Para algunos la historia suele ser aburrida, hasta que cobra vida en Elpidio Valdés o Vampiros en La Habana a través del lápiz de Juan Padrón.

Porque, lo crean o no: muchos cubanos conocen más sobre las guerras de independencia por los muñequitos de Elpidio Valdés y otro tanto sobre el desbarajuste político de los años 30 por Vampiros en La Habana, que por los libros de texto de historia que les obligaron a leerse en tres niveles de enseñanza.

Vampiros en La Habana: nadie es profeta en su tierra

Vampiros en La Habana es después de la serie de Elpidio Valdés (que incluye numerosos cortos y tres películas animadas), la más famosa de las creaciones de Juan Padrón.


Vampiros en La Habana es una película perfectamente ambientada en la capital cubana. Entre los numerosos escenarios que recrea destacan el Hotel Nacional, el Parque Central, el Malecón y la Plaza de la Catedral.


La película del año 1985 es una verdadera obra maestra del cine animado para adultos, un género casi desconocido entonces en Cuba al que Juan Padrón le entró en grande y sin miedo, con éxito inmediato y a pesar de exhibirse con una clasificación + 16. Los cines se repletaron y la gente hacía cola para verla una y otra vez.

Nada, que Vampiros en La Habana es divertida y la primera ley del cine es que debe entretener…

Por eso, al día de hoy sigue gustando al público y se ha convertido en filme de culto que no pasa de moda, amén de que su dibujo no pueda competir «estéticamente» con los cánones actuales… pero el arte va de más que eso.

Curiosamente, la crítica llevó bastante recio a la película (los críticos siempre creen saber más que el público) y en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de 1985 recibió, apenas, el tercer coral, por detrás de dos películas de las que, pocos se acuerdan hoy en Cuba. Nadie es profeta en su tierra… ni los vampiros de Juan Padrón.

Menos mal que el tiempo, que todo lo cura (hasta el mal juicio de la crítica «especializada»), se ha encargado de poner las cosas en su lugar y al día de hoy varios portales consideran a Vampiros en La Habana entre los 100 mejores filmes iberoamericanos de todos los tiempos.

Foto de los 30s

Más allá del costumbrismo, porque Vampiros en La Habana es también un homenaje al sainete, se trata de una película divertidamente profunda (no al revés), didáctica e históricamente casi exacta, que refleja la lejana Habana de los años 1930, como en realidad fue y no como quisieran algunos reescribidores del pasado que hubiese sido.

En poco más de una hora de metraje, que no era poco para un animado en la época, Vampiros en La Habana desarrolla una trama trepidante que atrapa al espectador y retrata la ciudad y sus personajes típicos como pocos filmes cubanos lo han hecho.



Pepito el trompeta: el protagonista de la historia es el típico músico gozador cubano (el sonido de la trompeta es del inigualable Arturo Sandoval), amante de la rumba y las mujeres, leal a sus amigos por encima de todo y valeroso sin pasarse. Tan real que el público es capaz de verse reflejado en él y, en cierta forma, desear ser como él.

Lola la novia fiel: la caricatura de la mujer en una sociedad patriarcal que le impone hipócritas cánones de comportamiento, contra los que sostiene una lucha interior hasta liberarse de ellos.

La piña: Los socios de Pepito son la gente del barrio, los socios de toda la vida, capaces de jugárselas por el otro sin importar las consecuencias. Cómplices de juerga y correrías más allá de las ideas políticas.

El Gallego: Personifica a las decenas de miles de españoles que en las primeras décadas de la República dejaron su patria para establecerse en La Habana y prosperaron como detallistas. Totalmente integrados a la dinámica del país fueron, sin embargo, motivo del choteo de no pocos cubanos, por su condición de inmigrantes.



El tarrú: Motivo perenne de burla en el imaginario popular el tarrú sigue el mismo esquema en todas las épocas: el clásico personaje que se cree un bárbaro mientras su mujer lo corona con toda la peña.

El chivato: En Vampiros en La Habana se mezcla con el «guataca», que para los cubanos representan lo más deleznable y rastrero de la sociedad.

Los del bar: Porque siempre hay un grupo de socios del barrio dándose uno buches en un bar. Sin importar que sean los años 30 del siglo XX y los años 20 del siglo XXI estarán siempre ahí para burlarse de todo lo que les pasa por delante.

El bobo: Puede parecer políticamente incorrecto, pero Vampiros en La Habana es una foto de la época; y en una foto de la época, no puede falta el bobo al que cogen para el relajo en el barrio, con malicia, pero sin abuso.

El curda: El eterno borracho del barrio, desenfadado y sin complejos, que se mete con todos sin pena con tal de beber y fumar de gorra es uno de los personajes más entrañables de Vampiros en La Habana. Sus: «¿tú tienes un cigarrito ahí, Rey del Mundo?» y «Vendo enanitos verdes», son ya líneas antológicas del cine cubano.

Los turistas americanos: No pueden faltar, pues fueron parte inseparable del paisaje habanero durante las décadas de 1920 y 1930. Gracias, o por su culpa, depende de como quiera verse, La Habana se llenó de bares y garitos donde los americanos llegaban el fin de semana a matarse la ley que en su país les provocaba la Ley Seca.



Pero no sólo en los personajes acierta Juan Padrón en su Vampiros en La Habana. El filme, que aunque es más cubano que las palmas, fue en realidad una coproducción entre el ICAIC (Cuba), TVE (España) y Durniock (RDA) está cuidadosamente ambientado.

Varias de sus escenas transcurren en algunos de los lugares más emblemáticos de La Habana: el Capitolio, la Catedral, el Parque Central, el Malecón, los Aires Libres del Paseo del Prado o el Hotel Nacional.

La película no deja de repasar otros escenarios paradigmáticos de La Habana y recrearse en sus personajes típicos: Así, en Vampiros en La Habana se muestran sin tapujos el solar y la posada (dos inseparables de los barrios pobres de la ciudad), los tranvías y los bares. Todo muy salpicado con anuncios publicitarios, en especial de las cervezas Cristal, Hatuey y Polar.