El pueblo de Casablanca se fundó al este de la bahía de La Habana en 1780. A diferencia de la vecina localidad de Regla, cuyo origen se encuentra muy vinculado a la producción de azúcar de caña con la fundación del ingenio Guaicanamar en 1598, Casablanca si nació muy vinculado al mar y las actividades portuarias.

Así, la Real Hacienda estableció, en el mencionado año 1780, un astillero y un almacén atendido por varios empleados y en el que se utilizaba el trabajo forzado de los presidiarios. Este incentivo resultó suficiente para que en sus alrededores se levantaran viviendas y se fomentara el comercio.

Seis décadas después toda la falda de la loma había sido ocupada por la población y existían (según el censo efectuado en 1846) medio centenar de casas de mampostería y casi 70 de tablas y guano, sin contar los establecimientos comerciales y de servicios.

La playa, por su parte, se repletó de talleres y almacenes con madera y otras materias primas e insumos que eran utilizados en la reparación y el carenado de los barcos. Ya entonces la población de Casablanca se elevaba a casi mil almas, de los cuales más de la mitad eran blancos; aunque a diferencia de su vecina Regla – donde la inmensa mayoría de la población era blanca y libre – sí existía un número considerable de negros esclavos.

Casablanca, constreñida en una estrecha franja entre la falda de la loma y la bahía careció siempre de espacio suficiente para una urbanización ordenada, según establecían los cánones coloniales: Allí, casi un siglo después de su establecimiento no se habían construido ni plaza ni iglesia, lo que representaba un serio contratiempo en una sociedad donde la actividad religiosa formaba parte esencialísima de la vida cotidiana. Para ser bautizados, casarse, ir a misa y hasta recibir la extremaunción, los vecinos del pueblo debían trasladarse al otro lado de la bahía a La Habana o a la vecina Regla.

No sería hasta 1858 que se terminaría la iglesia de Casablanca, la que se sumaría al pequeño hospital que ya existía. Además, existían una fábrica de pólvora y otra de clavos (aunque está terminaría por quebrar ante la competencia de los importadores).

Casablanca en la República, del tren de Hershey al Cristo de La Habana

Durante la República el barrio de Casablanca perteneció al municipio de La Habana, situación que cambió en 1976 cuando se aprobó una nueva división político administrativa que subordinó su territorio administrativamente al vecino Regla.

Sería durante el período republicano en el que se construirían las tres obras más representativas de Casablanca: el Observatorio Nacional (1908), el Tren de Hershey (1922) y el Cristo de La Habana (1958).

El Observatorio Nacional, donde hoy radica el Instituto de Meteorología (INSMET), se construyó a instancias del primer presidente cubano Tomás Estrada Palma para dar continuidad a la muy meritoria que durante el siglo XIX se había desarrollado en el Convento de Belén y que colocó a Cuba en la vanguardia de la meteorología. Sin embargo, no sería hasta 1908 que se concluirían las obras, ya bajo la segunda ocupación de los Estados Unidos.

Por su parte el llamado «Tren de Hershey», único tren eléctrico en Cuba, construyó su estación principal en Casablanca gracias al empresario chocolatero Milton Hershey, quien lo fomentó para establecer una vía de comunicación rápida y directa entre el Central Hershey que había levantado en Santa Cruz del Norte. Sus 140 km de vías férreas permitieron exportar el azúcar hacia el mercado norteamericano de forma segura y eficiente.

Que se estableciera una de las estaciones principales del tren de Hershey en Casablanca benefició muchísimo al pequeño poblado, pues además de potenciar sus almacenes y muelles, provocó una gran afluencia de pasajeros que utilizaban sus servicios para llegar, a través de sus variados ramales, a Santa Cruz del Norte, Hershey, Matanzas, Caraballo y Bainoa.

Si bien es cierto que ha pasado ya mucho tiempo desde que la contracción del transporte de carga y pasaje que ocurrió en Cuba después de 1959 – y sobre todo a partir de 1990 – perjudicó el ritmo de salidas del tren de Hershey y con ello Casablanca se empobreció un poco más, todavía, todavía los vecinos de ese pueblo, y de La Habana en general, guardan los más afectuosos recuerdos de esa pintoresca línea.

Por último, no se puede mencionar a Casablanca sin mencionar al Cristo de La Habana, monumental estatua inaugurada en diciembre de 1958, obra de la escultura Jilma Madera y que ha devenido en uno de los símbolos de la ciudad, a la vez que en un atractivo turístico – no lo suficientemente aprovechado en bien del desarrollo local – que hace que los visitantes crucen la bahía para disfrutar desde sus pies de uno de los miradores naturales más espectaculares que existen en la Villa de San Cristóbal.