Reseña sobre Pedro Vargas en La Habana tomada del libro «Letra con música de fondo» de Ciro Bianchi Ross.

Pedro Vargas y Benny Moré cantarían a dúo en La Habana. Días antes de la grabación, el mexicano entrega al cubano las partituras de los números que interpretarán con el propósito de que las estudie.

Pedro Vargas y Benny Moré
Pedro Vargas y Benny Moré

Llega el día del encuentro y, a punto de comenzar a grabar, Vargas quiere examinar la música con el Benny a fin de marcar el orden de entrada de cada uno y determinar quién será voz prima quién segunda en determinados pasajes.
Benny Moré, el llamado Bárbaro del Ritmo, rechaza el ofrecimiento de El tenor de las Américas.

—Maestro, eso es chino para mí… Yo no sé música —dice Benny y sonríe.
— ¿Cómo cantaremos a dúo entonces? Si no sabe música, ¿cómo sabrá en qué momento tiene usted que entrar? —inquiere Vargas.
—Cuando me lo pida el cerebro, Maestro —responde Benny.

pero los entendidos están de acuerdo en que dio al mexicano una respuesta incompleta. Debió haber dicho el cerebro, el corazón, el sentimiento… hasta la última partícula de aquel ser intrínsecamente musical que era Benny Moré.

Contestación truncada aparte, el caso es que en aquella ocasión grabaron Obsesión y Perdón, y con ellas lograron uno de los mejores dúos de la música popular.

El escribidor trae a colación esa anécdota con motivo del homenaje que en el año 2014 rindió Cuba a Pedro Vargas, en ocasión del 25 aniversario de su fallecimiento.

Se le recordó en las jornadas de la XXV edición del Festival Internacional Boleros de Oro. En presencia de familiares allegados, invitados para la ocasión, se dio su nombre a la suite del Hotel Nacional en que se alojaba por lo general durante sus estancias habaneras, se exhibieron algunas de sus películas y un busto del cantante quedó emplazado en la Avenida del Puerto, muy cerca de la estatua que recuerda al compositor Agustín Lara, su gran amigo.

PEDRO VARGAS UN MEXICANO CASI NUESTRO

Vargas fue una especie de puente musical entre Cuba y México. A partir de 1940 visitó la Isla por lo menos una vez al año. Por eso Cristóbal Díaz Ayala, musicólogo cubano radicado en Puerto Rico, lo define como «casi nuestro».

Pedro Vargas

Siempre que se disponía a venir, pedía a Lara y a otros compositores importantes que le entregasen sus últimas producciones para estrenarlas en Cuba, e igual solicitud hacía a creadores cubanos al regresar a México.

En 1946, el compositor cubano Bobby Collazo —autor de las melodías Tenía que ser así y Vivir de los recuerdos—, estaba en México y se disponía a viajar a Santo Domingo. Vargas le pide una canción y Collazo se la escribe a la carrera. Cuando el creador llega a su destino, ya La última noche es un éxito.

Otro cubano, Fernando Mulens, compositor de los boleros emblemáticos Qué te pedí y De corazón a corazón, fue su pianista acompañante durante años.

En los años treinta del siglo pasado Cuba fue invadida por el tango. A lo largo de la década siguiente presenciará la irrupción de la música mexicana.

La encabeza Jorge Negrete, muy famoso gracias al cine, que visita la Isla en dos ocasiones. Le siguen, con amplio arraigo, Tito y Pepe Guizar, y sus Caporales, Pedro Infante, Chucho Martínez Gil, Los Cuate Castilla, Toña la Negra, Amalia Mendoza y Miguel Aceves Mejía, entre otros.

Los Pancho que generaron una legión enorme de imitadores, contaban, aún en los setenta, con un programa fijo en la radio nacional. Cualquier cubano podía repetir sin la menor vacilación Noche de ronda, de Agustín Lara, y tararear «en tus ojeras se ven las palmeras / borrachas de sol», del propio compositor. Antes había estado en La Habana José Mojica. Vino por primera vez en 1931 y volvió al menos tres veces en los años cincuenta.

TAMBIIÉN DEL OTRO LADO


Pero si hubo una presencia en Cuba de la música mexicana, la cubana se hizo sentir del otro lado del golfo. Díaz Ayala analiza el fenómeno en su libro Cuando salí de La Habana (Puerto Rico, 2001). El cine mexicano, que explotaba el paisaje y la música del bello país, cobró importancia a partir de la cinta El rancho grande, de 1936. La producción cinematográfica azteca se incrementó y extendió su fama por todo el continente.

Ella incluía cantidades generosas de música en cada película. Tales filmes abordaban en su mayoría el tema rural y se valían de rancheras y corridos. La temática se amplía también al tema urbano y da entrada así al bolero. En los años cuarenta se producían en México casi mil películas, los compositores del patio eran prolíficos pero no daban abasto, pues, aparte de los boleros, debían crear guarachas y rumbas, necesarias en cintas que, en su mayoría, se ambientaban en cabarets.

