Euclides Rojas está en el montículo, es su momento, desarrolla su monólogo azul. Mueve los brazos como un veterano -aunque no lo sea-, se quita la gorra, respira mientras exaspera al bateador y al banquillo visitante. Se vuelve a poner la gorra, entra en la tablilla, se seca las manos en los muslos del uniforme mientras toma las señas de Pedro Medina.

El coloso del Cerro espera el strike definitivo sobre un Giraldo Iglesias en el hoyo. Sin embargo el menudo y peligroso zurdo conecta un rolling entre primera y segunda que empata el juego. Las cámaras no lo captan pero Euclides Rojas pierde por un momento la pose hermética que le caracteriza y golpea el suelo, no ha podido salvar el juego, hay que ir a extra innings.

Al salvador por defecto lo rescatará el mítico HR de Agustín Marquetti a Rogelio García. A la postre será Euclides el ganador del juego por el campeonato, como le sucederá un par de años después representando al equipo Cuba, sin embargo, Euclides Rojas no está satisfecho.

Es lo que se llama un artista del relevo, acostumbrado a danzar en el abismo de los envíos definitivos, allí donde otros lanzadores no consiguen posicionar la pelota con precisión, Euclides Rojas encuentra su escenario ideal, desarrolla su liturgia de temeridad suprema, desafía con la recta que parece inofensiva para matar con la curva que no llega nunca, entre medias, el juego psicológico lo gana siempre, hace de la desesperación un arte propio.

Euclides Rojas no tiene prisa, siempre ha querido ser lanzador, el montículo es su hogar y los últimos outs del juego, su negocio.

De la Timba a cerrador

Entre las especializaciones del béisbol, el oficio de cerrador es el más delicado de ejercer. Reza un viejo axioma ajedrecístico que lo más difícil es cerrar un juego que ya está ganado, entendiéndose ganado por ventaja decisiva. Estos factores de los trebejos son también extrapolables al béisbol, acaso el deporte físico más estratégico y mental de todos.

El ser humano tiende a relajarse cuando se siente ganador, en cambio, un jugador en desventaja, sin nada ya que perder, liberado de la presión de producir se convierte en el más peligroso de los rivales. En estas circunstancias hacen su entrada los cerradores, hay que tener personalidad para adaptarse en seguida a la tensión del momento sin amilanarse.

Nacido en el barrio de La Timba el 25 de agosto de 1964, a Euclides Rojas le sobraba personalidad, era un tipo guapo -en el sentido práctico de la palabra- cuando debía asumir la responsabilidad desde el box. Es cierto que no consiguió hacerse justicia y llegar a Grandes Ligas, pero a Euclides se le debe considerar entre los grandes relevistas del béisbol cubano y acaso, el mejor cerrador puro del mismo.

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Euclides Rojas en la entrevista del canal de YouTube de Fernando Rodríguez Álvarez

En una entrevista dada al periodista Fernando Rodríguez Álvarez, el propio Euclides Rojas detalla algunos de sus momentos humanos más sentidos. Rompe la estática monticular y haciendo uso de una dicción medida y directa, demuestra que su ecuanimidad en el montículo era un reflejo de su personalidad e inteligencia.

Aunque como él mismo señala, lo de cerrador fue acierto de uno de los entrenadores que vio la facilidad que tenía para recuperarse después de lanzar y le propuso convertirse en cerrador. Envuelto en su primera Serie Nacional a Euclides Rojas lo que le interesaba era pitchear, y si era todos los días, mejor.

«Uno propone y Dios dispone»

El gran momento de Euclides Rojas con el equipo Cuba llegó en el Mundial de Italia en 1988. Las cuatro victorias sin derrotas del cerrador antillano son la estadística que resalta pero acaso más importante fue su relevo desde el 8vo inning en el juego decisivo por el campeonato. Casi todos tenemos en la memoria el HR de Lourdes Gurriel en la baja del 9no para empatar y la larga línea de Lázaro Vargas, con bases llenas, para dejar al campo al equipo norteamericano , que, entre otros nombres, tenía a los futuros jugadores de la gran carpa Tino Martínez, Robin Ventura, Jim Abbott, Andy Benes y Ben McDonald.

