El hermano más joven de los del Castillo y Cancio, Antonio María, se dedicó, desde muy joven, a la administración de la hacienda familiar, la finca “La Jagua”, cercana al poblado de Guayos. Casado con la joven espirituana Rita del Espíritu Santo Sánchez y Cañizares, tuvo ocho hijos,  fueron los primeros: Adelaida de la Caridad, José de Jesús, Amada Aurelia, Antonio María y Francisco de Paula,. El 1 de noviembre de 1864, nació el niño a quien nombraron, como al tío,  Adolfo Laureano. [1]

Antonio María estaba al tanto de la conspiración que lidereaban sus hermanos y cuando, el 6 de febrero, se levantaron en armas, él los secundó, con numerosos vecinos y empleados, llevándose para la manigua a toda la familia, no sin antes prender fuego a su querida finca, hecha cenizas antes de entregarla a las autoridades coloniales. En la prefectura mambisa le nacieron otros dos vástagos: Luis y Honorato.

El Capitán  Antonio María cayó herido en la acción del Fuerte Lázaro López, en que murió el general Angel del Castillo. Mientras se reponía de su herida,  contrajo el cólera y murió poco después, en fecha no precisada, con sus hijos Francisco, Adelaida y Honorato.

La joven Rita, con sus hijos sobrevivientes a la terrible epidemia, quedó al amparo de sus parientes. Nunca se repuso de aquellas pérdidas y, en 1872, dejó de existir, quedando los niños con su tía Doña Manuela Sánchez y Cañizares.

Adolfo del Castillo y Cancio

Terminada la contienda, en 1878, cuando el Padre Castillo es destinado a Guanabacoa se lleva consigo a sus sobrinos y a Doña Manuela. El pequeño Adolfo fue matriculado por su tío en el Colegio de los Padres Escolapios, pero su carácter díscolo era poco dado a la disciplina escolar, aunque, por otra parte, era proclive a las lecturas de disímiles obras literarias y científicas. Su mentor se preocupaba por “(…) formar un hombre perfecto, en lo posible (…)” y, por ello, dice:

“(…) le enseñé además el manejo de las armas, con ambas manos; equitación, natación y cuanto pudiera serle útil para la vida.”[2]  Al decir de Castellanos “Era el indiscutido cacique de los escolares Escolapios y de la juventud turbulenta de Guanabacoa” [3] 

El Padre Castillo nos ha dejado esta excelente descripción del sobrino, que permite entender mejor sus actos: “(…) era de carácter franco y alegre, pero serio en todos los actos de su vida, enérgico, aún de niño, sin tener pretensiones de valiente ni guapo” , y más adelante añade “de poca barba, ojos azules, no fumaba, ni tomó nunca ningún licor, ni vino en la mesa, de poco comer, pero no delicado, comía de lo que ponían en la mesa, o de lo que encontraba (…) no era charlatán, ni latoso; de fuerte complexión y sano[4] 

En 1885, la vida de Adolfo da un cambio radical, pues ingresa en la Universidad de la Habana, para estudiar la carrera de Medicina. Su interés se centra en el estudio y  trabaja como maestro para sufragar sus gastos personales. Un paso importante en su progresión social ocurre, el 7 de enero de 1888, cuando obtiene su ingreso como socio del  famoso Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa, al que pertenecieran José Martí, Enrique José Varona, Juan Gualberto Gómez y otras tantas lumbreras de la sociedad cubana de la época.

Ya en 1890, cuando el Padre Castillo logra regresar a Sancti Spiritus, el joven Adolfo estaba enamorado y comprometido con la joven habanera María Felicia Facenda  y decide – como era de esperar – quedarse en Guanabacoa.  El 5 de junio de 1890 contrajeron matrimonio y fueron a vivir a la casa de los padres de la novia.

