El carácter inasible que envuelve a la plaza de la Catedral de La Habana es uno de los encantos más genuinos de la Habana Colonial.
La armonía que aportan los antiguos palacios de la nobleza criolla que resguardan al majestuoso edificio, que corona el espacio rectangular, donde parecen confluir todos los viajeros de La Habana Vieja.
La imagen de la vieja Catedral de La Habana surge de entre las callejuelas para sorprender a los paseantes que desconocen las carambolas que se dieron para que esta iglesia terminara siendo Parroquial Mayor primero, y Catedral después.
El origen – La iglesia de los jesuitas
Los terrenos donde se levanta la actual Catedral de La Habana fueron cedidos a los jesuitas por parte del Obispo Diego Evelino de Compostela a fines del siglo XVII, gran apoyo de las órdenes religiosas del período que ayudó también en la fábrica de otros templos religiosos como… Sin embargo la Compañía de Jesús no llegó a la isla tras la Real Orden de diciembre de 1721 que les autorizaba su ejercicio en la isla.
En gran parte la dilación fue debido a las pretensiones que tenían de tomar posesión de la Plaza de la Ciénaga (hoy de la Catedral) a lo cual se opuso el Procurador General en múltiples oportunidades, no quedando otra que hacerse cargo, con el tesón que les caracterizaba, de los terrenos donados por Compostela que comprendían «una ermita casi frontera por las espaldas a la boca del puerto«.
En este lugar, que irían expandiendo con el tiempo, los jesuitas comenzaron a realizar su obra en La Habana y en palabras de José María Félix Arrate «fabricose una iglesia con las puertas al Sur, para que sirviese interinamente a sus funciones, hasta que con más fondos se pudiese emprender otra más grande«.
Los jesuitas no dejaron de expandir sus funciones y labores, solicitando en 1732 una franja «de la marina» al Cabildo con el fin de construir el gran edificio que albergase el colegio, convento e iglesia. Según la mayoría de historiadores la primera piedra de la futura iglesia de los Jesuitas se colocó en 1748, en el asiento de la actual Catedral de La Habana.
El ambicioso, y definitivo, proyecto se expandía más allá de los límites que le pertenecían entonces a la orden, razón por la cual se dirigen al nuevamente al Cabildo proponiendo algunas modificaciones que robaban varias varas a la calle Empedrado, y que le fueron aprobadas no sin los consiguientes peros. Según el destacado arquitecto e historiador Joaquín Weiss:
«la construcción de la iglesia de los Jesuitas procedió de acuerdo con un proyecto que tomaba en cuenta hasta las molduras del frente, tal vez trazado por uno de los propios padres. También nos da a conocer que se planearon desde el principio las dos torres, yuxtapuestas al cuerpo central, típico de las iglesias de Jesús»…
En 1761 Arrate señala que las obras de la iglesia están muy adelantadas, pero por sus propias palabras en su Antemural de las Indias Occidentales se entiende que aún faltaban no pocos detalles para considerar finalizada la obra.
Sin tener ninguna certidumbre real del estado de las obras entramos en el fatídico año de 1767, cuando los Jesuitas son expulsados de todo territorio español mediante Real Decreto. El arquitecto Weiss señala que
«los propios jesuitas en su libro del Cincuentenario, dicen que el colegio estaba terminado y funcionando, y que la iglesia «estaba terminada en lo principal», lo que según veremos debe aceptarse con reservas».
La Parroquial Mayor
La incansable historiadora Alicia García explica perfectamente todo lo referente a la Iglesia Parroquial de La Habana que ocupaba parte de los terrenos de la actual Plaza de Armas y Palacio de Gobierno o de los Capitanes Generales (concretamente parte del actual portal que da a la calle Obispo como se determinó en excavaciones realizadas en los años sesenta y ochenta del pasado siglo).
A estos antecedentes podemos añadir que los distintos proyectos de construir una iglesia parroquial de mayor jerarquía en La Habana, que emulase a la Catedral de Santiago de Cuba (que en muchos documentos de la época aparece como Catedral de Cuba, función que realizaba desde 1522) no fructifican, dejando a la población habanera con el desvencijado edificio al que un rayo, o la providencia divina, dieron la estocada definitiva en 1741.
