El 23 de marzo de 1961, se estableció el Día Mundial del Metereólogo, y por esos azares, tremendos, de la vida, dos años después nació en Palma Soriano Ana Fidelia Quirot, quien sería mundialmente llamada “La Tormenta del Caribe”.
Oficialmente se llama Ana Fidelia Quirós Moret, pero en algún lugar su primer apellido cambió la S por la T y así ha quedado para la historia del deporte, porque la gran corredora santiaguera es una de las leyendas más grandes del atletismo en todos los tiempos.
Ana Fidelia Quirot la inconstante niña veloz
Ana Fidelia nació en una familia de deportistas, un padre boxeador y dos hermanos baloncestistas condicionaban un ambiente familiar que tendía al deporte. Mas la niña de Palma, a sus doce años, no se mostraba muy inclinada al mundo de la cultura física, hasta un día -afortunada fecha lamentablemente olvidada- en que unos entrenadores llegaron a su escuela para realizar captaciones.
Los niños fueron llevados a un centro deportivo y comenzó la rutina clásica para captar talentos, pruebas de velocidad, eficiencia física, saltos, etc. Pero al llegar a la velocidad, en la prueba de 20 metros, el entrenador José Luis Arañó al mirar su cronómetro supo que había encontrado oro, la muchachita que acababa de correr había detenido el reloj en un tiempo de asombro. Habían hallado a la futura Tormenta del Caribe.
Pero la niña era inconstante, no le acababa de prender el bichito del deporte, según ella misma:
Recuerdo que yo no era muy constante asistiendo al área (…) iba un día y me perdía dos.
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Más Juan Heredia Salazar, que así se llamaba aquel entrenador, no se dio por vencido, había visto con sus propios ojos el tiempo aquel día, la había visto luego vencer a niños mayores que si entrenaban diariamente, sabía que con el incentivo adecuado aquella muchachita delgada podría llegar ser una campeona. Ana Fidelia Quirot recuerda:
(…) se dio a la tarea de hablar con mi mamá para que me permitiera practicar atletismo. Recuerdo que yo no era muy constante asistiendo al área y todas las noches el entrenador iba a hablar con mi mamá, me enamoraba llevándome algún short, los pinchos y otras cosas para que me embullara.
Gracias a un profesional de ojo avizor, que amaba su trabajo, Ana Fidelia se convirtió en campeona.
Los inicios de La Tormenta del Caribe
Muy poco después de haber sido descubierta para el deporte, Ana Fidelia Quirot, entonces con doce años, asistía a un campeonato internacional en Hungría, allí fue la única niña que se alzó con una medalla, obtenida en los 60 metros planos, donde entró tercera.
Cuando regresa matricula en la EIDE de Santiago de Cuba, donde en 1978, con quince años, implanta récord nacional juvenil en los 400 metros, con tiempo de 54, 74 segundos. Era el primero de muchos.
En gran medida gracias a ese registro es escogida para integrar la posta de 4×400 de Cuba en los Juegos Centroamericanos de Medellín 78. Se alza con un oro, recuerden que tiene tan solo quince años.
Ahí llega a su vida el gran entrenador Blas Beato, formador de decenas de campeones, como Leandro Civil, Roberto Hernández, etc. Sería su guía hasta su fallecimiento en 1992, de su mano Ana Fidelia lograría muchos de sus mejores resultados, arrasando en Centroamericanos, Panamericanos, Iberoamericanos o Mundiales Internacionales.
Para 1988 era la gran favorita al oro en las olimpiadas de Seúl, ese año ninguna de las finalistas la había derrotado, ella lo sabía, sus rivales también. Pero la no asistencia de Cuba a esos juegos la privó de un oro que de tan seguro, en la arena internacional solo se discutía quiénes obtendrían la plata y el bronce.
Para Barcelona 92 todos, incluida ella misma, pensaban que se sacaría la espina, más una serie de adversidades la dejaron solo con un bronce, la misma Ana Fidelia Quirot recuerda:
Pensé que me iba a sacar la espina, pero llegó la enfermedad de mi entrenador, que no pudo acompañarme en la preparación en Europa y me dejó el plan con Irolán Echevarría. Y en abril de ese año me lesioné el abductor durante una base en México y no pude cumplir las intensidades y las cargas con los porcentajes a que estaba acostumbrada. Competí mucho menos de lo habitual para mí, pues lo hacía más o menos 15 veces antes del compromiso fundamental y llegué a Barcelona con solo un evento, en Salamanca. No podía trabajar el arma fuerte de mis entrenamientos, que era la velocidad, y quedé tercera.
