La vista del antiguo Colegio de La Inmaculada no ha perdido su brillantez pese a la magnificencia del hospital Hermanos Ameijeiras que parece ocupar todas las miradas de la antigua caleta de Juan Guillén y luego de San Lázaro. Con el exterior de color amarillo crema y algunos detalles en rojo se mantiene esta centenaria institución que, a pesar de los problemas estructurales sufridos recientemente, aún posee una de las capillas más coloridas de la ciudad.
Está considerada la obra más importante que desarrolló el Apostolado de las Hijas de la Caridad en Cuba hasta que gran parte de la orden debió abandonar la isla en los años sesenta debido a la nacionalización de la educación y las diferencias del nuevo poder con las organizaciones religiosas.
Sin embargo la orden mantuvo cierta actividad en la Isla y las hermanas de la Caridad que partieron al exilio en La Florida mantuvieron el vínculo con sus hermanas radicadas en La Habana, permitiendo que la función de ayudar a los más necesitados, espiritual y materialmente, no desapareciese del todo.
El Colegio de La Inmaculada, una obra en el tiempo
En el año 1847 arribaron a Cuba los Santos Padres Paules en la figura del Padre Claret C. M. quien junto a dieciocho Hijas de la Caridad se hacen cargo del servicio del Hospital de San Lázaro y de la Casa de Beneficencia. El entonces Capitán General Leopoldo O’Donnell fue el principal valedor de la orden dado los resultados de las hermanas en la península.
La obra positiva que realizan posibilita que apenas cuatro años después se hagan cargo del colegio de San Francisco de Sales donde se comienza a realizar un verdadero culto a la Caridad. Y posteriormente sean las encargadas de gestionar el Leprosorio de San Lázaro en El Rincón.
En el año 1874, cerca de donde se encontraban las principales funciones de la orden, se funda el Colegio de La Inmaculada, considerada la Casa Central de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.
El colegio cubría desde el Kindergarten (cinco años) hasta la Segunda Enseñanza, e incluso ofrecía residencia para las jóvenes del interior del país que cursaban estudios universitarios.
En el año 1944 el número de la matrícula de Pensionistas del Colegio de La Inmaculada ascendía a cerca de novecientas estudiantes y sumaba cerca de cuatrocientas que estudiaban gratuitamente en la institución.
El Colegio de La Inmaculada estaba incorporado al Instituto de La Habana por lo cual su título de Bachiller tenía reconocimiento oficial. En su nómina estaban registrados cuarenta seglares y diez religiosas.
El Colegio de La Inmaculada competía con otras instituciones educativas en eventos deportivos y artísticos que se desarrollaban entre los centros educativos religiosos. Su posición frente al Malecón habanero, además de la elegancia arquitectónica y la reputación de las Hijas de la Caridad le convirtió en uno de los más conocidos centros educativos de la ciudad.
Cada año se realizaba un acto de entrega de los premios a las alumnas que «por conducta, aplicación y aprovechamiento más se destacaban«. Dicho acto era reseñado en el Diario de la Marina, además de otras actividades relacionadas con el funcionamiento del centro educativo.
La vida en el Colegio «La Inmaculada»
Sor Hilda Alonso, monja que dirigió el Colegio de La Inmaculada a finales de los años cincuenta y comienzos del sesenta describe un día corriente para las monjas.
«Yo después de estudiar durante cinco años los votos necesarios para formar parte de la orden ingreso con veintiocho años, plenamente convencida de mi entrega al señor y a la gracia de la Caridad.
Nos levantamos a las cuatro de la mañana con el toque de la campana, después de vestirnos íbamos a la capilla a hacer el rezo mañanero y pasábamos a desayunar. Posteriormente realizábamos los oficios necesarios para mantener el Colegio de La Inmaculada y las demás instalaciones limpias.
Sobre las nueve recibíamos la instrucción de parte de otras monjas mayores y sacerdotes en la cual nos explicaban los votos que habíamos tomado y el fin de servir donde quiera que nos destinasen, fuesen hospitales o centros educativos.
Normalmente era un Sacerdote Director el que llevaba la parte de espiritualidad vicenciana que era el espíritu de San Vicente y Santa Luisa Marillac -los fundadores de la orden en el siglo XVII-. A las ocho de la noche nos recogíamos con el rezo y nos íbamos a la cama».
Entrevista de Sor Hilda disponible en la Cuban Heritage Collection
Cuánta historia encierran nuestras calles y ciudades. Gracias por la ilustración. Me encanta vuestra labor.