En aquel momento la situación personal de Adolfo le impide continuar sus estudios universitarios, casi en vísperas de terminar la carrera de medicina,  encontrando  en el magisterio la profesión capaz de procurarle el sustento y dar lo mejor de sí a la comunidad.

Sus conocimientos de literatura, el título de bachiller, los cinco años en la Universidad de La Habana y el dominio del latín, inglés y francés, le permitieron impartir clases privadas y, en 1892, trasladarse a San Antonio de Las Vegas, donde montó un colegio, de primera y segunda enseñanza. Su cátedra fue un semillero de patriotas y muchos de sus alumnos fueron luego sus compañeros de armas en los campos de Cuba Libre.

El 13 de noviembre de  1893, le nació su única hija, Zoila Rosa, quien vino a convertirse en el principal estímulo y sostén de sus anhelos revolucionarios.

Adolfo del Castillo

El estallido independentista del 24 de febrero  de 1895  no  sorprende al joven maestro, pues ya conspiraba con los patriotas habaneros, quienes se preparaban para lanzarse a la lucha al arribo de las  huestes invasoras. Así,  el 2 de enero de  1896, seguido de un contingente de vecinos, discípulos y amigos, Adolfo se incorpora a las fuerzas del Coronel Antonio Nuñez, pertenecientes a las tropas del Lugarteniente General. Ese mismo día, teniendo en cuenta sus méritos revolucionarios, se le otorga el grado de Comandante de caballería.

A partir de ese momento Adolfo del Castillo inicia su forja mambisa, al lado del Rayo de la Guerra, el General Antonio Maceo. A sus órdenes participa en la fulminante Campaña de La Habana, entre febrero y marzo del 95, recorriendo triunfalmente toda la provincia, combatiendo casi a diario y entrando, a sangre y fuego,  en importantes poblaciones, tales como: Santa Cruz del Norte, suburbios de Guanabacoa, Cuatro Caminos, San José de Las Lajas, Aldecoa, Managua, Santa Emilia, Nueva Paz y Batabanó. En un mes y días, sostienen  14 combates y recorren 190 leguas.

Adolfo  se convierte en uno de los aguiluchos de Maceo. Sus dotes de jefe le permiten ascender aceleradamente en la escala militar. El Coronel Antonio Nuñez y el General José María Aguirre, jefe de la división, lo ascienden a Teniente Coronel y Coronel. Ya, a fines de febrero, tenía en su haber la  organización de la gloriosa Brigada Centro, y era reconocido como General de Brigada.

Esta foto de Adolfo del Castillo también aparece en otros medios con 32 años.

Hoy es  difícil imaginar  cómo podía operar esta unidad, al decir de Castellanos, “la Brigada vive dentro de la boca del dragón”. El territorio llano, surcado por varias líneas de ferrocarril, excelentes carreteras, el telégrafo, uniendo las numerosas poblaciones, numerosos heliógrafos, comunicando los fortines, unos con otros, la carencia de hospitales de sangre y prefecturas y los miles de soldados, voluntarios y guerrilleros que ocupaban la región, imponían a la Brigada Centro “una movilidad exagerada y aniquiladora y subdividir hasta el mínimum las fuerzas”.

En su desesperación por aniquilar la rebelión, que tocaba las puertas de La Habana, el General Ceballos, siguiendo las órdenes del carnicero Weyler llevaba  a cabo una política de terror y tierra arrasada, hasta el punto que “ordenaba arar la tierra, para que nadie utilizara ni las raíces”[5].

Por supuesto que la carrera meteórica de Adolfo sembró numerosas envidias y celos entre los oficiales habaneros más antiguos, pero el poder del ejemplo, único que acataban aquellos hombres, se impuso rápidamente  y  lo convirtió en el líder indiscutido de la región.

Las acciones de guerra, diseñadas y comandadas por Castillo, constituyeron verdaderas proezas militares, creándole una aureola de invencibilidad entre los suyos y de azote terrible para los españoles; tales fueron, entre otras: el ataque y toma de Madruga, el 12  de febrero de 1896, donde se logró un amplio botín y se incorporaron numerosos vecinos, “con el Alcalde al frente”.

