El siguiente texto sobre la revista Social fue publicado por la Doctora en Ciencias y miembro de la Academia de Historia Alina B. López Hernández. Publicado originalmente en la Revista Matanzas
La primera generación intelectual de la república, llamada del diez, se caracterizó por la frustración y el pesimismo ante el naufragio del ideal independentista. Fueron grandes ensayistas, con un estilo de discurso donde primaban como valores la tradición, lo selecto, el saber constituido. Se organizaron en la Sociedad de Conferencias y crearon la revista Cuba Contemporánea (1913 a 1927), que no tuvo un carácter exclusivamente literario sino sociológico, y que a pesar de su tónica moderada abordó problemas esenciales de la nación.
La segunda generación intelectual agrupó a los nacidos en los años inmediatos a la gestación de la República, que comenzaron su producción literaria reconocida en la tercera década del siglo xx.
Se caracterizaron por una actitud de enfrentamiento al arte oficial y a la vida política. Tomaron conciencia muy pronto de sus diferencias con la generación precedente y, a diferencia de sus colegas del diez, encabezaron un proceso de fractura generacional con el monopolio político que ejercía el mambisado.
Las relaciones que establecieron estuvieron basadas en el respeto a la diversidad, el culto a la polémica y la capacidad de sostener debates.
El Grupo Minorista fue el movimiento que los nucleó, de modo informal, desde 1923. Aun cuando carecían de una ideología definida fue patente su preocupación por la renovación estética y política.
La revista Social fue considerada la portavoz del minorismo, aunque había surgido en 1916, casi ocho años antes que el grupo.
Esa publicación cumple su centenario, y por la importancia que tuvo para la historia de la cultura cubana merece un espacio como el que le dedica la revista Matanzas.
Nace la revista Social
El caricaturista cardenense Conrado W. Massaguer, hombre de reconocido talento artístico, capacidad organizativa y habilidades como empresario, fue el propietario y director de Social.
A pesar de que su fecha de fundación la acerca a la primera generación intelectual, la participación de Emilio Roig de Leusenring como su redactor literario, y el hecho de que tanto Roig como Massaguer fueran minoristas, condicionaron que la revista adoptara la perspectiva transgresora de la generación del veinticinco.
Social logró una aceptación inaudita en el gusto de sectores muy diversos, lo que explica su éxito de ventas y el hecho de que se mantuviera por más de dos décadas, hasta 1938, con una interrupción de dos años (1933-1935).
Tal aprobación se debió a su estructura interna, donde compartían espacio la crónica social más superficial, consejos de moda y belleza, noticias sobre las estrellas de Hollywood, anuncios publicitarios de carácter comercial y divertidas caricaturas; junto a profundos artículos y ensayos de naturaleza cívica, estética, política,
histórica y costumbrista; reseñas de textos valiosos y una muestra de lo mejor que se hizo en esa etapa en Cuba y otros países en materia de arte, literatura y cine.
La relación estrecha con el minorismo, en la etapa comprendida entre 1923 y 1928, logró su conversión en una revista de matiz progresista y literariamente de avanzada.
La variedad y calidad del contenido, unidas a la excelencia en la impresión, el método de la fotolitografía —introducido por Social, y que convirtió a Cuba en el primer país de América Latina en disponer de esa tecnología—, la utilización de buen papel, una visualidad poco común, el diseño interior y de cubiertas donde primaba la tendencia art decó; con el uso de líneas suaves para enmarcar las figuras, el dibujo geométrico, la línea de tipos populares y de retratos; la condujeron, al decir de su director, “a tener un puesto cimero entre las publicaciones de América”.
Fue así que respaldó la reaparición, en mayo de 1925, de la revista Venezuela Libre. Gestada por exiliados políticos venezolanos, cuando estos fueron represaliados por el gobierno de Machado, la publicación recayó en Rubén Martínez Villena y otros minoristas.
En el número correspondiente a junio de ese año, Social declaraba su intención de
“hacer propaganda activa y honrada en toda la América contra el tirano que hoy tiene esclavizada a la patria de Bolívar, y ayudar a los patriotas venezolanos que luchan en la emigración por la libertad de Venezuela”.ii
En febrero de 1926, miembros del Grupo Minorista y otros intelectuales publicaron en Social un manifiesto, firmado por Massaguer y Roig, contra la intervención norteamericana en Nicaragua, en el que era denunciada la expansión imperialista en la región.
Fueron significativos los vínculos que estableció esta revista con otras que surgieron, tanto en Cuba como en Latinoamérica.
En 1927, saludaron la aparición de América Libre, —sustituta de Venezuela Libre y con objetivos más amplios— y de la Revista de Avance. Además, Social mantuvo relaciones de representación con la revista Amauta, dirigida por el marxista peruano José Carlos Mariátegui.
