Freddy cantaba boleros en las madrugadas del bar Celeste, pero antes del showtime, cual Cenicienta tropical cocinaba, recogía, lavaba y tendía ropa bajo el sol habanero. Cantaba para sí misma mientras pasaba el trapo y planchaba en la casa de sus jefes, acciones todas que entraban en su rol de empleada doméstica.
Pues aunque Guillermo Cabrera Infante la convirtió en La Estrella Rodríguez que cantaba boleros de su Tres Tristes Tigres ayudando a convertir al ser humano en leyenda difusa, camuflada apenas en esa conjunción de mito y realidad que son las páginas del premio Cervantes nacido en Gibara, Freddy era, por sí misma, un fuerza vocal inefable que debemos reclamar como monumento sonoro nacional.
Freddy, el arte de la resistencia
Su imagen de mujer obesa y por demás negra, negrísima, tan negra su piel como brillante su voz, sumadas a una infancia y juventud en los suburbios del Cerro natal la habían convertido en madre juvenil y soltera. Con la necesidad de mantener a su hija se vio obligada a trabajar de lo que fuese y así llegó a casa de los Bengochea (cuyo patriarca Arturo fue presidente de la Liga Profesional de Béisbol durante varios años).
Tras aquel torrente y retumbante vozarrón de Freddy existía un trauma tremendo y un destino condenado a la fatalidad. Fredelina García, que así se llamaba de acuerdo a la investigación incansable de Rosa Marquetti y su blog Desmemoriados, nació para llevar la vida como condena por más que su voz resultase un chorro de nostalgia que decoraba las noches del bar Celeste primero, y las del despampanante Capri luego.
Pero Freddy era capaz de hacer felices y llevaderos los dolores ajenos, no los propios. Su vida itinerante tras salir de Cuba la llevó a Puerto Rico donde falleció un mes después de tocar tierra en la Isla del Encanto. Era una tragedia pues apenas contaba con 26 años, un disco y una voz de contralto que no volvería a emerger en el panorama cultural cubano.
De Fredelina a Freddy
En la esquina de las calles Infanta y Humboldt se levanta un edificio que adopta la forma de la esquina de la cuchilla, en sus bajos rasgaba la noche Freddy. Aquel era el bar Celeste de Enrique Fernández, dueño del establecimiento que hoy ya no existe.
En aquel lugar la descubrió Marta Valdés y desde allí salió paulatinamente el talento de Freddy a recorrer otras noches y otras almas, a desandar bajo las luces de las farolas como un nubarrón enorme que amenaza con arrasar el litoral habanero en el cacareado temporal del siglo.
En su primer LP «Freddy«, del cual Marta Valdés dio cuenta en las páginas del periódico Revolución, incluyó un ligero homenaje a la cantautora habanera con su interpretación de «Tengo«. Aquella grabación juntó varias canciones bastante conocidas por el público como «El hombre que yo amé» o «Noche de Ronda» cuyas versiones se convierten en escenarios novedosos gracias al monumental viaje que nos regala la voz de Freddy; que las hace suyas y las cose con el desgarro de su voz poderosa y profunda, que viene de los linderos de la noche para acoger a los rezagados que buscaban la salvación en el bar Celeste y el Casino del Capri.
A la pesada cantante de 220 libras, como la describió Carlos Manuel Palma, el fundador y dueño de la popular revista Show, la acompañaba un estilo original, tan único, tan distinto, que su poder creador nos permitió a todos vaticinarle un porvenir triunfal, un futuro sin inquietudes. El bien intencionado Palmita acertó en parte, pero el desacierto de su promesa sería el que sepultaría al talento de Freddy en la larga noche del olvido. Aquella crónica publicada en julio de 1959 sirvió de alerta para que Humberto Anido se llevase su voz y su figura, sorprendentes y magnéticas ambas, al show del casino del Capri.
Una luna negra
En la producción del espectáculo «Pimienta y Sal» se inserta la cantante. En la contracultura de la vedette rubia, de curvas medidas y rasgos caucásicos la talentosa Freddy era un rara avis que desafiaba aquel status quo. Pero aquellas dudas, que transcurrían entre los segundos en que entraba al escenario y comenzaba a cantar, quedaban disipadas del todo cuando el público quedaba atrapado por su voz. Allí surgió el famoso sobrenombre que la acompañó durante gran parte de su corta carrera, la Ella Fritzgerald cubana.
Ya había salido su LP en abril de aquel año 1960 cuando se le presentó la oportunidad de visitar Caracas, posteriormente llegaría a México en febrero de 1961 con su manager personal Néstor Baguer y ya no volvería a La Habana donde quedaba su hija al cuidado de una amiga mientras la cantante intentaba hacerse un espacio en el mercado latino. Freddy, como muchos de los músicos de la noche habanera, vio que la revolución triunfante en enero del 59 no veía con buenos ojos los casinos y cabarets y decidió probar en otro de los grandes nichos del mercado que era el país azteca.
Al parecer aquel proyecto no fructificó y Freddy siguió al núcleo de aquellos exintegrantes de Tropicana que se fueron a Miami. En la ciudad del sol no halló consuelo ni espacio y siguió hacia Puerto Rico. Apenas un mes llevaba allí cuando sobrevino el fatal colapso de su corazón, aquejado quizás por problemas asociados al sobrepeso de Freddy. Era el 31 de julio de 1961, apenas en 18 meses aquella enorme mujer había transitado por múltiples luces de escenarios y sombras de contratos infructuosos. Gracias a la labor de Rosa Marquetti sabemos que nació en el Cerro, La Habana un 11 de noviembre de 1934.
Freddy se ganó el apelativo de estrella absoluta con su aspecto de antidiva voluminosa y terremoto musical de aquellos meses de 1960 junto a La Lupe, pero pese a su talento sería el genio de Cabrera Infante el que la colocaría, quizás, en su definición mejor.
Lejos de las cámaras y los sonidos, atrapada entre las letras ficcionadas de la literatura del prestidigitador de voces que era Caín, se nos rev(b)ela aquella mujer negra y obesa, destinada al sufrimiento y al dolor infructuoso, prisionera de múltiples fatalidades a la cual la historia y la memoria hubiesen sepultado (pues apenas 795 oyentes mensuales tiene registrada su página de Spotify), sino fuese porque Ella, Freddy, La Estrella Rodríguez cantaba boleros, y mientras lo hacía el mundo estaba definido por la peculiaridad de su voz.
NoTuve ovación de conocerá Freddy en persona ya que era adolescente en su época, luego conocí su voz y desde entonces me acompaña en mi memoria musical.