Pocas voces se seguirán escuchando cuando sólo quede el silencio… una de ellas será la de la Novia del Filin Omara Portuondo, porque, sencillamente es inmortal.

Omara Portuondo Peláez nació el 29 de octubre de 1930 en La Habana. Su madre, que procedía de una acomodada familia española, desafió todos los prejuicios de la época para casarse con un pelotero negro del equipo nacional cubano.

La que sería reconocida como una de las voces más espectaculares de Cuba, llegó a la canción desde la danza y casi que de rebote: Con sólo 15 años entró de suplente en el Cabaret Tropicana; y, aunque «sentía pena de enseñar las piernas», no dejó pasar la oportunidad. Con el paso del tiempo llegaría a brillar y formó un pareja de leyenda con el bailarín Rolando Espinosa.

Casi todos fijan a Omara como cantante, pero fue una gran bailarina, una vedette en la completa extensión de la palabra, que, incluso, llegaría a trabajar como profesora de bailes populares durante la década de 1960.

Omara Portuondo, la Reina del Feeling

En Tropicana, Omara Portuondo alternó el baile con el canto, presentándose con su hermana Haydee con el grupo «Los Loquibamba» en el que figuraban también José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz, acompañados por el pianista ciego Frank Emilio Flynn. Practicaban entonces una mezcla de bossa nova con jazz norteamericano que se conocería como «feeling» o «filin» y de la que derivaría el alias con el que la cantante llegaría a ser mundialmente conocida.

Como «la Novia del Feeling» sería presentada en su primera presentación en la radio en esos años tropicaneros y la «Novia del Feeling» se le quedaría para siempre a Omara Portuondo.

Encantada por su voz, la pianista Aida Diestro la llamó en 1952, junto a su hermana Haydee, Elena Burke y Moraima Secada, para que formara parte del Cuarteto D’Aida, considerado como uno de los más importantes de la historia de la música cubana. Omara Portuondo permanecería ligada a D’Aida por 15 años y realizaría varias giras internacionales. Su vínculo con el grupo terminó en 1967, cuando decidió continuar su carrera en solitario (aunque ya había grabado en 1959 el disco «Magia Negra», su primer trabajo como solista).

Omara Portuondo (debajo y al centro) con las D'Aida
Omara Portuondo (debajo y al centro) con las D’Aida.

Luego se integraría a la Orquesta Aragón, con la que recorrió medio mundo, a la vez que grababa discos ocasionales con músicos de la talla de Adalberto Álvarez y Chucho Valdés.

Buena Vista Social Club

Siempre fue Omara Portuonda una estrella, pero su luz alcanzó ribetes de inmortalidad a mediados de la década del 90, cuando la música tradicional cubana fue «redescubierta» con la grabación de Buena Vista Social ClubTM (World Circuit). Allí interpretaría a dúo con Compay Segundo su sublime versión de «Veinte años» de María Teresa Vera, un tema que debe figurar en todas las antologías de la música cubana.

Omara Portuondo, junto a Compay Segundo cantan «Veinte años» de María Teresa Vera

Poco menos de una década después, en 2002, y arropada por el éxito arrollador del Buena Vista Social Club emprendería una gira mundial en solitario que la llevaría a escenarios tan exóticos como el Festival de Jazz de Japón, en el que se acompañaría de Michael Brecker, Herbie Hancock, John Patitucci, Wayne Shorter y Danilo Pérez.

Dispuesta siempre a la experimentación y los retos, la voz de Omara Portuondo llegó hasta la películas de Disney, cuando en 2011 interpretó la versión en español de uno de los personajes de la cinta animada «Tiana y el sapo». Ese mismo año prestaría su voz al corto de animación cubano – brasileño «El camino de los gaviotas».

Su vida, que raya en la leyenda ha sido motivo de inspiración para artistas, escritores y cineastas: En 1983, el director Fernando Pérez le dedicó el documental «Omara», un recorrido por su vida y obra, a la que todavía le faltaba mucho camino por andar; y existe una excelente biografía de la diva, «Omara, los ángeles también cantan» de Oscar Oramas, que se espera no sea la última que se escriba.

Activa en sus más de 90 años, con una vitalidad y una lucidez asombrosa, Omara Portuondo terminó por convertirse en un símbolo viviente de la cultura cubana.