Lilia Jilma Madera Valiente marcó una época en Cuba por sus obras rompedoras que hicieron honor a su apellido.

Nació en San Cristóbal, Pinar del Río, el 18 de septiembre de 1915. Fue la octava entre los hijos del matrimonio del asturiano Severiano Madera y la cubana Eufemia Dolores de Jesús Valiente.

Su padre – un campesino acomodado, en cuya finca de once caballerías se cultivaba tabaco, se criaba ganado mayor y se explotaban maderas preciosas – Se preocupó siempre de que sus hijos obtuvieran la mejor educación posible y los envió a todos a estudiar a La Habana.

La pequeña Jilma Madera cursó la primera enseñanza en el Centro Gallego y en 1936 se graduó de maestra en Economía Doméstica.

Jilma Madera, de la Economía Doméstica a la escultura monumental

Resulta cuanto menos curioso, que la mujer que pasara a la posteridad como escultora (un oficio dentro del arte, tradicionalmente considerado dominio de los hombres) desempeñara por 25 años una cátedra de Economía Doméstica en una escuela pública de La Habana.

A la vez que trabajaba como maestra, Jilma Madera se perfeccionaba en el arte, que en sus años de juventud fue más una afición que una profesión:

En 1942 ingresó en San Alejandro donde recibió clases pintura y escultura de Enrique Carabia, Florencio Gelabert, Armando Maribona y Juan José Sicre entre otros.

Como su familia siempre gozó de una desahogada posición económica, Jilma Madera pudo viajar a Europa y Estados Unidos para ampliar sus horizontes artísticos: en 1947 trabajó en Nueva York bajo la dirección del prestigioso escultor español José de Creft, con el que perfeccionó sus técnicas de mármol, bronce y terracota.

De regreso a La Habana, en 1952 recibió su título de profesora y modelado de la Academia de San Alejandro. Comenzó entonces a recibir numerosos encargos y a destacar en el rico universo artístico de la Isla.

Atrapada por la escultura monumental a Jilma Madera se debe el frontispicio de la Fragua Martiana, que representa un libro abierto con una llama sobre la que surge una estrella; obra con la que rindió homenaje al Héroe Nacional José Martí, por el que sentía verdadera devoción, y a quien realizó un retrato (Jilma era también una gran pintora, aunque frecuentemente se obvie esta faceta) que se exhibió en la Fragua durante las celebraciones de cincuentenario de la independencia y que se encuentra hoy a la entrada del Museo de la Revolución.


Jilma Madera con Celia Sánchez Manduley

Jilma Madera en el Pico Turquino con la revolucionaria cubana Celia Manduley. Al fondo se observa el busto de Martí, obra de Jilma que ambas colocaran en el año de su centenario en el Pico más alto del país.


Sin embargo, como suele sucederle a la inmensa mayoría de los artistas, los define una obra. En el caso de Jilma fue el Cristo de La Habana.

Un Cristo mestizo para La Habana

El 13 de marzo de 1957 un comando del Directorio Revolucionario atacó el Palacio Presidencial con el objetivo de dar muerte al presidente Fulgencio Batista.

En medio de la infernal balacera, la primera dama de la República, Martha Fernández realizó la promesa de erigir una estatua de Cristo Salvador que pudiera ser vista desde cualquier punto de la ciudad si su esposo conseguía escapar con vida.

Fracasada la acción del Directorio, el Gobierno lanzó un concurso y se creó un patronato para recaudar los fondos necesarios para la obra. Rápidamente se consiguió la suma necesaria, sobre todo porque la propia Martha Fernández de Batista hizo una donación de 200 000 pesos.

Jilma Madera presentó su propuesta y, para sorpresa suya, resultó la ganadora del concurso.

Su Cristo, que con el paso del tiempo devino en uno de los símbolos de La Habana, rompía con las representaciones tradicionales de la Iglesia cubana, pues sus ojos oblicuos y labios pulposos son los de un hombre mestizo, nada parecido a los habituales cristos caucásicos de los templos católicos de la Isla.

Muchos aseguran que la artista se inspiró en un mulato con el que se encontraba ligada sentimentalmente en ese momento, pero semejante afirmación parece ser incierta, pues la misma Jilma Madera aclaró en una entrevista que no utilizó ningún modelo y que se basó en «su ideal» de belleza masculina.

El Cristo de La Habana fue inaugurado con gran pompa el 25 de diciembre de 1958, pero su protección sobre el presidente Batista demostró ser poco efectiva, pues su Gobierno caería menos de una semana después.

Jilma de Cuba

Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, Jilma Madera permaneció en Cuba. Sin embargo, desde entonces no trabajaría más como escultora y se ganaría la vida como profesora de inglés.

Según algunos, esta fue una decisión personal que se debió al glaucoma que padecía; según otros, fue discretamente marginada por las nuevas autoridades de Cultura, pues nunca se le perdonó haber dado vida al Cristo de Martha Fernández de Batista.

Sea cual sea la verdad, lo que sí es cierto es que la artista permaneció en Cuba (a diferencia de otros muchos que abandonaron la Isla por las diferencias con el nuevo Gobierno) y que su obra casi desaparece después de 1959, a pesar de su prestigio, de encontrarse en la cúspide de su genio creativo y de haber vivido cuatro décadas más.

Hasta el día de su muerte, ocurrida el 21 de febrero del año 2000, vivió Jilma Madera en su casa del barrio de Lawton, en el municipio 10 de Octubre.