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A pesar de su lesión del año 1991, Euclides Rojas lanzó con calidad hasta su última Serie Nacional en Cuba.

Pero el encargado de mantener los hechos en control para el relato definitivo fue el derecho Euclides Rojas, cuyo relevo mantuvo el juego 3 por 1, tras el segundo HR del futuro Yankee Tino Martínez ante Alemán. En ese torneo Euclides brilló como cerrador con promedio de carreras limpias de 0.77 y adjudicándose las dos victorias ante Estados Unidos. Tenía apenas 24 años el lanzador formado en la Academia del antiguo Vedado Tennis Club, bajo las órdenes de Ihosvany Gallegos.

En el siguiente Mundial de Edmonton 1990 nuevamente sería Euclides Rojas el ganador del juego definitivo. Está vez ante Nicaragua y gracias al racimo de cinco anotaciones en el octavo inning, con el juego empatado a cinco carreras.

En aquel campeonato lanzó apenas 7.0 innings -con solo dos hits permitidos-. Este dato se entiende en el hecho de que el equipo Cuba ganó todos sus encuentros por más de cuatro anotaciones, con un average colectivo de .477, una auténtica barbaridad.

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De izquierda a derecha: Lázaro Valle, Javier Méndez, Juan Padilla, Euclides Rojas y Orlando «el Duque» Hernández. (tomada del twitter de @titprol)

Pese al buen nivel mostrado con el equipo Cuba, la decisión de René Arocha de abandonar la selección nacional para buscar suerte en el béisbol de grandes ligas afectó definitivamente la carrera de Euclides Rojas, íntimo de René y el único con conocimiento de la decisión del lanzador abridor.

La policía política le interrogó, echándole en cara a Euclides su decisión de no comunicar las intenciones de Arocha. Tras ese hecho sobrevino una lesión en el brazo de lanzar -producida en una provincial en la cual le reconvirtieron a abridor- que le alejó por una temporada completa de la Serie Nacional Cubana.

La lesión y la falta de motivación, sumado a la suspicacias políticas que habían rondado a su alrededor desde que fue separado del equipo cubano juvenil al Mundial de 1982, afectaron su rendimiento. Aún así dejó sólidos números en las 13 Series en que participó, con récord entonces de 90 juegos salvados.

Nunca dejes de soñar

El 25 de agosto de 1994 -fecha del trigésimo natalicio del lanzador capitalino- un barco de la marina de guerra norteamericana, tras interceptar la embarcación en la cual iban Euclides Rojas, su esposa y su hijo de apenas dos años, junto a otras diez personas le llevó, a la base naval de Guantánamo,.

Algunas secuelas en su brazo de lanzar afectaron su rendimiento en Ligas Menores con los Marlins de la Florida, equipo que apostó por él en el Draft. Los resultados como atleta en activo no alcanzaron los niveles de estelaridad alcanzados en la mayor de las Antillas, sin embargo, otras características de Euclides Rojas llamaron la atención de la organización y le propusieron continuar como coach dentro de la misma. Fue testigo desde dentro de la franquicia del legendario título de 1997 con Liván Hernández y su «I love you, Miami».

El éxito se mide de muchas maneras, Euclides Rojas llegaría a las grandes ligas como coach de bullpen de los Boston Red Sox (2004) que rompieron la maldición del Bambino y consiguieron la remontada imposible, tras verse abajo 0-3 en la Serie de Campeonato de la Liga Americana y perdiendo en el noveno inning del cuarto juego. Cosas de la vida, en aquellos Yankees estaba un lanzador llamado Orlando «el Duque» Hernández, íntimo amigo de Euclides con el cual mantiene una amistad desde los tiempos de Industriales.

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Euclides Rojas con los Pittsburgh Pirates (tomada del Twitter del equipo)

Aunque pasen los años, todavía sueña Euclides con aquel montículo del coloso del Cerro y los parciales de los Leones de la Capital, esperando que Euclides Rojas finiquite el campeonato. Ha defendido varias camisetas a lo largo de su carrera pero parafraseando al propio Euclides, su apellido es Rojas, pero su corazón será Azul por siempre.