Pocos conocen que el origen del pueblo de Regla es dulce como el azúcar y no salado como el mar, pues se encuentra íntimamente relacionado con el ingenio Guaicanamar o Guicanamá que en año tan lejano como 1598 fundara Antón Recio, uno de los vecinos más ricos de la villa de La Habana.
Tampoco es que Don Antón – cuyo nombre lleva una calle que comunica los barrios de Los Sitios y Jesús María – nadase en oro ni mucho menos, pues en ese entonces La Habana era poco menos que un villorrio; pero el hecho de que dispusiera de medios para fomentar el primer ingenio de Cuba cuya «maquinaria» se movía por tracción animal en vez de por brazos humanos, habla no sólo de un espíritu emprendedor, sino también de un capital que no estaba al alcance de todos sus contemporáneos.
Del azúcar del ingenio Guaicanamar a la Virgen de Regla
Antón Recio, natural de Castilla, en España, fue el tronco inicial de los Marqueses de la Real Proclamación y, además, de los terrenos en Guaicanamar, donde edificó su ingenio, poseía otros solares en los alrededores de la Plaza de Armas y notables influencia en el Cabildo de la villa de San Cristóbal.
Todo parece indicar que Antón Recio llamó al ingenio «San Pedro de Guaicanamar» pues ese era el nombre con el cual identificaban los aborígenes cubanos los terrenos allende la bahía de La Habana.
Asegura el historiador José María de la Torre que alrededor del ingenio Guaicanamar se nuclearon los primeros vecinos de la zona y que, en 1687, a su vera se erigió una ermita de guano bajo la advocación de Nuestra Señora de Regla, que terminaría por dar nombre al poblado.
El ingenio Guaicanamar existió alrededor de un siglo, hasta que los bosques que lo alimentaban se alejaron tanto de su emplazamiento que dejó de ser rentable. Con su desaparición los vecinos del poblado, que ya se conocía como Regla, se vieron obligados a buscar nuevas fórmulas de subsistencia y comenzaron entonces a mirar al mar.
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