Tres días después, en combinación con el también brigadier espirituano Pedro Díaz, asaltan y penetran en Santiago de Las Vegas; el 18, junto a Maceo, atacan e incendian el poblado de Jaruco; el 13 de abril, de nuevo con Pedro Díaz, diezma a la columna del Coronel Piedra en las acciones del Potrero Piedra y los Ingenios La Luisa y Teresa; el 3 de diciembre, ocurre el combate de La Loma Carrasco, donde se enfrenta, en duelo a muerte, a un comandante español, causando más de 100 bajas al enemigo.

El 7 de diciembre de 1896, bajo las órdenes del General Aguirre, participa en el feroz combate de La Loma del Hambre, donde derrotaron, tras 11 horas de pelea, a más de 3500 soldados españoles, de las tres armas, y dieron muerte al Teniente Coronel Aguayo. El 28 de este mes, combate rudamente con el Teniente Coronel Cirujeda, recibiendo un balazo en el pie izquierdo.

La fuerte personalidad de este joven héroe y la popularidad de sus hazañas en torno a la propia capital, hicieron que, a mediados de 1896, se organizara en Tampa, el club revolucionario Adolfo del Castillo, dedicado a la propaganda revolucionaria, a levantar fondos para el PRC y a difundir las proezas del paladín que le daba nombre.

Es tal el mérito que había ido acumulando Castillo que, tras la muerte del General Aguirre, el 29 de diciembre de 1896, asume, de manera provisional, la dirección de la Segunda División. Un mes después, el 29 de enero de 1897, con Baldomero Acosta y Andres Hernández carga impetuosamente contra el famoso Regimiento Villaviciosa, lo más selecto de la caballería española en Cuba, poniéndolo en fuga.

Es muy interesante poder conocer los elementos del pensamiento político de Adolfo del Castillo, presentes en su escasa correspondencia conocida. Así, en carta a su esposa del 2 de febrero de 1897, se refiere a la necesidad de llevar la guerra hasta la independencia absoluta y  apunta

“(…) Pocas veces pienso en la conclusión de nuestra guerra; porque temo que la prontitud podría ser causa de que nuestro triunfo fuera a medias. No; es indispensable tener resignación; es preciso acabar; pero terminar la obra sagrada hasta dejarla perfecta. Entonces, podremos, satisfechos de nuestra misión, abrazarnos cordialmente y sin que el remordimiento de no haber cumplido hasta la saciedad nos acibare nuestro contento (…)”[6]

El peliagudo tema de las relaciones hispano – cubano – norteamericanas en torno a la guerrra y la esperada intervención yanqui, no podía escapar a las meditaciones de Adolfo y, con su radicalismo habitual, le comenta a su amigo entrañable, el Dr José León Mendoza:

“(…) te confieso que cada vez tengo menos esperanzas en el auxilio que nos preste el gobierno de los Estados Unidos. Con frecuencia he sostenido entrevistas con corresponsales y emisarios americanos y siempre les he manifestado mi resentimiento no con los americanos, sino con el gobierno de esa nación (…) Mejor. Mejor: Cuba será libre por sólo el esfuerzo de sus hijos” [7]

El 3 de febrero de 1897, Castillo entrega el mando de la Segunda División del Quinto Cuerpo del Ejército Libertador al General Alejandro Rodríguez Velazco, también espirituano –  veterano del 68 y colaborador de Calixto García y  José Martí en la Guerra Chiquita.

