Lo primero que debe quedar claro es que el conocido como Cementerio de la Quinta de los Molinos sí existió, fue real, cierto y verdadero; pero no debe visualizarse como un camposanto tradicional, con sus muritos y sus crucecitas, pues fue un cementerio provisional (es decir que sólo se utilizó por breve tiempo y por fuerza mayor); y, lo segundo que se debe precisar, y esto es lo más importante, pues se presta a confusión: NO SE ENCONTRABA EN LA QUINTA DE LOS MOLINOS, sino en sus cercanías, cruzando el camino de San Antonio Chiquito, más o menos por donde hoy se encuentra la calle Requena.

El origen de este camposanto se remonta a los últimos días de febrero de 1833 cuando La Habana fue azotada por una terrible epidemia de cólera morbo que hizo estragos en la urbe y sus poblaciones aledañas. En los dos meses que duró la terrible enfermedad se contabilizaron 8 253 muertos (un 8 % de la población total de la ciudad capital) de los cuales 1 451 fueron a parar con sus huesos al improvisado Cementerio de la Quinta de los Molinos.

Tan grande fue la mortandad que el Cementerio General no dio abasto y el Gobierno autorizó la creación de otros cementerios provisionales. Entonces, la Institución Agrónoma – que se encontraba establecida en los Molinos del Rey – cedió un paño de tierra para que fuese usado con este fin.

Allí, en ese improvisado Cementerio de la Quinta de los Molinos, fueron enterrados en fosas comunes, blancos, mulatos y negros; pero, sobre todo, estos dos últimos, que doblaron en número a los blancos fallecidos a consecuencia del cólera morbo – lo que tampoco es de extrañar – pues eran los que habitaban en los barrios más pobres e insalubres de la ciudad.

Uno de los que más empujó para la creación del Cementerio de la Quinta de los Molinos fue el teniente coronel del ejército español Francisco Seidel, quien, incluso, dio diarias muestras de abnegación y fe asistiendo a los entierros, por lo que el cólera morbo, sin dudas conmovido con su cristiano sacrificio, se lo llevó a él también (se desconoce si fue inhumado en el cementerio de sus desvelos, pero se debe presumir que no, pues los provisionales estuvieron, sobre todo, destinado a los muertos de más baja condición).

Por suerte, para los primeros días de abril de 1833 ya la epidemia se encontraba en remisión y el improvisado Cementerio de la Quinta de los Molinos dejó de ser necesario. Todavía se seguía muriendo gente, pero no al ritmo que imposibilitara su inhumación en otros espacios más adecuados.

El olvidado Cementerio de la Quinta de los Molinos

Fue entonces que numerosas voces que hasta ese momento se habían alzado sin éxito contra la existencia del Cementerio de la Quinta de los Molinos, al que consideraban insalubre, mal situado y peor construido, fueron ganando orejas en el palacio de los capitanes generales y, finalmente, el Gobierno decidió prohibir que se siguiera enterrando gente en el lugar.

De más está decir que, como siempre ha pasado en La Habana con las cosas que dice el Gobierno, muchos no le hicieron ningún caso y siguieron mandando sus muertos para allá por algún tiempo mientras los funcionarios públicos miraban para otro lado – y de paso se buscaban unos pesos por mirar para otro lado – pero al final se impuso la cordura; y como la cerca perimetral de madera era de pena y nunca se construyó obra civil alguna que trascendiera, al Cementerio de la Quinta de los Molinos se lo trago el tiempo y el olvido.

Ubicación del Cementerio de la Quinta de los Molinos
Captura de Google Maps en la que se muestra la ubicación aproximada del desaparecido Cementerio Provisional de la Quinta de los Molinos

Tan profundo fue el olvido que en menos de un siglo cayó sobre el Cementerio de la Quinta de los Molinos que ni siquiera se podía asegurar donde era que había estado, pues ni a las autoridades civiles, ni a las eclesiásticas se les ocurrió documentarlo.

Sin embargo, el 6 de febrero 1895, un grupo de obreros abrían una zanja para la construcción del nuevo Cuartel de Ingenieros, cuando se dieron el susto de su vida al encontrar no uno, sino 14 esqueletos (otras fuentes dicen que 18, pero no vale la pena discutir por cuatro muertos). Habían topado, seguramente, con la parte superior de una de las profundas fosas comunes en las que fueron enterrados, seis décadas antes, más de 1 500 infelices habaneros durante la terrible epidemia de cólera morbo.

«Este hallazgo ha puesto de manifiesto el sitio elegido para el cementerio provisional en aquellos tristes días, del cual sólo se conservaba el nombre, pues ni siquiera en el Obispado existe constancia de su verdadera localización.»

El Curioso Americano. Febrero de 1895

Gracias a este descubrimiento tan fortuito como macabro, hoy podemos afirmar que NO EXISTIÓ CEMENTERIO ALGUNO DENTRO DE LA QUINTA DE LOS MOLINOS y que el nombre de este es sólo referencial, pues en la época en la que se habilitó era el único lugar por todos esos lares que podía servir como punto de orientación.

Además, estamos también 100 % seguros de que la antigua ubicación de este camposanto se encuentra sobre y en los alrededores de la calle Requena, casi sobre Carlos III… Así que ya saben vecinos del lugar: no hagan muchas cisternas, que viven sobre un cementerio…