Los actuales reyes de España le deben su corona a la cubana Edelmira Sampedro. Sí, como lo lees, la futura reina Leonor -actual princesa de Asturias-, le deberá la suya por partida doble a esta cubana hija de indianos. Nunca un nacido en la antigua colonia de Ultramar -ni plebeyo alguno antes de Leticia Ortiz- estuvo tan cerca de «coronar» como Edelmira Sampedro y Robato, nacida en Sagua la Grande el 5 de marzo de 1906.

El tenso cortejo y repulsión entre la antigua corona de Castilla y Aragón y la fidelísima isla de Cuba alcanzó su cenit con la familia real española en el exilio, cuando el primogénito de Alfonso XIII -el niño que nació rey- se enamoró perdidamente de una joven cubana.

El joven Alfonso de Borbón y Battenberg era un año más joven que su esposa, pero fue tanto el escándalo que sacudió a esta unión entre una plebeya y el príncipe de Asturias, heredero al trono español -aunque entonces no hubiese trono disponible por haberse proclamado la Segunda República Española- que lo de menos fue la edad de Edelmira Sampedro.

1933-cronica,-edelmira-sampedro
Edelmira Sampedro en su juventud

El jefe de la casa Real, el rey Alfonso XIII, seguía soñando con su regreso a España. Se sentía divinamente predestinado a ser el salvador de la nación. Para no dejarles en el aire su historia, se le conoce como «el pey perjuro» y «el pey del Porno«, razones que pudieron influir en que su primogénito, Alfonso, se pasase sus opiniones por los bajos del saco haciendo de su vida un exceso in crescendo con final abrupto. No fue menos que su padre en los escándalos y hacia el final de su vida algunos historiadores le bautizaron como «el Borbón non-grato«.

Edelmira Sampedro, Condesa de Covadonga

Y ustedes dirán, en todo este tinglado de Borbones, qué culpa tiene doña Edelmira Sampedro de las dos abdicaciones reales en diez días. Digamos que culpabilidad ninguna, pero su carisma y desafiante belleza fueron las responsables de que el enfermizo Alfonso, hemofílico como la gran mayoría de nietos de la reina Victoria I -la abuela de Europa-, recuperase el deseo de vivir una vida al límite de lo permitido.

Y el límite de lo permitido en el universo de Borbonia digamos que es un basto terreno de excesos, por no decir otra cosa. En la enfermedad se conocieron ambos jóvenes. De una clínica Suiza para cuidados de personas adineradas pasaron a las largas noches de París, Nueva York, Miami y La Habana donde vivieron -con más penas que glorias según los cronistas- sus largos desencuentros durante cuatro años intensísimos.

boda-de-edelmira-sampedro-y-alfonso-de-borbon

La prensa de la época describe a Edelmira Sampedro como una belleza llena de vitalidad, amante del baile y la vida en sociedad. El joven Alfonso, por su condición de salud, se había criado en una burbuja en forma de palacete a las afueras de Madrid. Cualquier caída podía ser fatal y el principito vivió una infancia atenazada por el desastre. Era el primogénito y debía reinar tras su padre, pues su segundo hermano, don Jaime de Borbón, por su condición de sordo tenía pocas posibilidades de llegar a ser rey -como terminaría ocurriendo-.

Volvamos a los tortolitos. En las altas mañanas del sanatorio Leysin el joven príncipe descubrió vida más allá del oropel de palacio y los internados que incubaban a las futuras generaciones de reyes y ministros. La cubana Edelmira Sampedro, proveniente de una familia acomodada pero venida a menos según las malas lenguas, tenía clase y buen gusto, mas entre todas sus cualidades destacaba su naturalidad.

Como bien delata la historia, los Borbones son difíciles de domar. Nada más conocer el mundo fuera de la burbuja de la familia Real el príncipe de Asturias no quiso volver -o casi- a su vida anterior. Viendo que lo del trono y España se complicaba, manifestó su deseo de bodorrio a la cubana. Desde Roma el rey Alfonso XIII le cantó las trece y las cuarenta.

los-condes-de-covadonga-y-el-lugar-de-su-boda

¡No había forma de romper el código impuesto por Carlos III! Los matrimonios morganáticos en la familia Real eran inviables -o casi (razones aquí)- pero una cosa era desposar a una infanta como hizo el habanero José Güell y Renté, y otra era que el futuro rey mezclase su sangre azul con el flujo tropicalísimo de la cubana Edelmira Sampedro.

