Luisa Pérez de Zambrana, a quien dedicamos un artículo con anterioridad, es una poetisa de verso desgarrador y melancólico. Estimada como una de las voces románticas cubanas más significativas. Aparece en un considerable número de selecciones de lo mejor de la poesía cubana e hispanoamericana en sentido general.
- Poetisas americanas. Ramillete poético del bello sexo hispano-americano. Paris-Mexico City. Ed. José Domingo Cortés. 1875
- Florilegio de escritoras cubanas. Vol. I. La Habana: Imprenta La Moderna Poesía. Ed. Antonio González Curquejo. 1910
- Álbum pictórico-fotográfico de escritoras poetisas cubanas, escrito en 1868 para la señora Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. La Habana: Imprenta de El Fígaro. Ed. Domitila de García de Coronado.1926
- Evolución de la cultura cubana: la poesía lírica en Cuba. Vol. 3. La Habana: ImprentaEl Siglo XX.
- Ed. José Manuel Carbonell y Rivero.1928
Las cien mejores poesías cubanas. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. Ed. José María Chacón y Calvo.1958
- Antología de la poesía cubana. Vol. 2. La Habana: Consejo Nacional de Cultura. Ed. José Lezama Lima.1965
- Cien de las mejores poesías cubanas. Miami: Mnemosyne Publishing Inc. Ed. Rafael Estenger. 1969.
- Naturaleza y alma de Cuba: dos siglos de poesía cubana (1760-1960). Madrid: Anaya. Ed. Carlos Ripoll. 1974.
- Antología poética. La Habana: Arte y Literatura. Ed. Sergio Chaple. 1977.
- Flor oculta de poesía cubana. Siglos XVIII y XIX. La Habana: Editorial Arte y Literatura. Eds. Cintio Vitier y Fina García Marruz. 1978
- Poesía cubana de la colonia: antología. La Habana: Editorial Letras Cubanas. Ed. Salvador Arias. 2002.
- Otra Cuba secreta: antología de poetas cubanas del XIX y del XX. Madrid: Editorial Verbum. Ed. Milena Rodríguez Gutiérrez. 2011.
A pesar de esto, no es tan conocida por el público actual como su talento exige. Un buen homenaje y rescate de su figura es que la dirección de Cultura municipal de Regla auspicie un concurso literario anual en su honor.
Por esto Fotos de La Habana les obsequia algunos de los poemas de Luisa Pérez de Zambrana.
Poemas de Luisa Pérez de Zambrana
Te ha besado la muerte tantas veces
«En medio de esta paz tan lisonjera»
tú lo sabías Luisa entre las ramas
de la amante familia, lo que amas
es a veces la efímera manera
de dar buen fruto sólo por un tiempo
y luego convertir en fruto amargo
el recuerdo inmortal: el cruel embargo,
de la Sombra que te atacó a destiempo.
«Has llorado mil veces que allí amabas»
has reído tan poco que ignorabas
de la risa en el llanto su recargo.
De tus versos felices sólo queda
un tesoro vendido en la almoneda
cual beso que la muerte da de encargo.
En la cruz de tu triste sepultura
A veces me pregunto por qué parten
dejándonos tan solos nuestros hijos
a sembrar en las tumbas crucifijos
que en todas nuestras lágrimas se ensarten.
A veces me pregunto si departen
sus almas de dulzura en escondrijos
del duelo de las madres: acertijos
que van sin responder cuando reparten
los hilos de la vida, y en la suerte
es más ruda la garra de la muerte
y más fuerte el vivir sin regocijos.
Y en la cruz de tu triste sepultura
a veces me pregunto si esa hondura
consiguió reunirte con tus hijos.
Retrato
No me pintes más blanca ni más bella;
Píntame como soy; trigueña, joven,
Modesta, sin belleza, y si te place,
Puedes vestirme, pero solamente
De muselina blanca, que es el traje
Que a la tranquila sencillez del alma
Y a la escasez de la fortuna mía
Armoniza más bien. Píntame en torno
Un horizonte azul, un lago terso,
Un sol poniente cuyos rayos tibios
Acaricien mi frente sosegada.