Y, ¿ahora qué?
La decisión de sacar a la Parroquial Mayor de su posición primigenia, quedando La Habana como una de las pocas grandes ciudades de la américa hispánica sin una plaza mayor que incluya la Catedral como coronación del paisaje urbano, corresponde al entonces Capitán General.
El marqués de la Torre aprovechó los problemas constructivos de la antigua parroquial y decidió convertir la Iglesia de los Jesuitas, o de San Ignacio como se consigna en algunos mapas, en Parroquial Mayor de la ciudad, consiguiendo de un plumazo, en un audaz y eficaz movimiento urbanístico, crear distintas plazas con cometidos separados y una armonía individual propia.
Recordemos que hasta aquel momento las plazas consideradas públicas eran solo la Plaza Vieja, la de San Francisco de Asís y la mencionada de la Ciénaga, hasta que surgió la Plaza Nueva del Cristo años después.
Considerándose todavía los terrenos de la Plaza de Armas como un baluarte indispensable para la hipotética defensa del castillo de la Fuerza, no sería hasta terminados los proyectos del Marqués de La Torre (ejecutados a medias) que la Plaza de Armas se convertiría en el símbolo político y de significación histórica que ostenta hoy, eso sí, sin la representación del poder eclesiástico que hubiese representado allí la futura Catedral de La Habana.
La Catedral, símbolo del barroco cubano
Sería la Real Cédula del 11 de julio de 1772 la que aprobaba la instalación de la Parroquial Mayor en la iglesia del colegio de la Compañía de Jesús, permitiendo al mismo tiempo la demolición de los maltrechos muros de la antigua Parroquial, en la cual aún se practicaba el culto.
Así que mientras se terminaba la futura Catedral en la Plaza de la Ciénaga, se estableció en el oratorio de San Felipe de Neri la Parroquial Mayor de La Habana. Allí estuvo hasta que el 9 de diciembre de 1777 se trasladó la Parroquial Mayor al oratorio de San Ignacio, que había pertenecido a los jesuitas, y que sería el asiento definitivo de la Catedral de La Habana, una vez que el expediente para la de división eclesiástica de la isla considerase necesario dos obispados en la isla.
Gracias a las gestiones del entonces Obispo Tres Palacios se iniciaron una serie de obras con la intención de refinar la iglesia para convertirla en orgullosa Catedral de La Habana, iniciando estas obras en 1788 y fructificando en el nombramiento de Catedral de La Habana el 24 de noviembre de aquel año, quedando dedicada a la Purísima Concepción.
Sobre la Catedral de La Habana escribe el primer historiador de la ciudad Dr. Emilio Roig de Leuchsenring
«El templo forma un rectángulo de 34 x 35 metros, dividido interior mente por gruesos pilares en tres naves y ocho capillas laterales. El piso es de baldosas de mármol negro y blanco. Entre sus capillas se destacan la muy antigua de Nuestra Señora de Loreto, consagrada por el obispo Morell de Santa Cruz en 1755, es decir, mucho antes de la transformación del oratorio en catedral; y la llamada del Sagrario, con entrada independiente, que corresponde a la parroquia anexa a la catedral».
Sobre la Catedral de La Habana existen más momentos y curiosidades que deben ser relatados como el complejo, y hasta trágico, ejercicio de remodelación que llevó a cabo el Obispo de Espada y Landa a comienzos del siglo XIX y que destruyó los altares barrocos originales.
Siendo este el primero de los procesos de remozamiento que traerían bastantes comentarios, similar situación a la renovación colosal que se realizó a finales de los años cuarenta del siglo pasado, y que contó con varios retoques a lo largo de la década siguiente, el arquitecto Cristóbal Martínez Márquez.
Hay que resaltar, además, que la Catedral de La Habana acogió los restos del Almirante Cristóbal Colón durante más de un siglo, en una historia que cuenta con muchas situaciones polémicas, desde la teoría que sustenta que los restos de Colón nunca salieron de Santo Domingo, hasta los que sostenían que una vez en La Habana habían sido secuestrados, provocando que los restos llevados a España en 1898 no fuesen los reales.
Pero como se suele decir, esas son historias que contaremos en otro momento.
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