Con unas zapatillas mágicas y bajo el gran eco periodístico de la época, así se lucía Ana Pavlova en el Teatro Payret habanero durante su primera visita del año 1915. La excepcional bailarina -si atendemos a las crónicas- se desplazó también al interior del país para mostrar su arte, haciendo que la cobertura a su presencia se reproduzca también en los medios de prensa regionales.

Las crónicas de la época extienden las alabanzas a toda la compañía de Ana Pavlova, incidiendo en la robustez del show en general. Por si no fuesen suficientes los halagos, algunas plumas más audaces deciden expandir estos comentarios al terreno global, asegurando: «En una semana, en este pueblo grande que se llama La Habana, he vivido como en una gran capital. Ha sido por la gracia de tu arte, Ana Pavlova, gracias te sean dadas».

No hay dudas que el impacto de la bailarina y su compañía, además de inmediato, fue reivindicativo para las esferas culturales de la sociedad cubana de la época. No debemos olvidar que algunos proyectos como la Academia Nacional de Artes y Letras o la Sociedad Pro Arte Musical, se beneficiaron gracias, en cierta medida, al gran despertar económico de las vacas gordas -que siguieron a la Primera Guerra Mundial- y al enorme éxito de las grandes estrellas europeas que desfilaron por territorio cubano por primera vez.

La Habana acoge a las Bellas Artes

Tras una guerra de independencia finisecular, y varios tropiezos en el terreno político (reelección de Estrada Palma, ocupación estadounidense, la Masacre de los Independientes de Color), el acercamiento a la élite cultural del primer período de mandato de Mario García Menocal -con Enrique José Varona como Vicepresidente del país- permitió a las Bellas Artes, hasta entonces vistas de lejos por los cubanos, su desarrollo y expansión en el país, aunque la mayoría de las grandes figuras actuasen casi exclusivamente en el occidente cubano.

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La gran aportación de Ana Pavlova al ballet mundial, razón por la cual se le conocía como «El cisne del ballet ruso» (imagen de la revista Sputnik)

Esta exposición sostenida de grandes figuras en los crecientes teatros habaneros, junto al poder de las Asociaciones de Naturales (Centro Gallego, Asturiano…) que destinaron parte de su presupuesto al desarrollo de pequeños centros culturales, posibilitó el nacimiento de un delicado estoma cultural para corrientes hasta entonces reservadas a las tradicionales capitales europeas y las pujantes mega urbes norteamericanas.

El ballet, la ópera y la música clásica entraron en el panorama cultural habanero, siempre receptivo a estas elevaciones del espíritu. No habían llegado aún los frenéticos años 20, ni el son y la música afrocubana se habían posicionado con rotunda popularidad. Lo criollo, seguía mirando al lejano rictus parisiense en detrimento del indisoluble ajiaco africano, chino y canario.

Anna Pavlova, un cisne eterno en el Payret

El debut de la compañía de Ana Pavlova se produjo el 13 de marzo de 1915 con la expectación que precede a las grandes figuras. Ana Pavlova y la mayoría de sus acompañantes se lanzaron a la conquista de Occidente desde la Rusia Zarista, sin embargo, los vientos de la guerra europea los forzaron a emigrar más al oeste y así llegó el cisne de San Petersburgo (donde había nacido el 12 de febrero de 1881) a la fiesta de los trópicos que era La Habana.

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Como relata el historiador del ballet en Cuba, Santiago Rey Alfonso en Opus Habana, el debut de Ana Pavlova se produjo con «los ballets Amarilla y La noche de Walpurgis, e interpretó además varias «miniaturas» indisolublemente unidas a su leyenda, entre ellas el famosísimo solo El cisne —luego llamado La muerte del cisne (The Dying Swan), obra por medio de la cual el público criollo tuvo un primer acercamiento a la obra coreográfica de Mijaíl Fokin— y Bacanal de otoño, un pas de deux en el que fue acompañada asimismo por Alexander Volinine, su partenaire por la fecha».

Durante su estancia la compañía también bailó «Danza Persa«, «Ensueño de Raymunda«, «La muñeca encantada«, y «El despertar de Flora» entre otros «divertimentos» que mostraban el nivel técnico de los intérpretes. Además del mencionado Volinine (cuyo apellido real era Volinin), el resto del elenco estaba integrado por Stefa Plaskovietzka, primera bailarina clásica; mademoiselle Kuhn, primera bailarina de carácter; y mademoiselle Svirskaia, primera bailarina especial.

