Flor Loynaz, una de las descendientes del General Enrique Loynaz del Castillo, fue una mujer envuelta en el mito; rodeada de fantasmas, excentricidades aparentes, locura y genialidad.

Su obra poética estuvo dispersa durante años, e incluso hoy resulta complicado encontrar poemas suyos en internet.

Esta selección que ponemos hoy a vuestra disposición se sustenta sobre el trabajo de terceros, los cuales citamos al final de la entrada.

6 poemas de Flor Loynaz

TRENINO

Trenino, hijo mío, mi perro:
quisiera tener tu corazón
tanto como quisiera tu cerebro;
un corazón humilde y un cerebro sencillo
que llevar dentro del cuerpo.

Y un cuerpo como el cuerpo tuyo: fuerte,
ágil, rudo a la vez ¡eso yo quiero!
Odio el hablar, que es privilegio triste,
prefiero tu ladrido: es más sincero
y más noble y más claro que la inútil palabra
con que hablo y con que pienso.

La burra de Balaam quedó asombrada
al hablar –y aunque fue sin entenderlo–
con la palabra le brotó una lágrima
que hocico abajo le rodó hasta el suelo.

Trenino, mi perro, mi hijo:
tú eres el mundo todo entero
puesto que eres inocente y fuerte
como el mundo en que creo.
Como el mundo que Adán no hubo manchado
con el pecado y con el sufrimiento.

Para tí –Dios lo sabe– son inútiles
el Infierno y el Cielo.
Por eso cuando mueras es posible
que te tome en sus manos un momento
y quede pensativo… ¡Sin saber
cuál es tu sitio en todo el Universo! 
(Flor Loynaz, 1936)

A mi tía Doña Virginia Loynaz del Castillo
Virginia: Dinosauria virgen,
 devoradora de rosas...
 Has muerto de hambre y de sed,
 ya que las rosas todas no bastaron
 y la primavera se fue.

 Virginia... ¡Desoladora tía!
 Diosa antigua de un pueblo fenecido,
 dime ¿qué luna de color de miel
 ilumina tu Templo
 que olvidó la mitología?

A una hoja de papel que me regaló Dulce María,
regalo inconcebible en estos tiempos
Es una fina hoja de papel
con la que el viento alegre jugaría;
¡cuántas cosas en ella contaría
que al corazón me suben en tropel!

Mas seguiré guardándolas en él,
en esta delirante algarabía
donde el llanto, la risa y la poesía
se mezcla como acíbar, sal y miel.

Dejemos esta hoja en su pureza
guardando la palabra inmaculada.
Si quiere, por el viento arrebatada
andar el mundo… ¡Vuelve con presteza!
que no será mi mano fatigada
quien sujete su vuelo a mi tristeza.
(Flor Loynaz, 1976)

Amor
De promesas falsas me hiciste un collar:
filigrana de oro, cuentas de cristal-

Al verle tan frágil no lo quiero usar
y como un tesoro escondido está.

Yo sé que hasta el viento lo puede quebrar.
Son promesas falsas… ¡Las debo cuidar!

Entierro Loco
Quietud, tristeza, muerte;
—Ha muerto como todo...—
ya enterrar su locura van los locos.
Lo llevan por un camino largo
o sin camino,
hacia blancuras de mármol.
Quieto: lo que no conocía reposo.
Callado: lo que fue alarido.
Fiebre: que se pasma ahora inerte.
Ya no queda risa ni sollozo.
Todo se va junto, apretado.
Los que lo llevan en hombros lloran de cansancio.
No es día ni noche.
Luces y sombras arrastradas
por todas partes como bestias cansadas…
Tierra: boca abierta esperando.
Tierra: boca cerrada tragando.
Luego habrá defecación,
flores y mariposas y frutos en sazón
¡Muerto loco y locura!
Locos que entierran locos…
Se funden sombras, luces…
Y ahora todo es blancura.
(Flor Loynaz, Sanatorio de Cruz de Piedra, 1941 0 42)

Tres poemas a Omar Khayan
I
De ti, Omar Khayan, cantor del vino,
espero la verdad:
De tu boca más fría y más amarga
que el vino y que el mar.
De tus ojos que fueron como estrella
quizás…
De tu corazón como vaso roto
ha debido vaciar
el supremo dolor de la vendimia
en el vino que se llega a tomar.
II
Aurora tras aurora
seguimos a Omar Khayan:
abandonándolo todo
por navegar.

Vamos por un mar de vino
en un barco de cristal
con los ojos embriagados
de tanto mirar el mar.

No buscamos ningún puesto
ni volvemos nunca más…
Vamos por un mar de vino
esperando naufragar.
III
Nosotros los que pasamos la vida cantando,
los que juntamos guijarros de oro,
los que nada hacemos ni nada pedimos
porque en nuestra nada lo tenemos todo:
nos iremos con Omar Khayan cantor del vino
que nos espera ansioso
de confiarnos su dulce secreto,
guardado en los más obscuro del racimo,
mientras Dios sonríe en el cielo
y el sultán manda en su trono.


Bibliografía:

  • García de la Torre, Luis y Gonzalez Acosta, Alejandro. ¡Sus majestades Enrique, Carlos y Flor Loynaz Muñoz!. Revista Surco Sur. Vol 8. 2018. Disponible: aquí.
  • Sitio VerbiClara