A Tomás Romay y Chacón se le considera con justicia el primer higienista cubano. En una época en que todavía imperaban el oscurantismo y las prácticas arcaicas de la Medicina, el médico habanero llevó adelante la primera campaña de vacunación en la Isla, poniendo su hombro y los de sus hijos para que abrieran los ojos aquellos que se negaban a ver.
Nació el 21 de diciembre de 1764 en la calle Empedrado y fue el primogénito de los 18 hijos de Lorenzo Romay y María de los Ángeles Chacón. Su tío, Fray Pedro de Santa María Romay se percató de su precoz inteligencia y se lo llevó con él a estudiar la Convento de los Reverendos Predicadores para hacerse cargo se su educación.
Tras obtener el título de Bachiller en Artes en 1783 comenzó a estudiar Jurisprudencia en el Seminario de San Carlos, pero pronto abandonó esa carrera para cursar la de Medicina.
El médico Tomás Romay
Que un joven de una de las familias más distinguidas de la villa de San Cristóbal dejara su futuro en la respetada abogacía para estudiar Medicina provocó incomprensión y estúpor en una época en la que se consideraba la profesión de médico como propia de los estratos bajos de la sociedad.
Sin embargo, Tomás Romay ignoró toda crítica y decidió seguir el impulso de su vocación. A lo largo de su destacadísima vida como médico haría cambiar a los habaneros su opinión con respecto a la práctica de la Medicina y dignificaría la profesión hasta elevarla a un nuevo y alto nivel de respetabilidad.
Concluidos sus estudios y los dos años de práctica junto a un médico más experimentado, como exigían los requisitos de entonces, el 12 de septiembre de 1791, un joven Tomás Romay rindió su examen frente al Real Tribunal del Protomedicato y se convirtió en el médico número 33 en obtener su título en Cuba. Poco más de una década después escribiría su nombre con letras de oro en la historia de la Medicina en la Isla:
En 1803 se desató una gran epidemia de viruela en los dominios españoles del continente que no tardó en llegar a Cuba. El rey Carlos IV, cuya hija la infanta María Teresa había muerto como consecuencia de esa enfermedad, dispuso entonces que el médico Francisco Javier Balmis llevara la vacuna antivariólica, recientemente descubierta por el inglés Edward Jenner hasta el último rincón del planeta que estuviera bajo el poder del pabellón español.
La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, también conocida como la Expedición Balmis se considera la primera expedición sanitaria internacional de la historia y se extendió entre los años 1803 y 1806. El 26 de mayo de 1804, el doctor Balmis aribó a La Habana con la vacuna, pero se asombró al ver que ya la población de la Isla había sido vacunada gracias a la labor desplegada por Tomás Romay y Chacón.
Tomás Romay, quien había estudiado el procedimiento de vacunación antivariólica publicado por Jenner en 1798, temía que la expedición de Balmis no llegara a tiempo a La Habana o no llegara. Por esa razón con el apoyo de la Sociedad Patriótica y del Obispo Espada marchó al interior de la Isla para encontrar el virus con el cual elaborar la vacuna.
Sin embargo más que encontrarlo, su principal desafío fue desenmascarar a los llamados «inoculadores» que obtenían grandes ganancias aplicando un método poco confiable y de escasos resultados.
Para poder convencer a la sociedad habanera de la efectividad de la nueva vacunación, el doctor Tomás Romay, decidió comenzar por sus propios hijos, lo que, unido al apoyo de la máxima autoridad eclesiástica del país (que por suerte era el ilustrado Obispo Espada) terminó por vencer la resistencia de la mayoría de los escépticos.
De esa forma, cuando el doctor Balmis tocó puerto en La Habana en mayo de 1804 se encontró con que ya la población estaba siendo vacunada, gracias a Tomás Romay desde el mes de febrero.
Demostrado el éxito de la vacuna antivariólica, en julio de 1804, se creó la Junta Central de la Vacuna, para universalizar su uso y Tomás Romay fue designado como su presidente.
Desde esa posición, el médico luchó por qué las autoridades declararan la obligatoriedad de recibir la vacuna, sin embargo, sólo consiguió que el Obispo Espada emitiera una pastoral en la que exhortaba a la población de la Isla a hacerlo.
El erudito Tomás Romay
Iustrado, como pocos, tuvo Romay la suerte de coincidir en su tiempo con otro hombre de pensamiento progresista como el Obispo Espada. Ambos colaboraron muy de cerca en la higienización del país y la erradicación de las causas de las epidemias que hasta ese entonces habían diezmado periódicamente la población del país.
El doctor Tomás Romay encontró al mejor de los aliados en el Obispo Juan José Díaz de Espada, hombre de pensamiento ilustrado que, desde el poder eclesiástico apoyó todo lo que en pro de la higienización del país propuso el médico.
Romay fue uno de los más fervientes defensores de la prohibición de los enterramientos dentro del perímetro urbano, especialmente dentro de las Iglesias, lo que finalmente prohibiría el Obispo y que llevaría a la apertura en 1806 del Cementerio de Espada fuera de las murallas, en las cercanías de la caleta de San Lázaro.
Su obra en pro del progreso del país fue mucho más allá de la Medicina. Su vasta cultura de enciclopedista le llevó a colaborar desde su fundación en 1791 con el Papel Periódico de La Habana, labor que continuaría luego en el Diario de La Habana y el Diario del Gobierno de La Habana, en los que publicaría desde versos (con el seudónimo de Matías Moro) hasta un ensayo sobre cómo fomentar las colmenas y la cría de abejas.
Tomás Romay y Chacón, quien tuvo una larga y fructífera existencia, falleció el 30 de marzo de 1849 en su ciudad natal a la edad de 84 años, honrado por los habaneros, que nunca olvidaron que fue un hombre que marcó la diferencia entre la vida y la muerte.
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