Otras bailarinas y solistas eran las mademoiselle Fredova, Lindovskaia, Shelton, Brunova, Cortnova, Florence, Verina, Woronova, Moskvina, Butsova, Collinet, Grifova, Saxova, Leggierova, Crombova y Dorisova, en su mayoría inglesas con nombres «eslavisados».

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Ana Pavlova entre bastidores

Como primeros bailarines y solistas figuraban Sergei Oubrainski, André Pavley, Vajinski, Zalewski, Kobeley, Domoslavski, Veseloff, Marini y Loboiko. El empresario que trajo a la compañía era el conocido Max Rábinoff quien había contratado como «maitre de ballet» al antiguo primer maestro de ballet de los teatros imperiales de San Petersburgo y Moscú, luego director coreógrafo de la Gran Ópera de París, el legendario Iván Clustine.

En el escenario brillaba el cisne de las nieves, pero igual de conmovido se mostraba el público con los arreglos musicales del espectáculo. El maestro Theodore Stier marcó la emoción con la batuta y este hacer sinfónico notable no escapó a las crónicas habaneras. Otro periodista, maravillado, escribía «el espectáculo, bajo su doble aspecto coreográfico y sinfónico, es de una brillante visualidad artística, y admirable por los lienzos debidos a pintores de fama… La sociedad habanera, de gusto depurado, dará con su presencia auge y prestigio al espectáculo de la mejor bailarina de estos tiempos».

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Ana Pavlova fue la más mediática de las bailarinas de su época, en la imagen la acompaña Charles Chaplin (imagen de la revista Sputnik)

Estas palabras, aparentemente exageradas, muestran la espectacularidad de los bailarines de la compañía de Bailes Rusos de Ana Pavlova, puesto que no era este el único gran suceso de la ciudad en ese momento. Los tradicionales juegos Florales aún se desarrollaban y curiosamente ese año coronaron como «flor natural» a un joven poeta nombrado Agustín Acosta, mientras que los carnavales habaneros aún resonaban en la prensa de sociedad. Casi al mismo tiempo desembarcaban en la ciudad los promotores y periodistas que cubrirían el «combate del siglo entre Johnson y Willard«.

La sensibilidad del público cubano

En medio de aquel incesante trajín que convertía a La Habana en una ciudad cosmopolita, el debut de Ana Pavlova brilló por sí mismo. La experimentada bailarina hizo además los placeres de los círculos sociales cubanos, en compañía de su esposo y manager Victor Dandré. En el Teatro Tomás Terry de Cienfuegos bailó, el lunes 22 de marzo, contratada por los productores Santos y Artigas. Hizo lo propio en el Sauto matancero. En el interior del país su presencia fue enormemente agasajada por su talento y cercanía.

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Imagen de la revista Sputnik

El gran escritor Federico Urbach se rendía de esta forma a Ana Pavlova en un crónica de finales de marzo de 1915:

«Estrella, lirio, abismo, ensueño, dominadora… Eres más, Pavlova, única Ana Pavlova, eres infinita e inmensamente más: eres el arte, todo el arte, concretado en la mujer, y eres toda la mujer sutilizada en el arte… Cuando danza, cuando vagas, cuando giras, ¿desciendes a la tierra o te elevas de ella? Nadie puede decirlo. Tu dominio es el aire. Tú misma eres el aire, porque como el ambiente, transmites a las almas el perfume, la luz y la armonía».

Consumada como la bailarina rotunda de su época, su sombra en la ciudad permaneció latente, y el reclamo de sus admiradores la llevaría a repetir actuaciones en dos oportunidades más adelante (febrero de 1917 y entre diciembre de 1918 y enero de 1919). Es lógico que varios años después, para referirse a nuestra Alicia Alonso, algunos cronistas veteranos usasen a la bailarina rusa como la referencia primordial en las comparaciones.

Alicia-alonso.-Segundo-acto-del-lago-de-los-cisnes.-Paris.1970
Alicia Alonso ganaría el premio Ana Pavlova otorgado por la Universidad de la Danza de París.

Para el público que acudió en masa a sus actuaciones dejó las siguientes palabras:

-¿y de Cuba … que piensa mademoiselle?
-Desde que bailo en las grandes capitales … he deseado conocer este país, de cuyo clima, sin conocerlo por experiencia, estaba enamorada. Agradezco la buena acogida del público de La Habana tanto más cuanto que, para juzgarme, no había aquí punto de comparación. Esto demuestra que se ha emocionado sinceramente con mi arte. Además se me ha aplaudido precisamente en los números favoritos de los grandes públicos de Europa …»

Entrevista aparecida en el periódico El Día, lunes 15 de marzo de 1915.