Los años se hundirán con rauda prisa,
Y cuando ya esté muerta y olvidada
A la sombra de un árbol silencioso,
Siempre leyendo encontrarás a Luisa.
MI CASITA BLANCA
En medio de esta paz tan lisonjera
que nunca turba doloroso invierno
no sé por qué de mi alma se apodera
siempre un recuerdo pesaroso y tierno.
Un recuerdo tan grato como triste,
que convida a llorar, pero no abruma,
un celeste recuerdo que se viste
de aromas, de celajes y de espuma.
Que trae de un bosque la amorosa sombra,
que trae de un río el cariñoso ruido,
cuyo rumor dulcísimo me nombra
algún pasado que me fue querido.
No sé si es sueño; nero entonces creo
conocer el murmullo de la ola,
y entre las ramas levantarse veo
mi casita de guano, blanca y sola.
¡Oh mi verde retiro! quién pudiera
ver otra vez tus deliciosos llanos,
y quién bajo tus álamos volviera
como antes a jugar con mis hermanos.
Y ver mi lago de color de cielo
donde yo con mis pájaros bebía,
mi loma tan querida, mi arroyuelo,
mi palma verde a cuyo pie dormía.
Mis árboles mirándose en el río,
mis flores contemplando las estrellas,
mis silenciosas gotas de rocío
y mis rayos de sol temblando en ellas.
¡Oh mi casita blanca! recordando
el tiempo que pasara sin congojas,
viendo correr el agua y escuchando
el himno cadencioso de las hojas,
he llorado mil veces; que allí amaba
una rama de tilo, un soto umbrío,
un lirio, un pajarillo que pasaba,
una nube, una gota de rocío.
¡Oh mi risueño hogar! ¡oh nido amado!
lleno de suavidad y de inocencia!
que en tu musgo sedoso y azulado
se deshoje la flor de mi existencia.
Y cuando llegue entristecida y grave
la muerte con las manos sobre el pecho,
mire vagar como un celaje suave
el ángel de la paz sobre mi lecho.
Y al cerrar mis pupilas dulcemente
que vaya la virtud sencilla y pura
a apoyar melancólica la frente
en la cruz de mi triste sepultura.
DULZURAS DE LA MELANCOLÌA
¡Pensativa deidad! ¡cómo diviso
tras ese velo de dolor amable
que tu semblante angelical esconde,
la adorable expresión de tu dulzura,
el suave brillo de tus ojos tristes,
tu mirada dulcísima y sombría
y en tu sonrisa compasiva y pura
la celeste bondad. ¡Melancolía!
¡Virgen que bajas de la luna triste,
y que llevas, con lágrimas del cielo
humedecidas las pupilas bellas!
en todas partes pálida te miro,
en el aire, en el éter, en el suelo,
entre las sombras de la noche grave,
en la luz de la luna, en las estrellas,
del viento gemebundo en el suspiro,
en el cantar armónico del ave,
y más que en todo, en la callada hora
en que el sol va ocultando sus fulgores
cuando plegan los céfiros sus alas
y bajan a dormir sobre las flores.
¡Es tan hermoso ver bañado el pecho
de blanda y celestial melancolía,
eclipsarse del sol el rayo de oro
con el postrer crepúsculo del día!
¡Es tan dulce mirar cómo derrama
allá en la cumbre de elevada sierra,
el genio grave de la noche augusta
su cabellera azul sobre la tierra!
¡Es tan grato mirar en el silencio
y en la tranquila soledad del campo
cómo destila en luminosas hebras,
rasgando los blanquísimos celajes,
su luz de perla la callada luna
entre el húmedo azul de los ramajes!