Pedro Vargas y Sonia Calero
Pedro Vargas y Sonia Calero

Cuba, argumenta Díaz Ayala, acudió a llenar el vacío. El cine y la escena mexicana se desbordaron con rumberas cubanas como María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Lina Salomé, Olga Chaviano, Rosa Carmina, Amalia Aguilar, las Dolly Sisters y muchas más. Para ellas, y también para las rumberas Meche Barba, mexicana, y Tongolele, de origen tahitiano, se necesitaba la percusión que aportaron los cubanos. Intérpretes aztecas como Juan Arvizu y Toña la Negra grabaron discos con el respaldo de orquestas cubanas. También lo hizo Pedro Vargas, que utilizó orquestas como Casino de la Playa, Riverside y Cosmopolita para realizar sus discos con la Víctor.

Un artista cubano, o de paso por Cuba, no se sentía enteramente consagrado si no se hacía fotografiar por Armand —Armando Hernández López— el más famoso retratista isleño de las décadas del cuarenta y cincuenta, conocido como El fotógrafo de las estrellas. Pedro Vargas, en una de sus estancias habaneras, no resistió la tentación y lo visitó en su estudio de Línea entre H e I, en el Vedado.

CAPRICHO CUBANO

Las presentaciones iniciales de Vargas en La Habana deben haber tenido lugar en el viejo Teatro Neptuno, de Heliodoro García, donde también lo hizo Agustín Lara. Supone el escribidor que actuó en la capital cubana por última vez en marzo de 1959, en el cabaret del hotel Capri. Presentaba ese centro nocturno la producción Capricho cubano, con las actuaciones de la puertorriqueña Lucy Fabery y los cubanos Fernando Álvarez y Raquel Bardisa. La presencia de Vargas, durante dos semanas, propició un lleno completo.

Entre una presentación y otra actuó muchas veces en el Teatro América. Pedro Urbezo, historiador del coliseo de la calle Galiano, en su libro El teatro América y su entorno mágico (2011), recoge puntualmente las actuaciones del mexicano. Esa instalación se inauguró el 29 de marzo de 1941. Poco después, en la semana del 22 de septiembre, el primer show o variedad musical que acogió estuvo a cargo del famoso tenor, acompañado por el pianista Pepe Agüero y la orquesta de Alfredo Brito. Hizo, de lunes a sábado, dos apariciones diarias, una a la 5:30 de la tarde y otra a las 9:30 de la noche, y el domingo, además de esas, otra a las dos de la tarde.

Tanto éxito tuvo, cuenta Urbezo, que pese a sus compromisos con radioemisoras cubanas volvió al escenario del América para una función especial el 3 de octubre de ese año. El 23 de enero de 1942 Vargas hace una nueva presentación acompañado por el mismo pianista y orquesta.

El historiador refiere:

Los asiduos al América daban muestras de admiración y cariño al tenor mexicano con repetidos aplausos.

En 1945 Pedro Vargas regresa a la Isla. Está de paso, pero no quiere dejar de asistir al espectáculo de variedades que artistas de la CMQ presentan, durante una semana, en el América. Participa en las jornadas del sábado y el domingo. Ese día, en la función de la noche, se despide del público habanero que, de pie, lo aplaude a rabiar. La ovación emociona al artista que, con voz entrecortada, expresa su habitual

muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido»,

y promete volver en cuanto sus compromisos se lo permitan.

Lo hace en la semana del 21 al 27 de enero de 1946. Le acompañan en la escena teatral Ignacio Villa, Bola de Nieve, Fernando Mulens y la orquesta Cosmopolita. Tiene compromisos ineludibles con el Circuito CMQ y sale de cartelera para ser sustituido por Libertad Lamarque. La Novia de América se despide de su público en la función de las 9:30 de la noche del domingo 3 de febrero, luego de haber provocado llenos completos. En la semana del 4 al 7 regresa Vargas. Lo acompaña el cubano René Cabel en un dúo ocasional que, narra Urbezo en su libro,

arrancó exclamaciones de entusiasmo y admiración».

Para añadir:

Retemblaron las paredes del moderno coliseo con los gritos de entusiasmo y los atronadores aplausos. ¿Estaría escuchando Enrique Claudín, el Fantasma, desde los sótanos del teatro?.

Prosigue contando el investigador:

Y, para cerrar aquel ciclo memorable, la siguiente semana, del 11 al 17, cantó Pedro Vargas con otra grande de la escena que por primera vez actuaba en el América: la actriz y cancionera cubana Rita Montaner. Intervinieron en el show, además, René de Montemar, Fernando Mulens y la orquesta Cosmopolita con la animación de Rolando Ochoa.

SU CHORRO DE VOZ INAGOTABLE

Pedro Vargas amó mucho a La Habana. Dejó, con su presencia y sus canciones, un buen recuerdo en la Isla, en los que tuvieron el privilegio de escucharlo en vivo, en los que lo conocieron.

Rosa Fornés, que durante siete años consecutivos fue la primera vedette de México, y que dejó de serlo solo cuando la prensa azteca la proclamó como la primera vedette de América, compartió con Vargas el escenario del teatro Tívoli, de Ciudad de México. Hoy, en su residencia habanera, la Fornés vive rodeada de sus recuerdos mexicanos y conserva en uno de sus salones las fotos de mucha gente a la que quiso, entre ellos Cantinflas —que tanto y tan en vano la pretendió—, Jorge Negrete, Pedro Infante y, por supuesto, Pedro Vargas, vivo aún en la mente de la estrella con «su chorro de voz inagotable».

* Puedes leer la crónica de Ciro Bianchi sobre Lucho Gatica en La Habana de los años 50 en este link