Considerado como uno de los símbolos más queridos de la ciudad, el Cristo de La Habana, la más importante de las obras de la escultora Jilma Madera, bendice la urbe desde la Navidad de 1958.

Su historia comenzó a gestarse desde el 13 de marzo de 1957, cuando un comando del Directorio Revolucionario asaltó el Palacio Presidencial con el objetivo de «ajusticiar revolucionariamente al dictador Fulgencio Batista». En medio de las ráfagas de ametralladora, la Primera Dama de la República, Martha Fernández realizó la promesa de erigir una estatua de Cristo que fuera visible desde toda La Habana si su esposo sobrevivía al ataque.

Con el objetivo de recaudar los fondos necesarios para el monumento se creó un Patronato encabezado por la propia Martha Fernández que logró sumar 200 000 pesos.

Entonces se lanzó un concurso para escoger el proyecto, en el que resultó ganadora la escultora cubana Jilma Madera, quien presentó un singular Cristo de aspecto mestizo, muy alejado de las representaciones tradicionales.

Por muchos años se creyó que el Cristo de La Habana había sido Modelado a imagen y semejanza de la pareja sentimental de la escultora, un equívoco que ella se encargaría de aclarar en más de una ocasión.

EL Cristo de La Habana a lo largo del tiempo

En un primer momento se concibió la idea de que el Cristo de La Habana superara la treintena de metros, un tamaño colosal, pero la escultora se opuso con firmeza (a pesar de que una estatua más grande hubiese representado mayores honorarios para ella) pues consideraba, de forma acertada, que la baja altura de la loma de La Cabaña hubiese contrastado visualmente de forma negativa con un monumento de semejante tamaño.

Jilma Madera posa con su cuadrilla junto a la cabeza del Cristo de La Habana
Jilma Madera posa con su cuadrilla junto a la cabeza del Cristo de La Habana

Al final se acordó que el Cristo de La Habana tuviera 20 metros de altura (51 sobre el nivel del mar) y Jilma Madera marchó a Italia para dar vida a su proyecto.

Sólo un año demoró la escultora en terminar la obra que fue embarcada en piezas hacia La Habana, no sin antes recibir la bendición del Papa Pio XII.

Ya en La Habana, Jilma, acompañada de una cuadrilla de apenas 17 hombres se dio a la tarea de armar su Cristo, el cual había llegado a la ciudad en 79 piezas. Fue un verdadero trabajo contra reloj, si se toma en cuenta que se deseaba inaugurar en la Navidad de 1958 y las obras de montaje comenzaron tan tarde como en septiembre de ese año.

El Cristo de La Habana estuvo, sin embargo, listo sin mayores contratiempos y el 25 de diciembre era develado como regalo de Navidad para todos los habaneros, en una ceremonia a la que asistieron, los más altos representantes de la jerarquía católica en la Isla, el Presidente de la República, General Fulgencio Batista y Zaldívar y la Primera Dama, Martha Fernández Miranda de Batista.

Curiosamente, y a pesar de su altura dominante sobre la bahía, al Cristo de La Habana no se le colocó ningún pararrayos y en 1961 durante una tormenta eléctrica la estatua fue impactada en la parte posterior de la cabeza por una descarga eléctrica que le provocó severos daños.

Para suerte, Jilma Madera había traído un bloque virgen desde Italia, en previsión de algún infortunio y pudo acometer la reparación (la primera que se le realizó al monumento) ese mismo año.

Al Cristo de La Habana se le instaló entonces un pararrayos, lo que ha mitigó pero no impidió que, a lo largo del tiempo fuera impactado en varias ocasiones y sufriera diversos daños.

De hecho, a comienzo de la década de 2010, medio siglo después de su inauguración el Cristo de La Habana amenazaba derrumbe y fue intervenido por la OHC y el Consejo Nacional de Patrimonio, quienes consiguieron revertir el marcado deterioro que acumulaba el monumento debido al tiempo y los factores ambientales.

Esa rigurosa intervención sería justamente distinguida con el Premio Nacional de Restauración en 2013, y cuatro años después, el 6 de noviembre de 2017 el Cristo de La Habana sería declarado Monumento Nacional.