La Sociedad de Fomento de Marianao se estableció en 1857, bajo el gobierno del Capitán General José Gutiérrez de la Concha, con el objetivo de fomentar el desarrollo de esa localidad, que en ese entonces era una de lus lugares de veraneo preferidos por la alta sociedad habanera.

Llegó, en su momento de mayor esplendor, a a agrupar 143 socios, entre los cuales destacaban varios de los más conspicuos miembros de la aristocracia criolla y peninsular como Rafael Mesa, Javier Terán, Gabriel López Martínez, Julián Zulueta, José Torrecilla o Gerónimo Quijano; todos bajo la presidencia del acaudaladísimo Salvador Samá.

A la Sociedad de Fomento de Marianao presidida por Salvador Samá se deben, entre otras obras trascendentales para el desarrollo económico y social de la localidad, la construcción de los primeros repartos (aunque en el ansia de acumular mayores ganancias, no se respetarán en muchas ocasiones las normativas establecidas referentes a los espacios públicos).

Sociedad de Fomento de Marianao
La Sociedad de Fomento de Marianao resultó decisiva para el desarrollo del pueblo de Marianao

Sociedad de Fomento de Marianao raíz de la Ciudad que Progresa

También la fundación del teatro – que sería conocido como «de Concha» – la apertura de la primera biblioteca; la construcción de una nueva valla de gallos y la reconstrucción y embellecimiento de los baños del río Quibú, principal atractivo de Marianao.

La gran obra de la Sociedad de Fomento de Marianao sería, sin embargo, la construcción del Ferrocarril de La Habana a Marianao (conocido popularmente como el «Ferrocarril de Marianao») a la que autorizó el gobierno colonial el 3 de septiembre de 1857.

Este camino de hierro, cuya contribución al desarrollo de Marianao sólo puede valorarse como monumental, dio su viaje inaugural el domingo 19 de junio de 1863 a las 12:00 del día en una ceremonia que fue presidida por Domingo Dulce y Garay, Marqués de Castell Florite y Capitán General de la Isla de Cuba

Caí un lustro antes, en 1859, la Sociedad de Fomento de Mariano había considerado cumplida su obra y acordado disolverse; no sin antes dejar tras sí los firmes cimientos que permitirían al pequeño pueblo convertirse en la «Ciudad que progresa».