues a otra tentativa, mejor hecha! ¡Seguir hasta llegar!» Y el anciano hablaba a los jóvenes, rodeado de ancianos. Tenía derecho a hablar, porque en la hora de la prueba, cuando el empuje de Narciso López, no había mostrado miedo de morir.

Cecilia Valdés
Estatua de Cecilia Valdés en La Loma del Ángel

«Castellano, hijo», decía una vez a un amigo de Patria, en la casa vetusta de la calle de San Ignacio, aquel tierno amigo, y maestro de la lengua, que se llamó Anselmo Suárez y Romero, «castellano no lo escribo en Cuba yo, ni los que dicen que no lo escribo bien; si quieres castellano hermoso, lee a Cirilo Villaverde»; y de junto al manuscrito de las «Semblanzas», que es tesoro que ya no debiera andar oculto, y el cuaderno donde en lucida letra inglesa le habían copiado el capítulo de Francisco que hizo llorar a José de la Luz, sacó Anselmo, y apretó con las dos manos, el primer volumen de «Cecilia Valdés», el que se publicó por 1838.

En el Norte vivía Cirilo Villaverde; pero donde había letras en Cuba, o quien hablase de ellas; su nombre era como una leyenda, y el cariño con que lo quiso y guió Del Monte. En el Norte vivía él, con el consuelo de amar y venerar, y ver de cerca la noble pasión, a la cubana que en el indómito corazón lleva toda la fiereza y esperanza de Cuba, y en los ojos todo el fuego, y el mérito todo de la tierra en la abundancia y gracia de su magnífica palabra: a su compañera célebre, Emilia Casanova.

Cuba, que no olvida a quienes la aman, lo recibía, en sus visitas de salud, con orgullo y agasajo; y él venía como muerto, si hablaba, cual no queriendo hablar, de la conformidad vergonzosa con nuestro estéril deshonor; y como reno¬vado, al recordar a este hombre o aquel, y la generación que sube, y la ira sorda.

Ha muerto tranquilo, al pie del estante de las obras puras que escribió, con su compañera cariñosa al pie, que jamás le desamó la patria que él amaba, y con el inefable gozo de no hallar en su conciencia, a la hora de la claridad, el remordimiento de haber ayudado, con la mentira de la palabra ni el delito del acto, a perpetuar en su país el régimen inextinguible que lo degrada y ahoga.

José Martí

El activismo político y la pluma afilada

El escritor Cirilo Villaverde de la Paz nació en el Ingenio Santiago (Bahía Honda, actual Provincia de Artemisa) un 28 de octubre de 1812, aunque se desplazó a La Habana con apenas ocho años. Durante su vida, y debido a su actividad independentista) se vio obligado a vivir lejos de la isla de Cuba en varias oportunidades.

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Por esta razón usó a lo largo de su vida varios seudónimos:

el Ambulante del Oeste; usado en el Faro Industrial de La Habana, año 1843

un Contemporáneo; usado en Apuntes biográficos de Emilia Casanova de Villaverde, año 1874

Simón Judas de la Paz; usado para publicar la traducción del francés de la novela La hija del avaro, año 1859

Sansueñas; probablemente el que más usó para colaborar con distintos medios como La Cartera Cubana (1838-1839), Faro Industrial de La Habana (1841-1842) y en varias polémicas periodísticas.

V. y V. C. ambos usados de forma indistinta en los mismos medios mencionados anteriormente.

Otro de los escritores que elogió a Cirilo Villaverde sería el español Benito Pérez Galdós, aunque una de las frases usadas por este escocería fuertemente el orgullo de los cubanos.

“Doy a usted un millón de gracias por el ejemplar que tuvo la bondad de enviarme de su hermosa novela “Cecilia Valdés”. He leído esta obra con tanto placer como sorpresa porque, a la verdad (lo digo sinceramente esperando no lo interpretará usted mal), no creí que un cubano escribiese una cosa tan buena.

“Sin que pretenda yo pasar por competente en esta materia, debo manifestar a usted aquel acabado cuadro de costumbres cubanas honra el idioma en que está escrito.

«Por lo, que de su obra se. desprende, enormes diferencias separan su pensar de usted del mío en cuestiones de nacionalidad; pero esto no impide que le salude cordialmente como admirador y amigo suyo»

Carta de Benito Pérez Galdós a Cirilo Villaverde, Nueva York, agosto 10, 1883

Cirilo Villaverde falleció en Nueva York, el 23 de octubre de 1894, una semana después el Apóstol le rendía tributo en las páginas del periódico independentista del Partido Revolucionario Cubano.