La quinta de Santovenia perteneció a los condes de igual nombre y la mencionamos varias veces en el artículo de la Quinta de los Molinos por su exuberante elegancia, que hacía palidecer a la residencia de verano de los Capitanes Generales de la isla, haciendo de esta quinta la más importante, arquitectónica y culturalmente, de la ciudad en el siglo XIX cubano.

Asilo de Santovenia

Para hablar de ella no hay mejor compañía que este texto del arquitecto y periodista Luis Bay Sevilla. Director durante varios años de la revista de los Arquitectos cubanos: Revista Arquitectura y encargado del proyecto de remodelación de la Plaza de la Catedral en los años 30 del siglo XX. Dicha reseña apareció por primera vez en la sección Costumbres cubanas del pasado aparecida en el Diario de La Marina (7 febrero 1946). En la actualidad es un asilo para el Adulto Mayor. Todas las fotos han sido tomadas de internet. En nuestro grupo de Facebook hay multitud de fotos actuales de la instalación.


La magnífica quinta levantada por el segundo conde de Santovenia en la Calzada del Cerro esquina a la de Patria, fue erigida en los finales del primer tercio del siglo XIX, emplazando el edificio donde se alojaría la familia al centro de una gran parcela de terreno, estando la casa, por consiguiente, suficientemente alejada de la calle y precedida de una amplia avenida, flanqueada de frondosos árboles.


La casa estaba rodeada por sus costados y fondo de bellísimos jardines enriquecían dos magníficas fuentes, artísticas figuras de mármol y distintos jarrones de terracota.

En esta señorial residencia, y en otras de aquella barriada, se reproducen con fidelidad las órdenes, molduras y ornamentos arquitectónicos de la antigüedad clásica, manifestándose algunas veces el costo italiano y en otras el francés.

Esta residencia, en si misma enriquecida con los más bellos mármoles, ricas maderas y artísticos estucos, este vero Trianón, según frase feliz del profesor Joaquín Weis, fue durante muchos años el “rendez vous” obligado de la aristocracia habanera y escenario de las más suntuosas recepciones.

Estas señoriales mansiones del Cerro, de las cuales el palacete de Santovenia es tan relevante ejemplar, según opinión del propio Weis, representan un tipo muy cultivado después, en otros barrios suburbanos, particularmente el Vedado, y todavía hoy, con su lógica y cómoda distribución, su amplitud y sus anchurosos patios y soportales, aparecen como la resultante natural de nuestro clima y de nuestras costumbres.

La Quinta de Santovenia, diseño y detalles arquitectónicos

La planta de esta amplia casona ofrece la forma de una L y tiene en su frente o fachada principal un amplio portal. En su composición arquitectónica se advierten detalles marcadamente italianos, viéndose en el pretil que remata la fachada unos lindos jarrones de mayólica de los que, por desgracia, quedan allí pocos.

El edificio fue emplazado en una superficie de terreno de una caballería, teniendo en su frente y costados bellísimos jardines e infinidad de árboles frutales y de sombra.

La sala es amplísima, pues mide unos 16.00 metros de largo, por 6.00 de ancho, existiendo todavía una magnífica división de madera, ricamente ornamentada, que dividía esta pieza de la capilla privada de la familia tanto el piso de la sala, como los de los restantes locales del inmueble, son de mármol blanco de Carrara, con adornos e incrustaciones de mármol de variados colores.

Detrás de la sala y de los cuartos dormitorios, puede verse una amplia galería de persianas a la española, que constituyen las tres restantes fachadas, dando todas a los jardines. En el centro del patio principal, existe todavía un gran algibe, y, sobre él, una terraza que tiene pisos de mármol blanco, con una amplia y bella escalinata de este material que permite a a los jardines.

La terraza estaba decorada con valiosas esculturas en mármoles estatuarios, algunas de las cuales eran bellísimas Venus. Estas figuras fueron destruidas por las religiosas que ocuparon el edificio al quedar allí instalado el Asilo de Ancianos “Susana Benítez, que da amoroso alojamiento, de acuerdo con el legado que lo instituyó, a los viejos pobres que carecen de hogar.

Existían también en esta bella terraza diversos objetos de arte, tales como jarrones de mármol con artísticos pedestales, algunos de los cuales todavía pueden verse en aquel lugar. Había además leones de mármol y otras figuras artísticas. La terraza estaba cubierta con una valiosa pérgola de hierro forjado, ricamente decorada.

El estilo de los jardines embellecían aquella señorial residencia, tanto por las figuras de mármol que los decoraban, como por su disposición y trazado, era evidentemente italiano. En una de las avenidas del jardín de esta casa existía un interesante grupo escultórico en mármol, representando a una perra de San Bernardo con su cachorro, dándole calor y vida a una niña muere helada por haberse caído entre los ventisqueros de los montes suizos.

Aunque este grupo, que fue tallado por el escultor italiano Antonio Lazzerini, no es una obra maestra por su ejecución, resulta muy decorativo por su simbolismo y por la acertada “pose” de las figuras que lo integran.

En el centro de la terraza existe el pozo, que tiene un brocal formado por una sola pieza de mármol, pudiendo decirse, sin temor a caer en exageraciones, que es el más bello ejemplar que existe en La Habana. En uno de sus costados se ve todavía el escudo nobiliario de los Santovenia.

Ilustres visitantes de la Quinta

En esta magnífica terraza ofrecieron los condes de Santovenia una gran fiesta en honor del gran duque Alejo de Rusia, que nos visitó en el mes de marzo de 1872. También ofrecieron allí estos nobles cubanos otra gran fiesta en honor de Luis Felipe de Orleans, que después fue tercer rey de Francia.

Entrando en el jardín, hacia el lado derecho, existió un gran estanque o lago artificial, por donde circulaban pequeñas góndolas. Todo estaba revestido con ricos mármoles y también podría allí admirarse algunas estatuas de mármol de gran valor artístico.

El puente existe todavía y tiene la misma valiosa reja que tanto lo embellecía. Del estanque sólo queda un enorme agujero, en estado ruinoso, que ni con mucho de la menor idea de lo que fuera a que el bellísimo lugar del palacete.

Los techos del edificio son de madera y se conservan todavía en buen estado, estando formado por tirantes de cedro. Los cielos-rasos son también de madera tallada, encontrándose algunos en buen estado de conservación por lo que, viéndolos, puede apreciarse la riqueza ornamental que poseía aquella gran casa. Las ventanas son en su mayoría de hierro fundido.

Las barandas, más sencillas, las forman planchuelas con artísticos floreos. La carpintería de las puertas y ventanas es también valiosa, viéndose en algunos huecos bellísimos medios puntos, con cristales de variados colores, muy semejantes a los que hemos visto en las grandes residencias coloniales de Trinidad.

Esta señorial casa, la ocupó durante algún tiempo la familia del segundo conde de Santovenia, quien la cedió luego al señor Manuel Arredondo, conde de Vallellano, que estaba casado con la señora Lutgarda Valdés y Díaz Albertini, prima hermana del eminente médico doctor Antonio Díaz Albertini. Fueron hijos de este matrimonio, Manuel y Lutgarda, a quien se conocía cariñosamente por el nombre de “La Niña“.

Continuará…