A fin de cuentas, los esfuerzos de mantener a la isla de Cuba bajo el influjo de la corona española le habían costado media herencia al rey Alfonso XIII durante la regencia de su madre. «Más se perdió en Cuba y vinieron cantando«, decían los quintos españoles, pero para Alfonso XIII aquella fue la guerra que marcó su juventud aún tutelada, así que no estaba para canciones de amores jóvenes que todo lo podían, después de lo perdido en aquella remota isla. Pero como a perro flaco todo son pulgas, sin trono y con la fortuna diezmada, encima su primogénito venía a casarse con una cubana.

Conclusión, renuncia al trono -que no a la paga que subvencionaba la Casa Real- por parte de Alfonso que pasó a ser Conde de Covadonga, creado para él y que con él murió, convirtiendo a la cubana Edelmira Sampedro en condesa. Por supuesto, el distanciamiento entre los Alfonsos no duró mucho. La boda se celebró el 21 de junio de 1933 y apenas tres meses después la flamante condesa de Covadonga conocía al rey español Alfonso XIII, residente de lujo en el Gran Hotel de Roma.

El viaje de novios fue a La Habana.

Un divorcio anunciado

El exilio de la Casa Real y las andanzas de los Borbones era reflejada con cierta letanía en la prensa española. La Tierra de Madrid, en cambio, siguió de cerca las «malandanzas» Reales de la «no tan Sagrada» familia destronada. En agosto de 1934 reseñaban las distancias entre Edelmira Sampedro y Alfonso de Borbón. El artículo que explica el fallecimiento del hermano menor del conde de Covadonga se extendía explicando:

Es la tragedia que persigue a esta familia. Ya al casarse el hijo mayor, D. Alfonso, con la señorita Edelmira Sampedro, hubo quien vaticinó desavenencias en el matrimonio. Así ha sucedido. Don Alfonso de Borbón y Battemberg no es feliz, y estas contrariedades conyugales, de orden íntimo, son el drama familiar que da origen a la tramitación de un divorcio.

La prensa de París, ciudad donde residían gratuitamente los condes a costa de dar publicidad a un hotel, reflejaba la agitada vida nocturna del matrimonio. Con el tono de la época se lanzaban no pocas insinuaciones sobre la ligereza de doña Edelmira Sampedro y sus hermanas -la más joven, Elizarda, terminaría por casarse con José Gómez Mena Vila, cabeza de una de las familias más opulentas de Cuba-.

Los condes de Covadonga en su boda civil

Lo cierto es que los rumores fueron tomando cuerpo durante aquel año.

El ex príncipe de Asturias, que renunció a los supuestos derechos a la sucesión de la Corona de España al casarse con la señorita cubana Edelmira Sampedro Ocejo, está separado actualmente de su esposa, quien reside en un hotel de París con su madre y dos hermanas desde hace varios días, mientras que el ex príncipe de Asturias se aloja en otro hotel del extremo opuesto de la ciudad.

En esto se basa, al parecer, la noticia de que el matrimonio se ha separado. Estos rumores fueron desmentidos anoche, pero, a pesar de ello, todavía se insiste en la separación en los españoles de París.

La Tierra, 2 de noviembre de 1934. Se hacen eco de un cable de United Press

Atrás quedaban las largas caminatas por Lausana hasta el hotel Meurice donde residían las hermanas Sampedro y su señora madre Edelmira Robato. Hasta allí se había desplazado el príncipe con su exiguo séquito para estar cerca de la joven cubana que en pocos meses le dio realidad a la vida de realeza de Alfonso.

Tras muchos viajes, mayores desencuentros y una acusación de infidelidad por parte del conde, llegó el divorcio. Ni siquiera las temporadas en La Habana -que enraizaron al antiguo príncipe de Asturias a la ciudad- pudieron salvar las desavenencias. Contrario a lo que ha quedado en la historia, el divorcio lo solicitó Alfonso de Borbón en Nueva York pero en forma de anulación del matrimonio a lo que se opuso radicalmente, en una negociación publicitada, la cubana Edelmira Sampedro finalmente consiguió por el divorcio cerca de cuatro mil dólares.

Aunque en el divorcio certificado en mayo de 1937 en La Habana quedaba establecida la pérdida del título de condesa por parte de la cubana, en la sociedad habanera se le siguió llamando de esta manera. Eso sí, Edelmira Sampedro desestimó la pensión de 100 dólares mensuales que le correspondía.

