Reseña sobre Rodney, el coreógrafo de Tropicana tomada del libro «Nocturno de La Habana» del escritor T. J. English

Roderico Neyra era un personaje fascinante por derecho propio. Nacido con lepra y criado en una leprosería de las afueras de La Habana, alcanzó la mayoría de edad en las calles.

Aunque tenía las manos deformadas por la lepra, nunca dejó que esto fuese un obstáculo para su ambición de hacerse famoso como artista de variedades.

Rodney vio cumplido su sueño, pero cuando sus discapacidades físicas se hicieron más evidentes con el paso de los años, dejó la actuación por la coreografía.

Era un mulato de baja estatura, piel clara y bigote fino. Tenía una sonrisa pícara que hacía juego con su sensibilidad lasciva; era una especie de Bob Fosse cubano, mucho antes de que existiera Bob Fosse. También era gay, lo que le permitía trabajar al lado de algunas de las mujeres más deseables de La Habana sin tener que preocuparse por si sucumbía a la tentación.

Rodney
Roderico Negra, Rodney.

  Uno de los primeros trabajos fijos de Rodney fue en un teatro de variedades subidas de tono llamado el Shanghai, en la calle Zanja del Barrio Chino de La Habana.

El Shanghai era uno de los clubes de striptease más notorios de la ciudad. Su especialidad eran los espectáculos con desnudos integrales. En una guía publicada en 1953 con el título de Havana: The Portrait of a City, el escritor estadounidense de libros sobre viajes W. Adolphe Roberts describía un espectáculo del Shanghai que con toda probabilidad era una creación de Rodney.

Algunos opinaban que los espectáculos del Shanghai eran verdes y sórdidos, pero Rodney no pensaba igual. Sus números solían ser una mezcla de sexo, música, baile y humor que se convertirían en los precursores de otras creaciones más complejas que ofrecería en salas como el Tropicana.

Uno de esos espectáculos fue una producción titulada Sun Sun Babae, que se montó en 1952. El espectáculo incluía muchos de los elementos característicos de la cultura afrocubana: tambores batá, el traje ceremonial de la santería y los ensalmos bembé, plegarias musicales dedicadas a los orishás (deidades afrocubanas).

Rodney era un creyente devoto del ritual lucumí, en el que veía una terapia de meditación para hacer frente a su debilitante y a menudo dolorosa enfermedad. Pero eso no quería decir que su religión le impidiera hacer uso del tipo de irreverencia y sentido del humor que aplicaba a todo su trabajo.

Rodney, el coreógrafo, montó Sun Sun Babae para escandalizar y hacer reír, pero detrás del espectáculo había un motivo poderoso. Rodney invitaba al público a dejarse seducir por la cultura afrocubana, a levantarse de sus asientos y participar en los placeres sensuales de la isla.

En este y otros espectáculos que creó más adelante en el Tropicana, ofreció un contrapunto cautivador de la naturaleza rutinaria de la vida en casa, un contrapunto que sería uno de los encantos principales de la época.

Era exactamente la clase de espectáculo que daría a la Mafia de La Habana su pícaro e irresistible poder de atracción.