Tú respiras allí, Melancolía,
allí en silencio meditando vagas
y derramando por doquier que flotas,
dulce, embelesadora poesía,
en vago encanto el corazón embriagas.
En esa hora de quietud inerme
en el trémulo rayo de la luna
bajas del cielo blanca y fugitiva,
y en el aire que duerme,
velada por la sombra que en tu rostro
las alas de los ángeles esparcen,
te meces vaporosa y pensativa.
Y yo sigo tu vuelo entristecido,
porque tú sabes suavizar las penas
y del doliente corazón herido
los sufrimientos y el dolor serenas.
¡Oh Virgen ideal! ¡Melancolía!
en tu santa y poética tristeza
pueda siempre decir en lo futuro
mientras doblo en tu seno mi cabeza
y descienden las gotas de mi llanto:
“de la amable ilusión perdí el encanto,
pero hallé de la paz el bien seguro.”
Soñando con mis hijas
Sólo dejaron sus queridos pasos
hojas de nardo y azucenas nítidas,
y estelas brillantísimas de luna
sobre el triste turquí de estas colinas.
Y en sus frentes los nimbos temblorosos
como estrellas de plata, dulce y líquida
sobre el gran terciopelo de la noche
con sublime silencio se deslizan.
¡Oh manos de marfil tersas y suaves
por mis ardientes lágrimas ungidas!
¡oh rostros con los rizos inclinados,
que me veis en la tierra de rodillas!
Reclinadme en el mármol de la muerte
y pálídas, dolientes y divinas,
sollozando en el borde de mi tumba
¡mirad la inmensidad de mis heridas!
Dolor supremo
(Después de la muerte de mis tres hijas)
Erais con vuestras cándidas diademas
de gracia, de dulzura y poesía
los ensueños azules de mi alma,
la esencia de mi ser y de mi vida.
Los óvalos de luz de vuestras frentes,
vuestra triste y dulcísima sonrisa,
vuestros ojos dívinos derramando
suavidades de estrella vespertina:
La bondad celestial de vuestras almas
blancas, resplandecientes, cristalinas,
como el espejo terso de las ondas
en que el disco de Sirio tiembla y brilla,
eran ¡oh cielos! mi sagrado encanto,
eran mi arrobamiento, mi delicia,
eran mi musa pálida y alada,
eran las cuerdas de oro de mi lira.
Y hoy dormís en el fondo de tres tumbas
con sudarios de lágrimas vestidas,
¡lirios del Paraíso deshojados!
¡nave de blancos ángeles perdida!
Ya no os veré jamás ¡flores de mi alma!
¡rosas aquí en mi corazón nacidas!
¡ya no os veré jamás! ¡cómo me anego
en torrentes de lágrimas de acíbar!
¡Cómo sollozo con la frente mustia
en el fúnebre césped sumergida!
¡esculturas de nácar adoradas,
bajo negro dosel, albas y frías!
¡Qué silencio en los ojos! ¡qué tristeza
en las mudas facciones peregrinas!
¡qué lágrimas heladas en sus rostros!
¡qué intensa palidez en sus mejillas!
¡Imágenes en lo íntimo de mi alma
con cinceles eternos esculpidas!
¡yo os amo, yo os venero, yo os adoro,
con los brazos en cruz y de rodillas!
¡Oh mis santas dormidas! ya mi boca
no tocará gimiendo convulsiva,
vuestras brillantes cabelleras de ónix
sobre la yerta palidez tendidas.
No besaré vuestras queridas manos
sin movimiento, pálidas y níveas,
ni se alzarán vuestras pestañas suaves
sobre el armiño de la tez caídas.
Y no veréis mi temblorosa imagen
que aterradora tempestad agita,
en vuestras urnas de cristal inmóviles
de adormideras tétricas ceñidas.
¡Qué siglos de dolor llevo en el alma!
en qué océanos de pesar se abisma¡¡y en qué playas de luto y de silencio
me encuentro, con las manos extendidas!
