Rosa Marrero la poetisa que traemos hoy es, a no dudarlo, la más desconocida de todas. Tanto que a solo 26 años de iniciado el siglo XX cuando Dolores Coronado publica «Álbum pictórico fotográfico de escritoras y poetisas cubanas» no pudo consignar casi ningún dato sobre ella.

Tampoco nuestras búsquedas en los archivos de España y de la Universidad de Miami -que atesora un importante fondo “Cuba”- ha arrojado ningún resultado biográfico, solo es posible encontrar, para comprar, su cuaderno de poesías en algunos sitios. Pero a ese nivel, estimados lectores, no llega Fotos de la Habana.

Por lo que a diferencia de otras como poetizas aquí tratadas, como Rosa Kruger, de Rosa Marrero solo podemos, en aras de la más estricta honradez, decir que los párrafos que siguen son tomados íntegramente del libro de Dolores Coronado:

Hemos obtenido informes ajustados a la veracidad de respetables personas, sin cuya garantía no nos hubiésemos decidido a consignarlos.
Nació Rosa Marrero y Caro en un precioso pueblo de la provincia de la Habana: Güines. Era miembro de una antigua familia habanera, entre cuyo número se contaba un médico muy sapiente, el doctor don Antonio Caro.
Sus obras revelan, que unido al genio poético, poseía ilustración, cultura y alma llena de entusiasmo; bien expresado en su poesía al gran americano Cyrus Field, autor del cable submarino, que publicamos más adelante y que con otras dos composiciones, son bastante para recordarla entre el número de las cubanas que provechosamente cultivaron las letras, honrando nuestra patria, y sobreponiéndose o anticipándose a la época de cultura, hoy felizmente imperante en ella.
En 1867 publicó un tomo de versos que mereció el caluroso aplauso de la prensa periódica en general: carece de prólogo la obra, y hay en ella una poesía titulada «Adiós a Cuba», que nos hace deducir, por la proximidad a la fecha de 1868, murió en extranjero suelo. Si es así, espiritualmente colocamos en su tumba una siempreviva, bendiciendo su recuerdo.

Dos poemas de Rosa Marrero

A Cirus Field
¡Retrógrados, atrás! ¡Paso al progreso!
Gloria a las ciencias y a las artes gloria,
Y eterna siempre ante los hombres sea
¡Del grande Ciras la inmortal memoria!

¡Honor al Semi-Dios americano,
Que vio cumplido su brillante anhelo,
Y la América uniendo con la Europa
¡Al pensamiento facilita el vuelo!

¡No al duro filo de cortante espada
Hizo brotar su bienhechora idea;
Sí, al mágico poder de su mirada
¡Que el hondo seno de la mar sondea!

Adivinando la futura gloria,
Nunca desmaya su valor constante,
Y el lábaro feliz de la victoria
En su diestra, por fin, alza triunfante.

¡Qué bellos son, qué bellos los laureles
¡Que no riega la sangre de un hermano!
¿Tienen de éstos un pálido destello
¿Los que ciñe la frente del tirano?

¿No oís, no oís cómo le aplaude ansioso
Ese pueblo feliz que le dio cuna,
Rodeando su carro victorioso,
¡Cuyo menor esclavo es la fortuna!

Gloria y honor al genio soberano,
A quien el pueblo unido victorea.
¡Que cual rayo veloz lleva la idea!
¡Gloria al heraldo del progreso humano,

¡Gloria a ti, gloria a ti, genio profundo
¡Que ornas tu frente con laurel divino!
Ya las distancias estrecharon del mundo
El inventor del Cable Submarino.

Si aún queda espacio en tu laureada frente
Para una flor del trópico sencilla,
Esta mísera flor del Occidente
Te consagro, doblando la rodilla.
LAS TRES AMIGAS DEL HOMBRE
Tres amigas cariñosas
Encuentra al nacer el hombre,
Sentadas al pie del lecho
En que empiezan sus dolores.
Las tres vírgenes hermosas,
Tienden sus brazos veloces,
Y con júbilo celeste
Bajo su amparo le acogen.

Ellas, de la estéril vida,
La senda riegan de flores;
Ellas, enjugan su llanto
Y los fúnebres crespones
Del dolor y la tristeza
A su contacto se rompen;
Esa es la misión divina
Que Dios en sus manos pone.

Una es la Fe, la matrona
De semblante dulce y noble,
La que en la cruz apoyada
Lleva de la mano al hombre
Para impedir que a su paso
El error la frente asome.

La segunda es la Esperanza,
Virgen ceñida de flores,
Alegre, bella y riente,
En cuyo regazo esconde
El hombre la frente mustia
En sus hondas aflicciones.

Y la tercera, es de todas
La más bella, la más noble,
La que es de Dios más querida,
La idolatrada del orbe,
La que habita en los palacios
Bajo regios artesones,
Y cariñosa desciende
A la cabaña del pobre;

La que con mano incansable
Reparte al mundo sus dones,
Puente inagotable y santa
De consuelos y de amores.
¿Quién es el ser miserable
Que su imperio desconoce?
¿Quién de Caridad bendita
Ignora el divino nombre?

Estas son las tres amigas
Que de la cuna en los bordes,
En sus cariñosos brazos
Reciben sonriendo al hombre.
Y cuando la tumba oscura
A los que mueren esconde,
Ellas presentan sus almas
Al Señor de los Señores.

¡Haced que en la vida triste,
Nunca, nunca os abandonen,
Y velando vuestro sueño
En vuestro sepulcro lloren!