Social tuvo a su cargo la difusión inicial de las obras de Mariátegui en Cuba. Desde 1926 y hasta su muerte, en 1930, son numerosos los ensayos y artículos que publica en la revista.iii
Las estrechas relaciones entre los cubanos y el pensador marxista se evidencian en diversos hechos, como la carta que dirige a Emilio Roig y que publica Social, en la que Mariátegui agradece la actitud del Grupo Minorista, que había reclamado su libertad y la de otros intelectuales peruanos presos por el régimen de Leguía; le pide que represente a Amauta en La Habana y envía un artículo donde afirma:
“No nos basta condenar la realidad; queremos transformarla. Tal vez esto nos obligue a reducir nuestro ideal; pero nos enseñará en todo caso, el único modo de realizarlo. El marxismo nos satisface por eso: porque no es un programa rígido sino un método dialéctico”.iv
Social y la Unión Soviética
Existe una arista poco divulgada de la revista Social, se trata del examen desprejuiciado que dedicó a la experiencia soviética.
En la historiografía tradicional es usual la afirmación de que los intelectuales cubanos de aquel período no apreciaron la construcción del socialismo soviético por dos razones fundamentales: prejuicios clasistas o escasa información, desvirtuada además por la prensa capitalista. Nada más lejos de la verdad, el interés por el proceso soviético fue temprano entre estos jóvenes, que intentaron apreciar directamente la realidad de ese país.
Durante varios meses del año 1922 y bajo el título “Recuerdos de viaje”, fue publicada una serie de reseñas escritas por Emilio Roig de Leuchsenring, que había viajado a Europa como corresponsal de Social, ellas describían un continente asolado por la Primera Guerra Mundial.
En el número de agosto, la reseña “Con el soviet ruso, en Berlín” narra los intentos de Roig y sus compañeros de viaje —Laura Zayas Bazán, Max Henríquez Ureña y Carlos Loveira—, a la sazón en la capital de Alemania, por visitar Rusia. Las gestiones ante el consulado soviético fueron infructuosas, pero las valoraciones de este intelectual cubano, que llegaría a convertirse en una de las figuras más prominentes del antimperialismo en nuestro país, llegaron a los lectores de la revista.
Desde el punto de vista literario, el país de los soviets fue tema recurrente en las páginas de Social. El interés de estos intelectuales —casi todos narradores o poetas— por la literatura rusa que comenzó a generarse luego del triunfo revolucionario, se aprecia en la publicación de géneros como la poesía y el cuento.
El período que reflejaban era el de la guerra civil que tuvo lugar entre 1918 y 1922, y los temas abordaban la muerte, la destrucción, el fanatismo, el patriotismo, y la crueldad con que ambos bandos, blancos y rojos, se enfrentaron. No fue tendenciosa dicha coincidencia temática, en verdad casi toda la literatura del período se enfocaba en este conflicto.
Los autores de tales narraciones podían ser o no rusos, entre estos últimos se destacan M. Golodniev, Vsevolod Ivanov e Isaac Babel.v
Casi todos eran traducidos directamente del ruso para la revista cubana por el doctor E. Johnofski-Johns, lo que demuestra la importancia que esta publicación concedía al tema.
Es interesante el hecho de que narradores cubanos también se inspiraran en lo que acontecía en Rusia. En tal sentido podemos citar las colaboraciones de F. G. de Cisneros y Alberto Lamar Schweyer.vi
Lenin fue una figura muy abordada por Social. En el mes siguiente a su muerte —ocurrida el 24 de enero de 1924—, fue dedicado un amplio espacio a su vida y obra. La portada del número de febrero tuvo un diseño con motivos folklóricos rusos y se explicaba: “La invasión rusa también causó estragos en Social”.
En abril de 1927 apareció publicado un poema compuesto por el francés Henri Guillbeaux. Social destacaba que el autor era ciudadano soviético debido a su activa participación en la revolución de 1917 y que desempeñaba un cargo en el Comisariado de Educación de Moscú,
“goza de la distinción —como tantos otros héroes de la libertad— de haber sido condenado a muerte por los tribunales militares del país donde nacieron”.vii
En ese mismo año, con una ilustración de fondo que representaba un busto de Lenin, se publicó el poema “Rusia 1917—1927”, traducido del francés por Pedro de Toledo
Pero la importancia del elemento cultural no se redujo a la simple aparición de literatura rusa o sobre Rusia.
La política cultural del Estado soviético se valoró, de manera general, positivamente. El aprecio de algunos líderes bolcheviques por la obra de escritores que nada tuvieron que ver con la revolución se tuvo en cuenta.
