Un día como hoy, de 2005, moría el actor, dramaturgo y pionero del Teatro Callejero en Cuba Albio Paz. Uno de los hombres más influyentes en la escena cubana de fines del siglo XX.
Nació en Zulueta, Villa Clara, tierra de futbolistas y peloteros un 8 de mayo de 1936. Más no dedicaría su vida al deporte, siendo muy joven se traslada a La Habana a estudiar Arte Dramático.
Su trayectoria artística en la capital fue copiosa. Más esta crónica no va de eso, va de su obra fuera de la ciudad donde se formó, para trasladarse a aquellas regiones donde realmente dejó una huella indeleble.
Albio Paz, teatro en las montañas y Teatro Callejero
En la historia de la escena cubana existen grupos icónicos, que forman parte de la historia-leyenda, dos de ellos son: Teatro Escambray y el Grupo Cubana de Acero. En ambos Albio Paz puso su mano creadora.
En el icónico Escambray destacan sus grandes obras La Vitrina, y El paraíso recobrado, escritas y dirigidas por él.
La Vitrina en el siglo XXI es tan inquietante como lo fue en el momento de su estreno, pero ahora desde otra perspectiva. Cuando la releo, como un material más para la escritura de mi próxima novela, además de disfrutar sus diálogos, sus situaciones, el reflejo de una época y del universo del campesino cubano
Ulises Rodríguez Febles. La Jiribilla.
En Cubana de Acero resalta Huelga, Premio Casa de Las Américas 1981, con la cual giró por norteamerica y que la escribió luego de sentir que ya cerraba su época con Teatro Escambray:
Pero, según me contó en una ocasión, cuando sintió que ya no era aquel espacio inicial adonde había llegado la primera vez junto a once compañeros, cambió el rumbo, partió y volvió a empezar. Huelga, Premio Casa de las Américas en 1981, con puesta en escena de Santiago García y estrenada con Cubana de Acero —grupo que Albio fundó en 1977, algunos años después de salir de Teatro Escambray— fue otro hito que lo pondría con absoluta seguridad en el índice de autores cubanos imprescindibles.
La Jiribilla
Ejemplos ambos, de que el talento se impone en las circunstancias menos esperadas.
Más como ya anunciamos este texto no va de esa faceta, va de Matanzas, del Teatro Callejero y de una huella que se ha regado por todo el país. En cierta medida, todos aquellos que día tras día salimos a la calles, a hacer teatro callejero, somos herederos de su obra.
Albio Paz, Mirón Cubano, y el teatro puertas afuera.
Al momento de hacer este artículo, este escribidor no había podido contactar, por culpa solo suya, con El Mirón Cubano, por lo cual no tenemos su visión.
En 1985, Albio Paz llega a Matanzas por petición gubernamental para dirigir Mirón Cubano, que había surgido un año antes, como iniciativa de un grupo de actores aún no profesionales.
En Matanzas estaría casi veinte años, hasta que ya enfermo dejó en manos de Francisco Rodríguez – Pancho, como lo conocía el mundo escénico cubano-, digno sustituto, la dirección del Mirón.
Con Mirón Cubano Albio Paz revolucionó el teatro, a decir de Ulises Rodríguez Febles, dramaturgo y Director de la Casa de la Memoria Escénica de Matanzas, en exclusiva para Fotos de la Habana:
Albio Paz, sin ser matancero, se contagió con el espíritu de la ciudad, se enamoró de ella e hizo aportes a nuestro teatro, primero escribió y llevó a escena una de las pocas obras de teatro, que tiene como eje de conflicto, los centrales azucareros: El gato de Chinchilla o La locura a caballo, que en su momento fue muy debatida, y el motivo por el que llegó a Matanzas.
Luego nos lego otras obras y puestas esenciales, como Fragata, El Quijote, El gato y la golondrina.
Nos lego, por ejemplo, un acercamiento teórico y práctico a la tradición y la contemporaneidad del teatro callejero, un evento de la especialidad, y un espectáculo como Las penas que a mí me matan, inspirado en la vida de la actriz Miriam Muñoz, que aunque trataba la tragedia de una actriz de provincia durante la parametración, también fue un texto, que se sumergió en lo matancero, en sus fantasmas y luces.
Albio, por ejemplo, le dió una trascendencia internacional a El Mirón Cubano. Y textos teóricos, que los que se dedican al teatro callejero, debían leer y estudiar. Recordar su obra dramática, su sentido del humor, desparpajo, ironía. Eso también nos lo legó.
Aquellos que salimos a las calles, en zancos, con la caras pintadas, escupiendo fuego, o simplemente representando en Teatro Arena cualquier pieza somos herederos de su obra.
La foto que mostramos a continuación habla de ello, es una imagen de su famosa representación El Quijote, nótese el trabajo subterráneo, el de los dos actores anónimos -a quien la historia no recogerá- que cargan sobre su cuerpo la mecánica que sostiene a la figura, al Quijote que era Albio. En un momento donde el arte sufría Albio Paz lo revivió. Al decir de Maité Hernández–Lorenzo, en artículo anteriormente citado:
La construcción de un espectáculo no fue suficiente en un panorama hostil, árido. Porque a Albio se le ocurrió salir a la calle en plena crisis económica, razón y desafío a la vez, causa y efecto. Una cuerda floja sobre la cual él mismo se montó interpretando a El Quijote, investido de su propia piel, de su propia historia de vida. Cuando Albio entraba sobre Rocinante, sobre las espaladas de los actores ocultos bajo las telas, era la imagen del teatro mismo, del teatro más desgarrado y desgarrador, el más patético y no por ello menos razonable, menos oportuno y necesario. Era una metáfora que tomaba cuerpo en su propio cuerpo delgado, cocido de café y cigarro.
Indagando para este artículo este escribidor supo de su vida como ciudadano común, en una casita de barrio sita en Daoiz entre Manzaneda y 2 de Mayo, donde aún le recuerdan, sin saber realmente lo trasecendente que fue para la ciudad y el arte en general, como un vecino amable que al volver a La Habana le dejó su cuarto a un amigo sin morada.
No puedo pensar ahora en un mejor homenaje a un artista callejero: el hecho de que sus vecinos no hayan sabido lo importante que fue. Esa es la esencia misma del género.
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