Visitar el Palacio de Bellas Artes en La Habana es una experiencia única y espectacular que permite sumergirse en un mundo policromático desde los tiempos coloniales hasta la contemporaneidad.

La búsqueda de una sede más adecuada para el Museo Nacional comenzó en fecha tan temprana como la década de 1920, e incluso se escogió el espacio que ocuparía: el Mercado de Colón o Plaza del Polvorín, en la manzana que forman las calles Zulueta, Ánimas, Monserrate y Trocadero.

Se presentaron también numerosos proyectos, entre los que se destaca el de Govantes y Cabarrocas de 1925, que sería, finalmente, el escogido. Pasaron, sin embargo 25 años y el financiamiento necesario para ejecutar la obra nunca apareció.

En 1951 se decidió abandonar el proyecto de Govantes y Cabarrocas en favor de la propuesta del arquitecto Alfonso Rodríguez Pichardo. Esta concebía la revolucionaria idea de integrar la arquitectura con las artes plásticas, a través de la utilización en las fachadas y espacios interiores del edificio de grandes murales, bajorrelieves y esculturas monumentales.

El Palacio de Bellas Artes

El 26 de febrero de 1954 se creó por decreto el Patronato de Bellas Artes y Museos Nacionales con el objetivo de recabar y administrar los fondos necesarios para la construcción, en primer lugar, del Palacio de Bellas Artes, que serviría de sede al Museo Nacional, que llevaba tres décadas hacinados en una pequeña casa particular.

El desaparecido Mercado de Colón, que fuera demolido para construir el Palacio de Bellas Artes
El desaparecido Mercado de Colón, que fuera demolido para construir el Palacio de Bellas Artes

La demolición del vetusto Mercado de Colón, con sus bellas arcadas coloniales, para construir en su lugar un edificio de estilo racionalista, dividió las opiniones de la intelectualidad de la época. Sin embargo, la idea que entonces se tenía sobre el patrimonio no coincide para nada con la que existe en la actualidad; y lo que hoy pudiera parecer un dislate, no fue impedimento en 1954 para echar abajo el viejo mercado.

El nuevo Palacio de Bellas Artes se construyó en tiempo récord y el 14 de diciembre de 1955 abrió sus puertas al público con la colección del Museo Nacional que había atesorado con amor el gran impulsor del proyecto, Antonio Rodríguez Morey.

Que La Habana contara, por primera vez en su historia, con un museo a la altura de los mejores del mundo, constituyó un incentivo irresistible para que al flamante Palacio de Bellas Artes comenzaran a llegar a raudales – en calidad de préstamo o donaciones – colecciones de incalculable valor que se encontraban en manos de particulares.

Entre los coleccionistas privados que entregaron sus colecciones al nuevo museo, destacaron María Ruiz Olivares, Marquesa de Pinar del Río, que legó más de setenta obras de Esteban Chartrand, Valentín Sanz Carta y Landaluce, entre otros; el Dr. Joaquín Gumá Herrera, Conde de Lagunillas, que en 1956 donó su espectacular colección de arte antiguo, que incluía piezas egipcias, etruscas, griegas y romanas, y que hasta el día de hoy constituye uno de los atractivos principales del Museo de Bellas Artes (aunque ahora se exhibe en el otrora Palacio de los Asturianos); y algunos millonarios como el «Zar del Azúcar» Julio Lobo y el banquero José Gómez Mena.

Hasta el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, el Palacio de Bellas Artes fue sede, no sólo del Museo Nacional, sino también del Instituto Nacional de Cultura, una dependencia del Ministerio de Educación, que se dedicó a la adquisición de piezas de arte contemporáneo cubano, que complementaron la valiosa colección de arte que ya poseía la institución.

Antonio Rodríguez Morey se mantuvo al frente del Museo Nacional después de 1959 y fue el encargado de recibir en propiedad y catalogar una gran cantidad de obras de arte que pasaron a manos del Estado cubano a través del Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados. Al radicalizarse el proceso revolucionario y abandonar el país la casi totalidad de los coleccionistas privados, las piezas que se encontraban en el Palacio de Bellas Artes en préstamo o custodia (además de las que ocuparon las autoridades en sus propiedades) pasaron también a engrosar los fondos del Museo Nacional que se vio, casi de golpe, en posesión de unas de las mayores y más completas colecciones de arte a nivel mundial.

Ante el exceso de obras, muchas de las cuales fue preciso almacenar, por la imposibilidad de exhibirlas todas en el Palacio de Bellas Artes, las autoridades de Cultura, tomaron la decisión de traspasar las colecciones de arqueología, etnología e historia a otras instituciones, quedando en el edificio, exclusivamente, las colecciones de arte.

Colección de Arte Cubano

Aún con la cesión de una parte considerable de su inventario a otras instituciones, la cantidad de obras de arte que atesoraba el Palacio de Bellas Artes continuaba siendo colosal para el espacio disponible; más cuando se fue incrementando el número de piezas, sobre todo de arte cubano contemporáneo, en las décadas siguientes.

Por esa razón, cuando en 1996 el museo cerró sus puertas para ser sometido a una reparación capital, se tomó la decisión de separar la colección de arte cubano del resto y habilitar un nuevo inmueble para la exhibición de estas últimas.

Para este propósito se destinó el antiguo Centro Asturiano , a dos manzanas del Palacio de Bellas Artes, salvaguardando así la continuidad del Museo Nacional en un espacio geográfico asequible para los visitantes y aumentando notablemente el área de exhibición disponible para las muestras.

El Palacio de Bellas Artes quedó destinado exclusivamente para la colección cubana, con sus salas cuidadosamente restauradas y ambientadas para que los clientes disfruten de un viaje único a la cultura cubana desde los primeros pintores de la colonia hasta los maestros de la vanguardia y el arte contemporáneo.