El Colegio de Belén se fundó en virtud de una Real Cédula del 26 de noviembre del año 1852, firmada por Isabel II «la de los tristes destinos», expresando sus deseos de que se estableciera un colegio de la Compañía de Jesús en alguno de los suprimidos conventos de La Habana, con la obligación de los padres de encargarse de la educación superior.
Con este objetivo se trasladaron a La Habana desde el año 1853 los jesuitas Bartolomé Numar, Cipriano Sevillano y el hermano coadjutor Manuel Rubio.
El Colegio de Belén
Primero comenzaron la construcción de un nuevo colegio en la Avenida de Carlos III, del que colocaron con toda la solemnidad la primera piedra el 10 de octubre de ese mismo año 1853, pero que abandonaron rápidamente cuando apenas estaban los cimientos, probablemente por un problema de fondos.
Afortunadamente para los jesuitas, el nuevo Capitán General de la Isla, Juan Manuel González de la Pezuela y Ceballos «Marqués de la Pezuela» ordenó que, tal y como era la voluntad de la reina, se les entregará a la orden religiosa uno de los antiguos conventos de la capital cubana (que careció siempre de muchas cosas, pero conventos tenía para aburrir).
Dicho y hecho: De inmediato se puso en manos de los jesuitas el vetusto Convento de Nuestra Señora de Belén, en la calle Compostela entre Luz y Acosta que, para entonces, estaba siendo utilizado como cuartel de infantería y residencia del Segundo Cabo.
Había sido construido el Convento de Belén por los padres betlemitas, quienes lo habían ocupado hasta el año 1842 en que se había suprimido la orden. Desde entonces había quedado a disposición del Gobierno de la Isla que le había dado diversos usos.
El Colegio de Belén abrió sus puertas el 2 de marzo de 1854 e ingresaron en él unos 40 niños. Para el segundo curso, luego de las reformas pertinentes y de haber tomado los jesuitas el control de todas las instalaciones del enorme edificio, pudieron ya admitir alumnos internos.
Nuevo Colegio de Belén
En 1926 el Colegio de Belén dejó el antiguo convento para instalarse en las modernas instalaciones que habían construido los jesuitas en Marianao.
Allí, junto a la Calzada Real (hoy Avenida 51) la orden adquirió 192 000 metros cuadrados de terreno; suficientes, no sólo para el plantel, sino también para construir modernas instalaciones deportivas, pues el plan de enseñanza del colegio insistió siempre tanto en la preparación física como en la académica.
Desde sus primeros años contó el centro de enseñanza con el «Observatorio de Belén» que, bajo la acertada conducción del padre Benito Viñas (1837 – 1893) se convirtió en un referente universal para el estudio de la Meteorología y, en especial, de los ciclones tropicales que, un año sí y otro también, provocaban un enorme daño humano y económico a la Isla de Cuba.
Sería en el Observatorio de Belén en el primer lugar del mundo en que se le darían nombre a los ciclones tropicales y donde, se enunciarían, por el padre Viñas, las leyes físico – atmosféricas y las causales que determinan el movimiento de estos organismos.
A partir de que el Observatorio del Colegio de Belén determinara con precisión la trayectoria de la gran tormenta que azotó La Habana el 12 de de septiembre de 1875; lo que permitió la salvaguarda de vidas y haciendas, las autoridades y la población demandaron cada vez más de sus servicios y el prestigio del Colegio, que ya se tenía en alta estima, se acrecentó aún más.
El Observatorio pasó junto a las aulas de enseñanza a las nuevas instalaciones de Marianao, en las que también funcionaron la Academia Gertrudis Gómez de Avellaneda en la que se enseñaba el arte de la oratoria (no es de extrañar la gran cantidad de políticos que egresaron de sus aulas); los talleres de electromecánica en los que se formaron como técnicos y obreros miles de jóvenes de escasos recursos económicos y la escuela gratuita «El niño de Belén».
Todas las instalaciones y dependencias del Colegio de Belén pasaron a manos del Estado cubano en el año 1961 tras nacionalizarse la enseñanza en el país y prohibirse las escuelas privadas a todos los niveles.
En 1967 el extinto Colegio de Belén se convirtió en la sede del Instituto Técnico Militar José Martí (hoy universidad) que mantiene hasta el día de hoy.
Era le escuela más grande de Cuba, la cual fue diseñada por el arquitecto Leonardo Morales para la Orden de los
Jesuitas, a principios de la década de los años 30. Al edificio se accedía por una impresionante escalinata. Había que atravesar primero un puente que por debajo cruzaba una antigua línea de ferrocarril que estaba fuera de uso.Tenía el edificio un eje central, el cual comenzaba con un gran vestíbulo con su portería, precedido por la capilla, que seguía un diseño similar a la Capilla Santa María La Mayor en Roma y continuaba con la Sacristía. Separado por una galería, continuaba con el salón de Actos, que servía también de cine. Terminaba con otra galería y con el Museo de Historia Natural con un salón de Laboratorio. En el piso superior a éste, se encontraban los laboratorios de física y química.
El resto del edificio se desarrollaba en forma de un abanico, conectados por anchas galerías con sus respectivas escalinatas y cuatro enormes patios interiores. Los salones de clase estaban situados mayormente en la planta baja. Estaban distribuidos por secciones, según las edades. Estas eran seis divisiones, comenzando por los más pequeños de la Sexta División hasta llegar a los mayores en la Primera División, los cuales tenían su propio salón de juegos.
El edificio tenía en su planta principal, inmediatamente hacia la izquierda del vestíbulo, un salón de recibo, la Rectoría y del Departamento de Contabilidad. Continuaba con un pequeño Museo de Monedas seguido de una Barbería. Tenía un sótano en su ala derecha para estacionar los ómnibus escolares y talleres de mantenimiento. En los altos de éste,
volviendo al piso principal, estaban unos grandes comedores y la cocina.El edificio tenía un total de tres pisos, sirviendo los dos superiores, mayormente para el alojamiento de los sacerdotes y alumnos pupilos. Tenía en su azotea un Observatorio y contaba con una piscina cubierta de veinticinco metros y cubículos para duchas, también en el piso principal, estaban estratégicamente localizados junto a cada División, unas unidades de servicios sanitarios que a su vez daban acceso a los terrenos de juego.
Rodeando el edificio, había una calle para circulación de los ómnibus escolares, y a continuación se encontraban los campos deportivos que acomodaban todo tipo de deportes: pelota, softball, baloncesto, soccer y volleyball. Por último, tenía en un edifico accesorio, una Escuela Elemental para niños desfavorecidos y en la parte trasera, del otro lado de
El arquitecto Fernando Álvarez-Tabío Longa lo describe así en su libro «Memorias de un arquitecto emigrado»
la avenida que discurría por detrás, se encontraba la Escuela Electromecánica de Belén. En ella se impartían clases diurnas y nocturnas para aprendices de mecánica y obreros.
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