La Vajilla fue una antigua locería y cristalería que luego se convirtió en una tienda de muebles de uso. Se encontraba situada en la calle Galiano No. 502 (antiguo 114), justo en la intersección con la calle Zanja en el municipio Centro Habana.

Tremendamente llamativa por su privilegiada posición, destacaba La Vajilla por sus enormes ventanales que combinaban madera y cristal y permitía a todos los que caminaban por Galiano o Zanja observar todas las mercancías que se ofrecían.

Se estableció «La Vajilla» en la segunda mitad del siglo XIX en esa misma locación de Zanja y Galiano, una calle que era entonces de casas bajas y que fue ganando en altura y elegancia en la misma medida en que fue aumentando su empuje comercial.

Reseña Gonzalo Morán en su excelente blog Cuba Logos, el antecedente de «La Vajilla» se encuentra en (miren que curioso y como la historia a veces anda en círculos) la mueblería Los Catalanes, propiedad de un tal J. Vidal, la que ocupaba la importante esquina de Zanja y Galiano en 1880, según consta en el «Directorio Hispano – Americano» de 1880.

Los Catalanes daría paso a «La Vajilla», la cual se establecería en Galiano 114 (actual 502) alrededor de un lustro después, bajo la gerencia del señor Anastasio Otaolaurruchi.

Tienda La Vajilla en 1916
El nuevo y flamante edificio de La Vajilla en el año 1916

Locería La Vajilla de tienda a tugurio

Tan bien les fue a los dueños de la locería que, ya entrado el siglo XX, decidieron invertir parte de las ganancias en la construcción de un gran edificio de apartamentos, que inauguraron en 1916 y en cuya planta baja seguiría existiendo, ahora con mucho más glamour, la locería y cristalería «La Vajilla».

En una de las columnas de este edificio de tres pisos tremendamente ecléctico colocarían sus dueños una bella plancha de hierro con el letrero «La Vajilla», símbolo de su éxito comercial.

La Vajilla fue, durante el más de medio siglo republicano, una de las más acreditadas locerías y cristalerías de La Habana y de Cuba. Importaban porcelana de Limoges, cristal de Baccarat, orfebrería y plata de Christofle y cuanto objeto de lujo pudiera enriquecer la oferta del establecimiento. Sin embargo, su oferta no se circunscribía a vajilla y cristalería, el local ofrecía otros objetos suntuosos como lámparas, adornos o juegos de tocador.

Locería y cristalería La Vajilla en los años 40 del siglo XX
Locería y cristalería La Vajilla en los años 40 del siglo XX

La Vajilla fue, durante el más de medio siglo republicano, una de las más acreditadas locerías y cristalerías de La Habana y de Cuba. Importaban porcelana de Limoges, cristal de Baccarat, orfebrería y plata de Christofle y cuanto objeto de lujo pudiera enriquecer la oferta del establecimiento. Sin embargo, su oferta no se circunscribía a vajilla y cristalería, el local ofrecía otros objetos suntuosos como lámparas, adornos o juegos de tocador.

Al fallecer el fundador Anastasio Otaolaurruchi, La Vajilla paró a manos de su hermano, José María Otaolaurruchi, a quien sucedieron Juan Zuarola, Eradio Juliachs y Emilio y Manuel Otaolaurruchi y Villanueva.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959 , tanto el elegante edificio de Zanja y Galiano como «La Vajilla» en los bajos del mismo fueron nacionalizados por el nuevo Gobierno de la Isla. Los inquilinos se convirtieron en propietarios por la Ley de Reforma Urbana y la tienda continuó con su función comercial hasta la segunda década del siglo XXI.

Ya desde los años 90 – y como consecuencia de la severa crisis económica del país – La Vajilla se encontraba completamente descomercializada y pasó a convertirse en una tienda comisionista de muebles de uso. Así se mantuvo hasta el año 2022 en que, al igual que una buena parte de los antiguos comercios de La Habana, se tugurizó al ser ocupada por varias familias de pocos recursos que la convirtieron en viviendas precarias.

Triste final para esa elegante tienda que fuera de lo mejor de Galiano y a la que ese gran cronista de su época que fuera Federico Villoch, deseara una suerte que ya no se le cumplirá:

«(…) La Vajilla que entonces era, como si dijéramos una modesta vajilla de empleado de poco sueldo: luego los dueños tiraron la casa por la ventana y levantaron un gran edificio, una vajilla de grandes señores, que Dios proteja y conserve intacta».

Federico Villoch, «Viejas postales descoloridas«