Ramón Claudio Delgado Amestoy fue un médico español que desarrolló toda su carrera en Cuba, donde fue un cercano amigo y colaborador de Carlos J. Finlay en el descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla.
Nació en San Sebastián, en el país vasco, el 20 de julio de 1843, pero muy joven emigró a Cuba, donde se licenció en Medicina en 1874 en la Universidad de La Habana.
En 1875 fue nombrado director del Hospital de la Quinta San Antonio, cargo en el que se mantuvo poco menos de un año y desde el cual, fiel a su vocación higienista, redactó un reglamento destinado a mitigar los problemas de salud que provocaban prostitutas y burdeles.
Claudio Delgado, el amigo de Finlay
Al crearse la Comisión de la Fiebre Amarilla en 1881, Claudio Delgado Amestoy puso todos sus conocimientos y experiencia al servicio de Carlos J. Finlay, con el cual publicó varios trabajos científicos en coautoría.
Finlay teorizó de forma correcta que el agente transmisor de la fiebre amarilla era la hembra del mosquito aedes aegipty. Sin embargo, esta conclusión fue puesta en duda hasta que durante la Primera Ocupación, fue probada por la Comisión creada por el ejército de los Estados Unidos.
Convertido ya en ese entonces, no sólo en un viejo colaborador, sino en un amigo muy cercano de Finlay, Claudio Delgado Amestoy estuvo junto al médico camagüeyano en todo momento durante la exposición que este realizara a la Comisión compuesta por Reed, Lazear, Carroll y Agramonte, y que Esteban Valderrama inmortalizara en su obra «El triunfo de Finlay».
Hombre tremendamente culto, su extenso saber científico facilitó a Claudio Delgado Amestoy incursionar en campos muy alejados de la medicina como la Ictiología, la Hidrología y la Meteorología.
Fue director de la revista Anales de la Real Academia de Ciencias Médica, Físicas y Naturales de La Habana; el primer médico en realizar una transfusión de sangre en Cuba y el iniciador de los estudios de hematología en la Isla.
Al cesar la soberanía española sobre la Isla de Cuba decidió permanecer en el país donde había desarrollado toda su carrera científica. Así, se mantuvo junto a Finlay en la jefatura de Sanidad y coadyuvó a la organización del sistema de salud pública en la Isla.
La muerte de Finlay, quien había sido su mentor y gran amigo le afectó profundamente. A ello se sumaron los efectos de una penosa enfermedad que le afectaba desde hace años.
Decidió entonces retornar a España a su tierra natal en la Vasconia. Desembarcó en Asturias y emprendió el camino por tierra. Allí contrajo una neumonia que le provocó la muerte en la villa de Infiesto el 13 de julio de 1916.
Por gestiones de su esposa e hijos, ocho años después, sus restos fueron enviados a Cuba, la tierra a la que dedicó sus desvelos, y sepultados en el Cementerio de Colón.
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