En la cuna de plumas de mi seno
os durmió mi canción queda y sentida,
en la cuna de piedras de la muerte
os duermen mis sollozos ¡hijas mías!
¿Quién de este seno que os meció en la infancia
verá la inmensidad de las heridas?
¿quién medirá de mi dolor supremo
el mar sin horizonte y sin orillas?
¡Ojos hermosos, húmedos y tristes
cuyas miradas, sobre mí, se inclinan!
¡frentes con palideces de luceros,
sobre mares de lágrimas mecidas!
Aquí estoy vuestras lápidas velando
cuando la virgen de ópalo declina,
como vela el silencio de las tumbas
una lámpara ínmóvil y encendida.
Mirad mi sombra desolada y muda
que en una eterna soledad camina,
y cubrid con las dalias de la muerte
esta inmensa corona de desdichas.
En la noche sin luna y sin aurora
del calvario que subo dolorida,
yo os miro suaves descender del cielo
con las pálidas frentes pensativas.
¡Oh mi grupo de arcángeles amado,
que sigo sollozando estremecida!
mi alma llorando, de rodillas, besa
vuestras plateadas túnicas que oscilan.
¡Plegad el raso de las tersas alas!
que en el musgo apoyada mi mejilla,
donde se posen vuestros pies sagrados
besando iré la tierra bendecida.
¡Palomas de suavísimo alabastro
en la insondable eternidad dormidas!
yo le enseño a los sauces vuestros nombres
con un sollozo que, llorando, vibra.
Y en el altar de vuestros tres sepulcros,
con la frente en las manos, abatida
como la estatua del dolor eterno
llena de clavos, pálida y sombría,
con un clamor desgarrador os llamo,
de esta gran sombra ante el supremo enigma,
mi corazón despedazado os busca
en la profunda inmensidad vacía:
¡oh en el silencio de la noche inmensa
estrellas apagadas y divinas!
¡almas desengarzadas de mi alma!
¡perlas de mis entrañas desprendidas!
Las tres tumbas
No hay para mí, tornasoladas nubes
ni flor que el albo seno desabroche,
soy velando tres lápidas sombrías
la alondra que solloza por la noche.
No tiene abril colinas de azucenas
ni llanuras de rosas tiene mayo,
encorvada en el borde de tres tumbas
yo soy la encina herida por el rayo.
Ya no hay estrellas de oro, ni la luna
mallas de perlas sobre el agua vierte,
¡ay! entre tres sepulcros, de rodillas,
soy la cruz enlutada de la muerte.
Besé el laúd y lo arrojé en las ondas,
que templo para mí, y altar y palma
son las tres tumbas donde estáis dormidas
¡flores de mis entrañas y de mi alma!
La vuelta al bosque
(Después de la muerte de mi esposo)
“Vuelves por fin, ¡oh dulce desterrada!,
con tu lira y tus sueños,
y la fuente plateada
con bullicioso júbilo te nombra,
y te besan los céfiros risueños
bajo mi undoso pabellón de sombra.”
Así, al verme, dulcísimo gemía
el bosque de mis dichas confidente;
¡oh bosque! ¡oh bosque!, sollocé sombría,
mira esta mustia frente,
y el triste acento dolorido sella,
siglos de llanto ardiente
y oscuridad de muerte traigo en ella.
Mira esta mano pura
¡ay! que ayer ostentó, resplandeciendo,
el cáliz del amor y la ventura,
hoy viene sobre el seno comprimiendo
una herida mortal… ¡Bosque querido!
¡tétricas hojas! ¡lago solitario!
estrella que en el cielo oscurecido
rutilas como un cirio funerario!
¡lúgubres brisas y desierta alfombra!
¡alzad eterno y funeral gemido,
que el mirto de mi amor estremecido
cerró su flor y se cubrió de sombra!