El Generalísimo le confió el mando de esta importante unidad a Alejandro por sus éxitos en Cienfuegos. Pronto, ambos jóvenes, unidos por su origen yayabero y su condición de oficiales noveles, crecidos en la nueva guerra, formarían una pareja formidable, que impulsaría la guerra en La Habana. La admiración entre ambos era mutua, como demuestra esta opinión de Adolfo sobre Alejandro:

“Hace más de un mes que está al frente de la provincia el ciudadano general Alejandro Rodríguez, paisano mío. Reúne todas las dotes que necesita un buen jefe. Todos sus subalternos le prestamos obediencia y cariño y nos prometemos grandes resultados de su buena dirección. Yo sigo al frente de mi antigua Brigada.”

El 4 de marzo de 1897, constituye, al decir de Castellanos“el día más memorable en la vida del brigadier Castillo, porque en él acomete la proeza más hermosa realizada en esta provincia”

Adolfo del Castillo visto por Armando Menocal. Dibujo de la Revista El Fígaro.

El 8 de marzo, con Juan Delgado y Rodolfo Berges, Castillo asaltó y saqueó a Bejucal, otro pueblo fortificado de la región, casi a las puertas de La Habana.

Pero nadie mejor que el propio Adolfo para valorar estas acciones. A su amigo Mendoza le comenta:

“(…) El día 4 tomé a Guines donde permanecí seis horas después de pasear toda la población. El día 8 toma de Bejucal donde me mantuve durante tres horas llegando hasta la plaza de la iglesia, recogiendo en este pueblo un valioso botín al tenor de Guines, consistente en gran cantidad de ropas, víveres y pertrechos de guerra. En ambos pueblos di muerte a muchos de nuestros encarnizados enemigos, incendiando sus mejores propiedades.”  

Más adelante, sale a relucir su humor criollo cuando, al referirse al convoy que atacó el 12,  le  dice a Mendoza:

“(…) El enemigo sorprendido y acobardado corre a las carretas, extrae el parque e incendia el resto del convoy, resultando muertas por asfixia 11 bestias, esto es, 7 bueyes, 3 soldados y un mulo de carga (…)”.

Para tener una idea más certera de lo cruenta que se tornaba la guerra en La Habana, donde operaban las mejores unidades de caballería del ejército español vale escuchar esta narración del propio Adolfo, sobre el  combate del 28 de marzo:

“(…) Estuvimos luchando al arma blanca durante tres horas. El enemigo contaba con los regimientos Pizarro y Villaviciosa, 1500 plazas. Yo disponía de 700 caballos y en regulares condiciones. El choque fue brutal. Resultando 7 soldados prisioneros, 11 caballos tomados y 22 muertos, sin poder precisar las bajas hechas en los soldados. Nosotros tuvimos 2 prisioneros, 6 muertos, 15 heridos y 37 caballos entre muertos e inutilizados, demostrando en estos encuentros mi ayudante y querido discípulo Fernandito un arrojo y valor heroicos y una temeridad sorprendente”[10]

Es de destacar que, el 3 de abril de 1897, en un gesto de humanismo, que realzaba la imagen de los rebeldes  cubanos ante el mundo, los generales Alejandro y Adolfo entregaron al ejército español, en Pozo Redondo, numerosos heridos y prisioneros hechos al Bon Pizarro en el cruento combate de marras.

El estudio de la correspondencia del brigadier Castillo nos permite asomarnos al complejo mundo de la lucha de ideas en que se desarrollaba la gesta del 95, donde la inteligencia española, siempre atenta a las rivalidades en el campo cubano, hacía todo lo posible por sobredimensionar  los conflictos reales, tratando de sembrar la división y lograr, como en el 68, el descalabro de los independentistas, aún sin derrotarlos en el campo de batalla.