La tragedia
El 22 de enero de 1993 ocurrió la tragedia, Ana Fidelia Quirot se debatía entre la vida y la muerte, la consternación rebasó las fronteras de Cuba y en distintos medios del mundo se emitían partes diarios, como mismo hicimos aquí cada noche en el noticiero. Si usted consulta la etiqueta “Ana Fidelia Quirot” en el sitio web del periódico El País verá que siguieron día a día -prácticamente- la situación de La tormenta del Caribe.
Cuando despertó, horas después, en el Hospital Hermanos Amejeiras, dicen que le aseguró a Fidel, entre palabras ininteligibles, que volvería a correr, que reaparecería en noviembre en los Centroamericanos de Ponce. Luego estuvo en coma, entró y salió decenas de veces del quirófano, pero en las tardes, cuando ya podía moverse, Ana Fidelia Quirot entrenaba. Sí, entrenaba subiendo y bajando seis pisos de escaleras, con Yeya Pentón y un amigo que voló a Cuba solo para ayudarla. Un día, luego de semanas de esfuerzo, alguien le aconsejó al amigo que poco a poco dejara que lo fuera alcanzando, que permitiera que la distancia se fuera reduciendo hasta que ella lo superara, para devolverle de esa manera la confianza.
Desde Surinam, su gran adversaria de entonces, Letitia Vriesde hizo una promesa: Que hasta que Ana se salvara y estuviera fuera de peligro, cada día le arrancaría un eslabón a la cadena de oro con la que solía andar siempre, y lo daría como ofrenda. Al final quedó solo una manilla, que ella personalmente puso en manos de Ana Fidelia.
El resurgir de La Tormenta
Luego de mucho tesón, de haber soportado decenas de operaciones -que finalmente llegaron a 21-, sin poder mover un brazo y usando un traje especial pisó la pista del estadio Francisco Montaner, de Ponce, diez meses después del accidente. El público la ovacionó desde que entró y la noticia de su regreso dio la vuelta al mundo: Ana Fidelia Quirot, La Tormenta del Caribe, contra todos los pronósticos estaba de regreso.
Ahí estaba su gran rival, Letitia Vriesde, quien ha declarado que la final fue una carrera difícil para ella, pues a la hora de la salida para el remate el grupo estaba apretado, ella corría al lado de Ana Fidelia y no sabía cómo salir sin rozarla y dañarla, finalmente apretó el paso, encontró el hueco delante de Ana y pudo imponerse. Mas Letitia no celebró su oro, fue y abrazó a la cubana que había obtenido Plata, le levantó los brazos y el estadio estalló.
Ana Fidelia Quirot lo había logrado:
hasta dormida hacía ejercicios. Duele mucho, tanto que me ejercitaba con lágrimas en los ojos, y Maribel, mi fisiatra lloraba junto conmigo. Usé un traje especial durante las 24 horas para comprimir las cicatrices generadas por casi 30 operaciones.
A inicios del 95 dudaba de poder correr el Mundial, pues había declarado que de no estar en forma óptima se retiraba. De la mano de Leandro Civil, entonces su entrenador, fue poniéndose a punto. Sólo entonces decidió asistir a Gottemburg 95, una de las páginas más increíbles del atletismo mundial estaba a punto de escribirse.
Fue el 13 de agosto de 1995, sobre la pista sueca alineaban ocho mujeres, el mundo sin embargo solo observaba hasta qué punto podría llegar una mujer que hasta hacía muy poco había estado al borde de la muerte. La cubana Ana Fidelia Quirot largaba en uno de los carriles de arrancada, muy cerca, como para vigilarla y protegerla su amiga y rival Letitia Vriesde.
A penas 1:56,11 segundos después del disparo de salida La Tormenta del Caribe pasaba primera la meta, con un tiempo tremendo, detrás suyo la Vriesde y Kelly Holmes. Aun recuerdo la ovación atronadora del estadio y Ana Fidelia con su bandera dando la vuelta de la victoria, increíble.
Luego volvería a ser Campeona Mundial, lograría una plata olímpica en Atlanta 96 y finalmente, como a todos los grandes, se retiraría, dueña y señora del respeto de medio planeta. En Cuba aún esperamos su relevo..
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