Reseña sobre El Vedado tomada del libro «Memorias de una cubanita que nació con el siglo» de Renee Méndez Capote.

Memorias de una cubsnita

Hasta después de la segunda intervención no se metió el Vedado a barrio residencial de moda. Entonces empezó a ser el sueño realizado de los nuevos ricos, que con la subida de los liberales al poder empezaron a transformar la vida criolla.

calzada del cerro postal antigua
El Cerro a inicios del siglo 20

A principios del siglo el Cerro seguía siendo el suburbio distinguido por excelencia, donde las familias linajudas tenían sus casas-quintas. Nosotros ibamos en coche, un viaje interminable, a casa de los Iznaga, de los Alvarez Cerice, de los Cárdenas, los Morales, los Arango … y el parquecito de Tulipán nos encantaba
por su ambiente recoleto y silencioso, con su paisaje de tierra adentro.

Los mambises fueron los primeros que poblaron de chalets sencillos el peñón agreste y el Vedado empezó a nacer vigoroso, estremecido por Ia fermentación de vida que Ie impartía una sociedad surgida de la rebelión y de Ia lucha y se hubiera mantenido puro si los políticos y su secuela de millonarios relampagos no se hubieran precipitado a afear el paisaje y enturbiar su atmósfera con palacetes presuntuosos.

El Vedado

Cosas recuerdo yo del Vedado primitivo que son cosas deliciosas. La policía, por ejemplo, toda de españoles, con bigotes y botas de montar, metidos en unos uniformes entallados, de un azul que se desteñía enseguida, con una especie de parentesis negros puestos de revés en las espaldas.

Las mujeres les tenían miedo cerval. Primero llamaban en su auxilio a los rateros que a los policías; solamente se volvían amigos en la época de los ciclones.

Policia anos 20
Policía de inicios del siglo XX

Primero venía mi tio Enrique Chaple, aficionado inveterado a la meteorología, que se paraba en el portal y levantando una mano mágica predecía si habría o no ciclon; después llegaba el policía de a caballo, envuelto en su capa de agua y se paraba en la esquina tocando el pito desesperadamente y gritando: ¡Ciclón … ! ¡Ciclón … ! Y más atrás venía el ciclón empujando al policía.

Enseguida se oía un claveteo apresurado y la gente corría a saquear las escasas bodegas del barrio, a comprar jamón gallego, sardinas españolas, atún, calamares rellenos, sobreasada, salchichón, galletas, leche condensada y velas. También se compraba alcohol para los reverberos y luz brillante para los faroles y quinqués.

Los serenos, todos españoles también, tranquilos, silenciosos como seres acostumbrados a vivir de noche, desarmados, con un perro sato y un pito de auxilio por toda defensa.

Y los faroleros, de la Peninsula también; no recuerdo en mi infancia un solo policía, ni sereno, ni farolero cubano. Eran ágiles y puntuales, encendían los faroles de gas con largas pértigas y me parece recordar que algunos llevaban una escalerita ligera en el hombro. Pero nunca vi apagar ningun farol supongo, sin embargo, que los apagarían de mañana, porque no creo que se apagaran solos.

Y los obreros catalanes y valencianos, albañiles y pintores, vestidos de blanco, buenos mozos, combativos y progresistas. Recuerdo una huelga de la construcción en la que hubo palos y ladrillazos con la policía, y toda la vecindad se puso de parte de los huelguistas.