Sobre la frente pálida y querida
que el genio coronaba esplendoroso,
y la virtud con su inefable calma,
sobre la frente ¡oh Dios! del dulce esposo,
ídolo de mi alma,
y altar de humanidad y de dulzura,
alzó la muerte oscura
la pavorosa noche de sus alas;
y cual la tierna alondra que en su vuelo,
atraviesan las balas
y expirante y herida
baja, bañada en sangre desde el cielo,
y queda yerta y rígida en el suelo
con el ala extendida,
así mi corazón de espanto frío
quedó al golpe ¡Dios mío!
que mi vida cubrió de eterno duelo.
Cuando volvió a la luz el alma inerte,
la tierra, la montaña, el mar, el cielo,
no eran más que el sudario de la muerte.
¡Oh bosque! ¡oh caro bosque! todavía
de este dolor la tempestad sombría
ruge en mi corazón estremecido,
y gira el pensamiento desolado
como un astro eclipsado
entre tinieblas lóbregas perdido.
Y aquí estoy otra vez… ¡oh qué tristeza
me rompe el corazón…! Sola y errante
vago en tu melancólica maleza,
por todas partes con dolor tendiendo
el mirar vacilante;
ya me detengo trémula, sintiendo
el próximo rumor de un paso amante;
ora hago palpitante
ademán de silencio a bosque y prado,
para escuchar temblando y sin aliento,
un eco conocido que ha pasado
en las alas del viento;
ora ¡oh Dios! de la luna entristecida
a los rayos tranquilos,
miro cruzar su idolatrada sombra
por detrás de los tilos:
y la llamo y la busco estremecida
entre el ramaje umbrío,
en el terso cristal de la laguna,
bajo las ramas del abeto escaso,
mas en parte ninguna
hallo señal ni huella de su paso.
¡Tríste y gimiente río
que los pies de estos árboles plateas!
¿por qué no retuviste
y en tus urnas de hielo no esculpíste
su fugitiva imagen? ¡Aura triste
que entre las hojas tu querella exhalas!
¿por qué no aprisionastes en tus alas
el eco tanto tiempo no escuchado
de su adorada voz? ¡Oh bosque amado!
¡oh gemebundo bosque! ya no pidas
sonrisas a estos labios sin colores
que con dolor agito;
pues no pueden nacer hojas y flores
sobre un tallo marchito.
Que ya en el mundo, mis inciertos ojos
sólo ven un sepulcro que engalana
flor macilenta con cerrado broche,
y allí me encuentran pálida y de hinojos
las lágrimas de luz de la mañana
y los insomnes astros de la noche.
Otras veces aquí ¡cuán diferente
vagué en su cariñosa compañía!
El arroyo luciente
como un velo de luz se estremecía
sobre la yerba humedecida y grata,
allá el movible mar desenvolvía
encajes brillantísimos de plata,
y tembladoras, pálidas y bellas
en el éter azul asemejaban
abiertos lirios de oro las estrellas.
El con mi mano entre su mano pura
bajo flores que alegres sonreían,
me hablaba de sus sueños de ternura;
mientras con movimiento dulce y blando,
las copas de los álamos gemían
nuestras unidas frentes sombreando.
¡Oh vida de mi vida! ¡oh caro esposo!
¡amante, tierno, incomparable amigo!
¿dónde, dónde está el mundo
de luz y amor que respiré contigo?
¿dónde están ¡ay! aquellas
noches de encanto y de placer profundo
en que estudié contigo las estrellas,
o escuchamos los trinos
de las tórtolas bellas
que encerraban las alas en los pinos?
¿Y nuestras dulces confidencias puras
en estas rocas áridas sentados?
¿Dónde están nuestras íntimas lecturas
sobre la misma página inclinados?
¿nuestra plática tierna
al eco triste de la mar en calma?
¿y dónde la dulcísima y eterna
comunión de tu alma y de mi alma?