Alfonso de Borbón, uno más de los tristes destinos

Volvería a casarse él con una cubana, pero duraría menos de un año. Solo le quedaba morirse para convertir su vida en una novela de farándula.

1937-conde-de-covadonga-por-roseñada

Un accidente leve en el que su acompañante -una chica que había conocido esa noche- resultó ilesa le costó la vida al hemofílico conde. Enterrado en Coral Gables, solo su madre acudió al entierro del cuerpo. El rey Alfonso XIII le había enterrado en vida años antes y sus hermanos andaban en pugna por los derechos de sucesión a un trono etéreo.

Cuando el rey Juan Carlos I quiso reunir a los Borbones que salpimentaban el mundo en el majestuoso sepulcro del Escorial allí estaba Edelmira Sampedro para despedir al que fue su único esposo, el conde de Covadonga Alfonso de Borbón y Battenberg. La cubana viviría por otros veinte años en Miami, pero sin llamar la atención de la familia Real Española a la cual revolucionó con su matrimonio morganático. Matrimonio sin el cual no hubiese sido posible el enlace de los actuales reyes Felipe VI y doña Leticia Ortiz.

Anexo

Escrito en 1938, al poco de fallecer Alfonso de Borbón, incluimos esta crónica publicada en Barcelona que contiene la visión de la época sobre el matrimonio de los condes de Covadonga y la espiral fatídica de la vida de Alfonso de Borbón.

Se casa en Suiza con una bella burguesa cubana, Edelmira Sampedro, a quien conoce en un sanatorio. Ya es un
amor enfermizo. De un hospital de sangre pueden salir amores para la guerra y para la Historia. De un sanatorio no puede salir más que eso.

El amor es una flor. Y la flor que crece entre algodones podrá alegrar los ojos de los enfermos, pero no convence a los sanos. Ese perfume trascenderá siempre a laboratorio y, por muy fresco y vivo que tenga el color, siempre nos parecerá
una herida recién abierta.

Él es una agonía tras de un instinto. Ella, un producto del Trópico. Poco segura de sí misma. Hermosa y de ojos febriles. Morena y de labio en pulpa. En los remansos de sus ojos, como una noche caliente, anda la luz rota y desorientada. Es un capricho. Una inconstancia.

El pobre príncipe va tras de unos labios y ella tras de un rango, deslumbrada por un trono de fantasía. Lo demuestra al poco tiempo cuando su vanidad va diciendo por todas las páginas sociales:

—No me entiendo con él. Pero le quiero y le tengo lástima. Soy para él como una hermana, como una enfermera.

El príncipe, al oír esto, habrá saltado del asiento. Cuando una mujer dice que le tiene lástima a un hombre y que lo quiere
como una hermana, ya al hombre no le quedan a mano más que dos recursos: el divorcio o la pistola. Porque lo contrario es todavía más ridículo que ser príncipe sin fortuna.

—El príncipe tiene un carácter imposible—dice la reina nominal, la bella cubana de Sagua la Grande. ¡Naturalmente! El
hombre anormal, enfermo, tiene que ser así, cuando no es del todo idiota.

—El príncipe es imposible—volvió a repetir la reina frustrada, harta ya de ser princesa sin un Estado que sufragara sus gastos.

Y se divorciaron.

El príncipe viaja. Quiere olvidar. Bebe sus copitas como cualquier canónigo. Y logra el olvido que se propone. No sólo olvida a Edelmira Sampedro, sino que, en su despreocupación, olvida las buenas maneras y hasta las cuentas del hotel de lujo…

Se instala el príncipe en La Habana. Es a la par y de soslayo, comisionista de automóviles, agente del Turismo adscrito a las
oficinas correspondientes, reclamo de hoteles y anunciador de sastrerías y de calendario.

Cuando leemos; «El príncipe de Asturias y actual conde de Covadonga se viste en tal casa», todos estamos en el secreto: traje gratis y a la medida. Los currutacos y come-ñames harán allí sus trajes y pagarán las «costas del juicio».

El príncipe, en medio de su desgracia, no es tan tonto como parece. Los que se disfrazan de príncipes no corren mejor
fortuna. Y, además, se dan de narices con la Policía, cosa que no le puede suceder al heredero de la corona de España, porque él es príncipe de veras, a semejanza de otros compañeros de la Nobleza, le ha tocado ser el príncipe de los malos destinos.

Mi revista. Barcelona. 1 de noviembre de 1938