Adolfo del Castillo en uniforme de campaña

Es por ello, que Adolfo no deja pasar por alto los comentarios del periódico integrista  “La Lucha” sobre supuestos choques entre unidades mambisas rivales  en su territorio y, al respecto, le escribe a Fernando Figueredo, representante del PRC en La Florida, solicitándole refutar esas insidias y precisándole:

“Cábeme la gloria de ser muy querido y respetado de todos mis subalternos. A más de la Brigada del Centro que mando directamente, tengo a mi cargo el supradicho Regimiento que manda el ciudadano Coronel Juan Delgado; el Regimiento Goicuría que manda el ciudadano Alberto Rodríguez y que hoy dirige el ciudadano Teniente Coronel Emilio Collazo (…)”[11]  

En esta importante misiva se refiere también a la táctica mambisa, en aquellos difíciles momentos, de “no sostener largos combates ni formar extensos campamentos”, así como a la ridícula intentona  española de destruir la flora y la fauna cubanas para cortar las fuentes  de alimentos a los rebeldes.

El 20 de junio, Adolfo se ve obligado a enfrentar una nueva campaña diversionista  de los enemigos y envía una carta al periódico “Patria”, para refutar la maniobra del “Heraldo de Madrid”, que lo presenta en componendas de paz con España.  Su respuesta es lapidaria:

“(…) Adolfo del Castillo y Sánchez reconciliado con el déspota gobierno de España?. El heredero de la aún hirviente sangre de Honorato del Castillo y Serafín Sánchez en harmonía con los opresores de Cuba? Jamas!”[12]

La base del prestigio y el liderazgo de Adolfo del Castillo, además de su capacidad militar, estaba en su valor y temeridad a toda prueba, las muestras de ello  eran casi diarias y un mito de invulnerabilidad lo rodeaba. Su carácter era muy dado a buscar el peligro, amparado en su pericia con  las armas y su desprecio al enemigo.

Prueba de ello fue la acción de Loma Ponce, el 8 de junio, cuando enfrentó, solo, con su fusil, una carga del Regimiento Villaviciosa. Con 7 tiros, derribó a 5 enemigos, entre ellos el Capitán Ayudante del regimiento. Los españoles, ante aquel hecho extraordinario y temiendo una emboscada, volvieron grupas y huyeron hacia Melena del Sur. La aureola guerrera de Castillo se agigantaba ante amigos y enemigos.[13]

Su carrera militar fue tan acelerada que, a mediados de julio de 1897, el general Freire de Andrade confiesa al general Alejandro Rodríguez que

“(…) el Generalísimo Máximo Gómez tiene la intención de nombrar a Castillo Jefe de la Segunda División del Quinto Cuerpo (…)”[14]

El segundo semestre de 1897 se tornó muy difícil para los mambises en La Habana, los efectos terribles de la reconcentración y la guerra a muerte convierten el conflicto en un drama sin igual en los anales americanos. En estas condiciones, la bravura del brigadier Castillo brillaba más que nunca, como prueban estos comentarios de su jefe, Alejandro Rodríguez, a su esposa Eva Adán, sobre el desigual combate de Miraflores, donde, con solo un puñado de hombres y el general Castillo, tuvo que enfrentar a los conocidos regimientos españoles “Pizarro” y “Villaviciosa”. Dice Alejandro:

(…) Castillo se batió como un héroe: me mataron el caballo. El enemigo lo teníamos casi siempre a 12 varas. Se aprovecharon todos los accidentes del terreno para rechazarnos; pero éramos tan pocos! (…) y mi paisanito Castillo, allí en el puesto de honor, el último de la fila, magnífico,  soberbio, hermoso ante la muerte, que parecía nos tenía ya en sus garras(…)”[15]

Adolfo del Castillo, los planes espectaculares del aguilucho.

En la mente de Adolfo anidaban dos planes espectaculares: capturar al Capitán General, el genocida  Valeriano Weyler, cuestión que estuvo a punto de lograr en dos ocasiones, y entrar, a sangre y fuego, en la capital, hasta la misma Plaza de Armas, mostrando al mundo la capacidad militar del Ejército Libertador y sembrando el pánico y el desconcierto entre los colonialistas.

