Reseña sobre la Plaza de Armas de La Habana, tomada del libro: «Viaje a América, Tomo 2 de 2 / Estados Unidos, Exposición Universal de Chicago, México, Cuba y Puerto Rico» de Rafael Puig y Valls. Editado en 1894.
Al ir camino de la Plaza de Armas, al terminar la calle del Obispo, doy con un alegre square, lleno de flores, plantas y palmeras tropicales, rodeando una estatua de Fernando VII que distrae mi atención, harto entretenida con tristes recuerdos, y en él hallo el palacio del Gobernador general, vasto edificio de arquitectura moderna, con bajos porticados y arcos de medio punto, cuyos machones, adornados con pilastras rematadas con sencillísimos capiteles que sostienen larguísimo balcón que vuela sobre la plaza, y a su vez sirve de base a modestas columnas sobre las que va un friso sencillo rematado por un reloj de torre.
El Templete de La Habana
Frente al palacio un templete histórico atrae la vista del viajero, templete erigido a la memoria de Colón por ser el sitio donde se celebró por vez primera en la isla de Cuba el santo sacrificio de la misa.
El Templete de La Habana frente a la Plaza de Armas
En 1519 una ceiba arrogante ocupaba el sitio del templete, y a su sombra erigióse el primer altar a Dios, invocado por Colón al tomar posesión del continente americano.
Su arquitectura nada recuerda. El autor de la obra no supo dar al monumento el sabor de la época y de la localidad; quizá más que un edificio mezquino habría sido natural perpetuar la ceiba, continuar la tradición, buscar algo en la arquitectura mexicana, en la choza india, ¿qué sé yo? algo que no fuera un edificio banal y pobre arrancado al arte europeo.
Me limito, pues, a recordar el bronce que perpetúa fechas y crónicas de la historia del descubrimiento, cuya leyenda dice así:
Reinando el Señor Don Fernando VII, siendo Presidente y Gobernador don Francisco Dionisio Vives.
La fidelísima Habana, religiosa y pacífica, erigió este sencillo monumento decorando el sitio donde el año 1519 se celebró la primera misa y cabildo; el Obispo don Juan José Díaz de Espada solemnizó el mismo Augusto Sacrificio el día 9 de marzo de 1598.
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