¡Lágrima de dolor abrasadora
que corres por mi pálida mejilla!
ya no hay flores ni aromas en el suelo,
ya el ruiseñor no llora,
ya la luna no brilla,
y en la desierta lividez del cielo
se borraron los astros y la aurora.
Que ya todo pasó, pasó ¡Dios mío!
para jamás volver; ¿a dónde ¡oh cielo!
a dónde iré sin él, por el vacío
de esta noche sin fin? ¡Fúnebre bosque!
hoy todo es muerte para mí en la tierra,
en la llanura con inmenso duelo
se elevan los cipreses desolados
como espectros umbríos,
las brumas en la frente de la sierra
crespones son que pasan enlutados,
van en las nubes féretros sombríos,
el mar gimiendo azota la ribera,
con sollozo de muerte el viento zumba,
y es, ante mí, la creación entera
la gigantesca sombra de una tumba
Martirio
(Después de la muerte de mi hijo Jesús)
¡Cómo te miro, al rayo de la luna,
pálido, melancólico, marchito,
sentado bajo el sauce que sombrea
tu sepulcro tristísimo!
¡Cómo te miro, con el rostro suave
de mansedumbre celestial ceñido,
con la tétrica frente entre las manos,
llorando en el abismo!
¡Qué sombra llevas en tus sienes de ámbar!
¡qué luto en tu mirar entristecido!
¡con qué dolor, de lejos, me contemplas
resignado y sumiso!
Aquí estoy, aquí estoy, sobre tu losa,
¡oh dormido de mi alma! ¡oh bien querido!
aquí estoy con el cáliz en la mano,
rebosado de absintio.
Mira cómo descienden, una a una,
calladas, melancólicas, sin ruido,
a mis humildes sienes inclinadas
las palmas del martirio.
Mira sobre mi lívido semblante
¡ay! las heridas que dejó el suplicio,
y en mi frente caída sobre el necho.
las espinas de Cristo.
Antes absorta contemplé la luna
abrir sus alas de celeste brillo,
como una perla inmensa que plateaba
el oscuro zafiro.
Y bajo arcos inmóviles de sombra
la gruta azul y trémula del río,
y de estrellas, tendidos en el éter.
brillantísimos cintos.
Hoy contemplo en el cíelo y en las ondas,
¡ay! con el corazón de muerte herido,
con sudarios de nácar en sus tumbas
mis ángeles dormidos.
Hoy contemplo en las nieblas de la noche,
errátil, intangible, fugitivo,
pasar como el reflejo de una estrella,
tu perfil dolorido.
Y caigo sobre el musgo sollozando,
¡hijo de mis entrañas! ¡hijo mío!
y ante tu sombra que se aleja suave,
trémula me arrodillo.
¿A tus dulces y pálidas hermanas
en los soles inmensos te has unido,
como se unen, temblando, cuatro gotas
de celeste rocío?
¿O como astros errantes vagáis solos
en la infinita inmensidad perdidos?
¿o dormís del sepulcro, en el misterio
negro y desconocido?
La puerta azul los ángeles abrieron
de inefable temura estremecidos?
¿y en el espejo de la luz eterna
ves el Rostro divino?
¡Secreto formidable de la tumba!
¿hay en tu fondo el eco de un gemido
o a través de tu losa, surge suave
el acorde de un himno?
Vencida, vacilante y encorvada
bajo la noche inmensa del Destino,
con las manos cruzadas sobre el pecho
y los ojos caídos,
del ciprés, como un ángel enlutado
que abre sus negras alas en tu asilo,
entro en la sombra, junto a ti, buscando
mi sepulcro sombrío.
¡Oh lágrimas de plata de la tarde!
¡oh estrellas de oro! en temblorosos hilos
llorad por los espíritus alados
que en silencio se han ido.
Y vos, con vuestras manos adorables,
bendecidlos ¡oh Inmenso! bendecidlos;
porque vos sois la eternidad inmóvil
el perdón infinito
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