En enero de 1927 fue publicado un artículo dedicado a la memoria del poeta Serguei Yessenin [sic], quien fuera esposo de la bailarina Isadora Duncan. Su autor era nada menos que León Trotsky, quien reconocía y elogiaba la calidad de la obra del escritor, aún cuando este no resistió la época que le correspondió vivir y se suicidó en 1925. La nota de la revista comentaba:
“Mucho se sorprenderán los que solo conozcan a Trotsky como economista marxista y organizador del Ejército Rojo ante la revelación de este aspecto poético de su espíritu”. ix
En septiembre de 1928 se conmemoró el centenario del natalicio de León Tolstói. Social se congratulaba ante el hecho de que a pesar de la gran diferencia entre las ideas del escritor y las que imperaban en la Rusia soviética, el estado hubiera celebrado tal acontecimiento con la reimpresión de las obras completas de Tolstoi, en cien volúmenes.x
En ese número, junto a un dibujo del escritor ruso, aparece una anécdota de Gorki en la que cuenta lo mucho que disfrutaba Lenin con la obra del autor de Anna Karenina.
Parece que esta faceta impresionó a José Antonio Fernández de Castro, quien expresó en un artículo posterior:
“Lenin es a nuestros ojos tan espectáculo como Bolívar o como José Antonio Saco”.
El autor destacaba el hecho de que, a pesar de criticar su misticismo e inconsistencias, Lenin admirara la obra del genial escritor, lo reconociera como un crítico de la explotación capitalista y, olvidando sus diferencias ideológicas, releyera La guerra y la paz.xi
Los elogios de Social porque la obra de un escritor místico como Tolstoi fuera reconocida en un contexto ideológico antitético, como el de la URSS, se debían a una arraigada práctica. El respeto a la pluralidad, la oportunidad de contrastar opiniones, la libertad de expresar ideas por muy opuestas que fueran, distinguieron a la revista.
Uno de los ejemplos en que se reveló dicha actitud fue en la sonada polémica suscitada a raíz de la publicación del libro Biología de la Democracia (Ensayo de Sociología Americana), del matancero Alberto Lamar Schweyer.
Este había pertenecido desde los inicios al Grupo Minorista, pero sus ideas le distanciaron de sus colegas, que lo acusaban, fundadamente, de poner su pluma al servicio del gobierno machadista y de intentar dotarlo de un marco teórico que justificara las características dictatoriales que iría asumiendo.
A pesar de esas profundas divergencias, en mayo de 1927 Social publicó —como era costumbre con otros autores que promovían su obra a través de la revista—, un capítulo del controvertido texto.
La dirección de la revista, no obstante, hizo pública una nota en la que discrepaba de los criterios de Lamar, a quien culpaban de ofrecer elementos seudo-sociológicos a la acción anticonstitucional de Machado.
En respuesta, Lamar envió una carta a Ramón Vasconcelos, periodista de El País, que apareció el 4 de mayo, en la cual, afirmaba:
“(…) yo no soy «minorista». Creo en las «minorías» de selección pero no en los sabáticos. Ya el minorismo no existe. Es un nombre y nada más”.xii
La réplica de los minoristas fue una declaración firmada el 7 de mayo de 1927 en el bufete de Emilio Roig de Leuchsenrig, y que reprodujo la revista Carteles el 22 de ese mes. Se presentaban en ella como un grupo intelectual de izquierda y reclamaban la independencia económica de Cuba frente al imperialismo yanqui.
La afirmación de Lamar Schweyer sirvió para que el Grupo Minorista se cohesionara de nuevo, pero, sin dudas, se fue produciendo una desarticulación en la medida en que sus integrantes fueron determinando sus posiciones ideológicas. Con bastante irregularidad continuaron reuniéndose los minoristas que permanecieron en Cuba durante la represión, hasta que Emilio Roig de Leuchsenrig, en un artículo publicado en Social en junio de 1928, titulado “Artistas y hombres o titiriteros y malabaristas”, declaró extinguido al grupo ante el cese de sus reuniones.
En agosto de 1933 la revista dejó de publicarse, pues Massaguer tuvo que salir del país a causa de unos trabajos de contenido político que había publicado en Carteles y por los que iba a ser detenido.
Al desaparecer Social su creador confesó:
“Acepté los designios del destino, con la esperanza de que algún día volvería a publicar la mejor revista ilustrada, que no transigió jamás con gobierno alguno”.xiii
Volvería a salir desde 1935 y durante tres años, pero ya no representó ni literaria ni artísticamente lo que había sido. Su relación con la generación del veinticinco ha sido reconocida como la mejor etapa de la revista Social.
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