Antonio Quintana Simonetti fue un paisajista, urbanista, profesor universitario y arquitecto cubano, uno de los más brillantes de su generación y del siglo XX cubano. Extraordinariamente talentoso, trabajador y prolífico, e él se deben varias de las obras más emblemáticas del Movimiento Moderno en la mayor de las Antillas.
Nació en la capital cubana el 18 de abril de 1919. Estudió Arquitectura en la Universidad de La Habana y se graduó en 1944.
Desde su etapa de estudiantil abrazó las nuevas tendencias de la arquitectura y rechazó los cánones clásicos que defendían parte del claustro de la alta casa de estudios. Como forma de protesta contra esa enseñanza anquilosada, fue uno de los estudiantes de la facultad de Arquitectura que en 1947 participó en la simbólica «quema de los Vignolas» en la patio de la universidad, por lo que sufrió un proceso disciplinario.
Antonio Quintana Simonetti de la Terminal de Ómnibus al Parque Lenin
Al graduarse en 1944 comenzó a trabajar en el Ministerio de Obras Públicas y tres años después comenzó también a dar clases en la Universidad de La Habana. En ese año 1947 ganaría el segundo premio del concurso de «Casas Económicas» y junto a sus colegas Pedro Martínez Inclán y Mario Romañach se convirtió en uno de los artífices principales del proyecto del Barrio Obrero de La Habana, en el que se construyó dentro de la misma línea del racionalismo que habían abrazado los tres.
A pesar de sus pocos años, Antonio Quintana era ya uno de los arquitectos más importantes y talentosos de la República. Así sería reconocido en 1950 durante el VIII Congreso Panamericano de Arquitectos en 1950 y, sobre todo, por sus propios colegas del Colegio de Arquitectos de Cuba, quienes le otorgaron sendas Medallas de Oro por el Edificio del Retiro Odontológico (1956) y el Edificio del Retiro Médico (1959).
Durante los últimos años de la República y como era costumbre entre los más importantes arquitectos del país, Antonio Quintana Simonetti, fundó su propia firma «Quintana, Rubio y Beato», junto a Manuel Rubio y Augusto Pérez Beato.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, decidió permanecer trabajando en Cuba – a diferencia de la mayoría de sus antiguos colegas del Colegio de Arquitectos que marcharon al exilio o abandonaron su profesión como Alberto Prieto – y se puso a las órdenes de las nuevas autoridades del país, las que utilizaron su experiencia y talento en varios de los proyectos más importantes que se erigieron en las décadas siguientes.
Más allá de su trabajo como proyectista y luego Jefe de la Dirección de Viviendas del Ministerio de la Construcción, después de 1959, Antonio Quintana proyectó, entre otras obras notables, la transformación del edificio del Tribunal Supremo en Palacio de la Revolución (1965), el Parque Lenin (1972), el Palacio de las Convenciones (1979) y el Teatro Heredia de Santiago de Cuba (1991).
Con el coliseo santiaguero se despediría Antonio Quintana Simonetti, pues fallecería poco después el 21 de septiembre de 1993, convertido ya en una leyenda de la arquitectura en Cuba.
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