María Cervantes Sánchez es una de las grandes pianistas cubanas del siglo XX. Heredera indiscutible del talento desbordado de su ilustre padre, su larga carrera como compositora y concertista se encuentra avalada por decenas de discos en Cuba y en los Estados Unidos, dos plazas que conquistó a fuerza de talento e inspiración.
Nació el 30 de noviembre de 1885 en La Habana. María era hija de la señora Amparo Sánchez y del genial pianista y compositor Ignacio Cervantes, considerado como el músico cubano más importante del siglo XIX (en el que hubo muchos y muy buenos).
Desde niña mostró María Cervantes aptitudes hacia el arte y aprendió a tocar el piano con su padre, instrumento en el que destacaría por encima de sus doce hermanos varones, con los que Ignacio Cervantes soñaba, medio en broma, medio en serio, formar una orquesta.
María Cervantes un piano apasionado
A los 13 años, María Cervantes realizó su primera presentación pública en el elegante Teatro Tacón, lo que auguraba una intensa y exitosa carrera profesional. Sin embargo, la joven pianista dejaría de tocar por muchos años, primero por una enfermedad que obligó a que en 1900 tuviese que ser intervenida quirúrgicamente en los Estados Unidos y segundo debido a la profunda depresión que le provocó la inesperada muerte de su padre en 1905, quien se encontraba en plenas facultades físicas y creativas, y al que, desde pequeña había considerado su paradigma, en la vida y en el arte.
Contrajo matrimonio, el 11 de septiembre de 1909, con el abogado Rodolfo de Armas. La recepción se celebró de manera íntima, en horas de la noche, en la casa de su madre en el Vedado. A partir de entonces, si estudiamos el Diario de la Marina de esas décadas, podemos ver que casi todas las referencias a ella son en la vida social habanera, hasta 1924, en que reaparece como pianista. Pero bajo el nombre María Cervantes de Aulet. Lo cual indica que entre finales de 1923 e inicios de 1924 María Cervantes contrajo nupcias con el acaudalado hombre de negocios Augusto Aulet.
En 1927 grabó un primer disco y dos años después volvió a tocar en un gran escenario, esta vez el teatro Campoamor en Industria y San José. En 1929 se fue a vivir a Nueva York, donde la Columbia la contrató en exclusividad y grabó la friolera de 21 discos. En la Gran Manzana dio varios conciertos con notable éxito, pero los celos maniáticos del esposo la llevaron al divorcio y regresó a Cuba.
De vuelta en La Habana, María Cervantes hizo temporadas en el Teatro Encanto y le dio clases de piano a un jovencito, entonces desconocido, que luego se convertiría en leyenda de las teclas con el sobrenombre de Bola de Nieve. Bola nunca olvidaría a María Cervantes y la mencionaba a menudo como la pianista que mayor influencia había ejercido en su estilo y formación artística.
Su presencia fue habitual en las emisoras de radio y los hoteles y centros nocturnos de La Habana y Nueva York (donde siempre fue muy popular y continúo grabando con la Columbia) hasta que la muerte de su tercer esposo, Armando Aguiar – a quien amaba profundamente y que siempre dijo debió haber sido el único – la llevó a su segundo retiro prematuro.
Volvió a la escena a instancias del músico Odilio Urfé, quien casi a la fuerza la obligó presentarse en la abarrotada sala – teatro del Museo de Bellas Artes, en la que entre interminables aplausos recreó las principales piezas suyas y de su padre Ignacio Cervantes.
Ya no volvería más al ostracismo y se mantendría activa hasta casi los 90 años, con apariciones públicas en teatro, radio y televisión.
María Cervantes falleció el 8 de febrero de 1981, a los 95 años de edad, en el poblado de Calabazar, en las afueras de La Habana. Según confesó en una de las últimas entrevistas, le hubiese gustado marcharse antes, para que el pueblo no la recordara como una viejecita gastada de pelo blanco y grandes gafas…
“(…) pero hubo un segundo gran debut que no me pesa, porque si yo me hubiera retirado de verdad, me hubiera muerto ya. La música es mi vida.”
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