El 31 de julio, con un millar de hombres, partió sobre La Habana, pero se retrasaron en el camino y tuvo que contentarse con asediar Managua y destrozar al enemigo que encontró a su paso.

El lunes 25 de octubre de 1897 – cuando llevaba un año y nueve meses sobre las armas -, en el apogeo de su fama y con una brillante carrera por delante,  cayó el brigadier Adolfo del Castillo y Sánchez, en combate desigual, de cuatro contra doscientos, mientras intentaba, con uno de sus sorpresivos golpes de mano, rescatar a su caballo de guerra y poner en ridículo, una vez más, al poder español.[16]

Su cadáver quedó en manos de los enemigos, siendo vejado por la soldadesca y saqueadas sus pertenencias. Las autoridades coloniales celebraron con festines su muerte, considerando que habían liquidado la revolución en La Habana (anexo 10). En el Cementerio de Colón, sus restos fueron enterrados en una fosa común, envueltos en sacos de harina.

Gracias a su amigo Sixto López es que quedó la tumba señalizada. En octubre de 1900, tercer aniversario de su muerte, el Gremio de Obreros del Rastro Mayor exhumó los restos y fueron expuestos al público, en la Sociedad del Pilar, con guardia de honor de veteranos del Ejército Libertador, siendo trasladados a un mausoleo, donde permanecen hasta hoy.

El 6 de enero de 1924 se inauguró un monumento en su honor, erigido con fondos provinciales, en el sitio donde cayera en combate, sito  en la Finca “Felicita”, kilómetro 13 de la carretera de La Habana a Managua, en el lugar conocido por La Chorrera del Calvario.

El  General de Brigada Adolfo del Castillo y Sánchez fue un digno representante de la nueva hornada de la Familia Castillo, que se incorporó a la Guerra Necesaria y continuó la obra de sus predecesores en pos de la definitiva independencia de la patria cubana. 


[1] La mayor parte de los datos sobre Antonio María y su hijo, Adolfo, han sido tomados de “Adolfo del Castillo y Sánchez”,  fotocopia del manuscrito del Padre Castillo (original en el Archivo de la Oficina del Historiador de Las Tunas)

[2] Padre Castillo: Ob. Cit. Pág. 5

[3] Castellanos García, Adolfo: “Adolfo del Castillo. En la paz y en la guerra”. Edit. “Hermes”. La Habana. 1922. Pág. 28 y 30.

[4] Padre Castillo: Ob. Cit., pág. 3

[5] Ob. Cit. Pág. 65 y 67

[6] Citado por Castellanos: Ob. Cit. Pág. 89-90

[7] “Carta al Dr José Mendoza. 2 de febrero de 1897”. Cit. Por Castellanos: Ob. Cit. Pág. 91-92

[8] “C. a María Facenda, del 15 de abril de 1897”, cit. Por Castellanos, en ob. Cit. Pág. 106-107

[9] En su biografía de Adolfo, Castellanos dice de Guines: “Poblado de 23,400 habitantes, 2028 casas y 342 establecimientos. Rodeada por un collar de fortines, en inmensa planicie, llena de zanjas de regadío. Más de 2000 hombres la defendían en las líneas fortificadas y dentro, en parapetos y vallados”. Ob. Cit. Pág. 97

[10] “C. al Dr José Mendoza del 14 de abril de 1897”. Cit. Por Castellanos, en ob. Cit. Pág. 102-106

[11] “C. A Fernando Figueredo del 3 de junio de 1897”, cit. Por Castellanos, en ob. Cit. Pág. 109

[12] Idem. Pág. 116.

[13] Idem. Pág. 114-115

[14] Idem. Pág. 131

[15] “Carta a Eva Adán del 14 de octubre de 1897”, cit. Por Castellanos, en ob. Cit. Pág. 136-137

[16] Al respecto, leer el capítulo: “La Muerte”, del libro cit. De Castellanos, pág. 145-157