El dicho popular de hoy sigue siendo de uso más o menos común, pues al trillado «el que tiene padrino se bautiza, y el que no, no» también le ha salido competencia con otros refranes parecidos como «al que Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga«, el más apócrifo y prosaico «si tienes amigos influyentes, sírvete de ellos, que subirás más fácilmente» o el famoso término, de uso coloquial más reciente, de «hijos de papá y mamá» para referirse a los apadrinados por alguien conocido o famoso que se ven favorecidos por esta cuestión.
Sin embargo, por aquello de que «amor de padre, que todo lo demás es aire«, ha sido cuestión común la protección hasta límites insospechados de los padres a sus hijos. Viéndose, además, como una condición humana natural y bien vista a lo largo de la historia.
Por tanto no debe sorprender que el compromiso de los padres con los hijos vaya incluso en contra de los intereses de los propios padres, quienes muchas veces favorecen a sus descendientes incluso cuando estos no son los más indicados para realizar equis función, y cuyo apellido ejerce como único sostén de su posición. Generando el desdén y el choteo, propio del cubano, con el término referido de hijos de Fulano, nietos de Mengano.
Aunque es apasionante ese tema de sucesiones, protección y favoritismo, en el día de hoy hablamos de una figura casi desaparecida, al menos con la función que tuvo durante décadas, la del padrino. Si bien es cierto que el término «padrino» traspasó a la religión yoruba y fue incorporado orgánicamente por la santería, la figura en sí iba más allá del bautismo meramente católico y respondía a una función social de apoyo y referencia para los niños ante el posible deceso de sus padres.
Para evitar el desamparo de los infantes, y el conocido refrán de «no tener padre ni madre, ni perro que le ladre«, aparecieron los padrinos y madrinas, convertidos en cuasi ángeles guardianes y benefactores de los jóvenes -sobre todo en las clases más altas de la sociedad cubana de la época- que en muchas ocasiones ejercían como figuras de igual importancia, en la educación y formación de los niños, que los propios padres.
El que tiene padrino se bautiza… según Renée Méndez Capote
El uso de este refrán estaba consolidado en la sociedad cubana de las últimas décadas de dominación española. El advenimiento de la República de Generales y Doctores le dio un giro picaresco a su uso. El botelleo y las asignaciones a dedo entre los políticos de las primeras décadas lo extrapoló a la esfera política con un giro de aquella actualidad de «Tiburón se baña pero salpica» y que decía «a mayor padrino, mayor derecho«.
Nadie mejor para describirnos la función del padrino que esa gran cronista social y relatora de costumbres que fue Renée Méndez Capote, hija de uno de los patricios ilustres –Domingo Méndez Capote– e improvisada costumbrista de los orígenes del Vedado y su consolidación urbanística.
«Después del nacimiento venía el bautizo, que tenía una gran importancia, porque aunque la familia no fuera religiosa, nadie quería que dijeran de su hijo que estaba judío.
Los grandes tomaban de pretexto al chiquito para divertirse a costa del padrino, porque había que ver lo que le costaba a éste el bautizo: la iglesia, que había que pagar, las tarjetas de bautizo que se repartían como recuerdo, los dulces y los reales, los medios o los quilos que había que tirarles a los muchachos callejeros, los cuales, cuando no recibían monedas, cantaban a coro: Madrinita de Caraguao, vestido limpio y camisón cagao.
EI día del bautizo se formaba un alegre cortejo de coches, siempre a costa del padrino, y se llevaba el niño a la iglesia a cristianar, y de vuelta a la casa de los padres se le acostaba a dormir, si por su edad permitía que lo acostaran, mientras los mayores se comían los dulces, descorchaban el champán o la sidra, o abrían el barrilete de cerveza, según la categoría social de los padres y los dineros del padrino, y a bailar con orquesta, sexteto, o simplemente con la música de aquellos fonógrafos de bocina colorada a los cuales había que dar cuerda al final de cada disco.
En Cuba no se bautizaba a los niños a los pocos días de nacidos, como se hacía en España; generalmente se esperaba meses y a veces hasta años.
Yo recuerdo un amiguito mío que tenía ya tres años cuando lo llevaron a bautizar, y por el camino iba peleando porque no quería ir con bata, sino con pantalones; y recuerdo también a seis hermanos que se bautizaron todos juntos, esperando a que los padrinos vinieran a La Habana desde Santiago de Cuba; por cierto que a todos les pusieron como segundo nombre Antonio.
Y me viene a la mente un niño que al preguntarle el cura cuándo iban a bautizarlo, contestó: Cuando haya para los dulces.
Costumbres de Antaño, Renée Méndez Capote (1975)
Si tenemos en cuenta lo que escribe Renée vemos que la función del padrino a comienzos del siglo XX era similar a la que tenían un siglo atrás. Así se desprende de esta otra crónica que detalla las obligaciones y compromisos a las que se veían sometidos los padrinos.
Me llamo Chucho Malatobo, nací en el callejón de la Samaritana; en mi bautismo, el sandio (ignorante o simple) de mi padrino arrojó muchos medios a la turba de mataperros que le persiguieron desde la iglesia a mi casa, cantando en coro el Juye que te juye, juye Pepe. ¡Oh!, mi padrino se portó a las mil maravillas, sin embargo de que era un hombre tan tacaño, que no daría un grano de maíz al gallo de la pasión, aun cuando tuviese cien fanegas…
Chucho Malatobo, artículo de costumbre de José Victoriano Betancourt publicado en la Revista Flores del Siglo (tomo I, 1846) que se editaba en La Habana bajo la dirección de Rafael María de Mendive y José Gonzalo Roldán.
Si tenemos en cuenta que la fanega es un método de medida anterior al actual sistema métrico decimal, y que estas oscilaban entre los 75 y 125 kilogramos, podemos asumir que el padrino de Chucho Malatobo no era alguien que dilapidase demasiado, sin embargo, el peso social de los bautismos recaían en el padrino; y este no tenía otra salida que mostrarse lo más opulento posible para demostrar su sólida posición económica, puntal del futuro de su ahijado.
Y quién sabe si con esa demostración alguna jovencita, o más bien un posible/futuro suegro, de la época le echaba el ojo a su desparpajo y billetera. Pues al final en el bautismo la excusa era el nacimiento del niño -que ya venía con un padre y una madre asignados- pero el protagonista del convite y el despliegue de la alegría era el futuro padrino y su metraje monetario, dando fuerza al dicho… porque nacer, nacía cualquiera pero solo «el que tiene padrino se bautiza«, y si el padrino era rico, la fiesta era en grande.
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